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Uno de los lugares comunes que se ha extendido en las últimas semanas es que la crisis del coronavirus nos va a permitir aprender de nuestros errores y que de ella surgirá una especie de 'hombre nuevo', se entiende más sabio, más consciente de nuestra insignificancia como individuos y de la necesidad de proteger derechos básicos para fortalecernos socialmente. Ojalá sea cierto, pero lo dudo. La experiencia de otros momentos críticos como el que vivimos no permite llegar a esa conclusión. ¿Acaso salimos mejorados como sociedad después de la terrible crisis del 2008? ¿Somos desde entonces mejores ciudadanos, y por mejores significa que ahora estamos más comprometidos con valores universales? ¿Por ejemplo, toleramos ahora menos las injusticias que antes de la crisis financiera, de cuyos estragos aún no nos hemos restablecido y que dejó a millones de personas empobrecidas y con menos derechos?
Soy tan descreído respecto de que vamos a aprovechar esta crisis sanitaria y económica para sacar enseñanzas positivas, que si al final es cierto y surge ese 'hombre nuevo' me temo que será peor que el actual. Lo creo así porque las cosas no cambian de la noche a la mañana. Es ilusorio pensar que llegado al fin el día en que no haya ni muertos ni contagiados y todos estemos inmunizados contra el virus, ¡hale hop!, de la chistera del mago empezará a salir gente distinta a la del día anterior, algo así como modificada por mor del punto final de la pandemia. No: lo que quiera que seamos cuando la COVID-19 haya sido vencida será el resultado de lo que estemos haciendo ahora. Este es el momento de aprender, no hay que esperar para cambiar a mañana, porque cuando el virus deje de ser una amenaza empezará el olvido de lo aprendido.
¿Creen que hoy la sociedad española, en el hipotético caso de que sea distinta, está aprendiendo a ser mejor que la que éramos antes del 15 de marzo? ¿Qué nos está enseñando esta 'guerra de nuestra generación', como –otro lugar común– se le ha llamado a la crisis del coronavirus? Miren alrededor: lo que vemos –lo que veo, quiero decir– es una sociedad crecientemente fragmentada justo en el momento en que es más necesaria la unidad. Es posible que buena parte de la responsabilidad de que las cosas sean así la tenga la política: unos (el Gobierno), por soberbios y al mismo tiempo incapaces; otros (la oposición) por ventajistas e irresponsables. Esta nómina de dirigentes políticos es una desgracia más, pero su actitud divisiva no se aprecia solo en el Congreso de los Diputados. Va calando. La vamos multiplicando en la calle como el virus. La intolerancia va invadiendo los balcones. Nos aguantamos menos. Se está imponiendo mirarnos de reojo cuando lo humanamente esperable sería mirarnos de frente y enfrentarnos juntos a la amenaza.
Nuestro drama es que estamos olvidando que nuestro enemigo es el virus. Tener que recordarlo es admitir que ese esperado 'hombre nuevo' tendremos que dejarlo para otra ocasión porque en esta no estamos aprendiendo nada.
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