![«Nos asomamos al balcón y vimos llegar una lengua de agua impresionante»](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/10/31/PHOTO-2024-10-31-14-44-51_20241031200735-RhYwJ5SwqilvkKPF9qqcmPM-1200x840@Hoy.jpg)
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«Nos asomamos al balcón y vimos una llegar una lengua de agua impresionante, que fue creciendo hasta que superó el medio metro». Es el relato de José Pons, que vive en Alaquàs, localidad valenciana de 30.000 habitantes que también ha sufrido los efectos del peor temporal del siglo en España, el que ha matado a al menos 140 personas y mantiene a un número indeterminado de desaparecidos.
En el municipio no ha muerto nadie, pero sí ha habido cuantiosos daños materiales, porque el agua arrastró centenares de vehículos y entró de lleno en un buen número de viviendas. «Afortunadamente, aquí no ha habido daños personales, como sí ha ocurrido en poblaciones tan cercanas como Paiporta y Picaña, que están a unos cinco kilómetros», explica Pons, que nació en Valencia pero está muy vinculado a Extremadura.
Su pareja actual es de Malcocinado (Badajoz), y su difunta esposa era de Jerez de los Caballeros, de donde a partir de los años sesenta –inicios de la gran emigración extremeña, que sacó de la región a casi 400.000 personas entre esa década y los ochenta– partieron decenas de emigrantes con destino a Alaquàs, adonde luego fueron llegando familiares o amigos de los primeros hasta constituir una colonia extremeña. De hecho, en Jerez de los Caballeros hay una calle llamada Alaquàs, y lo mismo sucede a la inversa. «De los primeros que llegaron aquí desde Jerez ya no queda ninguno», asegura Pons, que recuerda que hace unos años participó en la organización de una excursión a tierras extremeñas.
«Por Picaña, donde han encontrado ya 50 fallecidos, paso a diario», explica el hombre, que califica la situación vivida como «caótica». «Hemos estado ayudándonos unos a otros, a limpiar casas y sacar enseres, electrodomésticos, muebles, colchones... Los alrededores de los contenedores están colapsados».
«Afortunadamente, lo peor nos cogió en casa, lo que nos salvó de sufrir daños pero no nos evitó el susto y la preocupación», comenta Pons. «El agua que ha entrado en las casas era como chocolate, todo lodo. Y en las calles de Alaquàs hay una capa de barro de dos o tres dedos. Es peligroso andar por ellas porque te resbalas». «Aquí no llovió –concluye–. El agua cayó más arriba, tanta que se desbordaron dos barrancos y esa lengua de agua fue creciendo con los aportes de otras, y entrando en los pueblos y arrasándolos».
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