![«Vi los atentados del 11-S desde la ventana de mi casa»](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202109/10/media/cortadas/santiagomoleon-RgnnX8qtAkNbpz9KBJENpXM-1248x770@Hoy.jpg)
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J. López-Lago y Antonio J. Armero
Sábado, 11 de septiembre 2021, 07:38
Hablan del suceso del que hoy se cumplen veinte años como aquel que cambió el mundo que conocíamos. Casi no existe persona adulta que no recuerde qué hacía el 11 de septiembre de 2001, pero solo unos cuantos vivieron de una manera directa aquellos dos ... impactos contra las Torres Gemelas. Estos cuatro extremeños lo rememoran para HOY.
Juan Manuel Benítez Fernel tenía 27 años y llevaba dos viviendo allí cuando ocurrió todo. Vivió los atentados y el proceso posterior de duelo y recuperación. Santiago Moleón hacía turismo y tenía previsto subir a esos rascacielos un día y medio antes del mayor atentado terrorista de la historia reciente. «Acabábamos de llegar y recuerdo que entré en casa de mis suegros –relata este último– y estaba puesta la tele. Se veía lo que parecía un accidente que acababa de ocurrir en las Torres Gemelas, que estaban ardiendo. Al contarlo ahora se me ponen los pelos de punta, y es que un día y medio antes yo había estado allí con mi mujer».
El dueño de este recuerdo es el pacense Santiago Moleón, que se acababa de casar con María José Prieto. Ellos son de las últimas personas que tienen fotos a los pies de lo que fueron las Torres Gemelas. Pasaron la primera parte de su luna de miel en la Riviera Maya y la segunda entre Estados Unidos y Canadá. En este periplo de dos semanas hacían escala en Nueva York y una vez en la Gran Manzana parte del plan era ir al World Trade Center. «Íbamos a subir justo el día antes de embarcar de regreso a España, pero a mí me daba vértigo, así que decidimos quedarnos. En cuanto llegué a España fui a trabajar y ese día ocurrió todo. Hay quien me dice que qué pena no haber estado por allí para vivir semejante experiencia, pero yo prefiero haberlo visto desde aquí».
Hay que decir que esta aproximación a un acto terrorista no fue la primera para él, ya que dos semanas antes un atentado de ETA en el aeropuerto de Barajas en Madrid también pilló allí al pacense Santiago Moleón, quien tampoco olvida en el viaje de vuelta de Nueva York la víspera del 11-S cómo varios pasajeros árabes alteraron el vuelo incomodando a las azafatas con un nerviosismo muy extraño debido a una bolsa de mano que no aparecía. «Después del 11-S leí muchas cosas al respecto, y se supo que había células islamistas relacionadas con aquello repartidas por Europa, algunas asentadas en Barcelona. Luego, con el tiempo, piensas que podía ser algún colaborador huyendo», rememora Moleón, que no ha vuelto a esta ciudad desde entonces pero espera hacerlo en breve con sus hijos.
De manera más directa, el también pacense Juan Manuel Benítez Fernel vivió aquel 11-S histórico. Él es periodista y trabaja en el canal de televisión local NY1, donde dirige y presenta el programa 'Pura política'.
Juan Manuel llegó a Nueva York hace ahora 22 años y sus recuerdos de aquella jornada los narra como si todo hubiera ocurrido ayer. «Era una mañana típica de septiembre en Nueva York, cuando ya no hace tanto calor. Recuerdo que pensé que qué día más bonito hacía. Fui a mi oficina en la calle 57 y el portero me contó que una avioneta se acababa de estrellar. Subí a ver qué pasaba y puse el canal de noticias locales NY1, que curiosamente es en el que trabajo ahora. Entonces ya había Internet pero no redes sociales, y en cuanto puse la tele me llamaron mis padres desde Badajoz porque aquello fue un atentado retransmitido en vivo en todo el mundo. Nueva York, el Pentágono en Washington, el avión que cayó en Pensilvania... Y en cualquier momento podían atacar otro blanco».
Dice este periodista extremeño que al día siguiente recuerda la zona vacía y las calles desiertas. «Durante mucho tiempo hubo una nube de humo sobre la ciudad, pero Nueva York no se para, y pese a un shock de ese calibre, volvió a la actividad y se puso en pie rápidamente la recuperación».
Cuenta Benítez Fernel que cada año cuando llega esta fecha recapitulan qué pasó en 2001. De hecho, justo al iniciar esta charla por videoconferencia acababa de entrevistar a un trabajador de emergencias que actuó tras aquella masacre. Cada año que pasa, dice, se nota más cómo ha cambiado el mundo desde entonces, no solo en aquella 'Zona Cero' hoy dedicada a las víctimas.
«Además de cambiar la manera de montarse en un avión por los controles de seguridad que hay, muchos estadounidenses se convirtieron en sospechosos en su propio país por la procedencia de sus familias o porque iban a una mezquita. En Nueva York la policía aumentó sus recursos y prácticamente se ha militarizado, y en general el gasto en defensa de la mayoría de países ha subido, y es que aquel atentado que forma parte de nuestro imaginario colectivo fue un ataque a la civilización occidental. No hay que olvidar que tanto en España en 2004 como en Londres en 2005 se produjeron también otros ataques, por eso la comunidad internacional se metió luego en aventuras sangrientas, como las invasiones de Irak o la de Afganistán que acaba de terminar de una manera tan desastrosa».
Según explica este extremeño, –también imparte un máster de periodismo en la Universidad de la Ciudad de Nueva York–, la sensación que hay ante este aniversario es la de que ahora se enfrentan a otro reto similar relacionado con la recuperación, pero esta vez por la pandemia.
La crisis del coronavirus ha sido un shock, como lo fue hace dos décadas un atentado que probablemente, nadie imaginó. El 11 de septiembre de 2001 a las 9.03 horas de la mañana –seis horas más en su pueblo, Aldeanueva de La Vera–, Rocío Núñez estaba en la ventana de su casa en Washington Square Park, en el sur de Manhattan. «Llevaba unos minutos asomada –recuerda–, porque a mi marido le habían despertado un rato antes diciéndole que una pequeña avioneta había chocado contra una de las Torres Gemelas, y me insistió para que me asomara a ver qué pasaba. Estaba viendo lo de la primera torre cuando vi aparecer un avión. Pensé 'Ahí viene un avión a ayudar a la gente de la torre donde se ha chocado la avioneta'. Y resulta que el avión impactó contra la otra torre. Vi perfectamente desde mi ventana cómo el segundo avión se metió en la otra torre. Fue impresionante. Algo como de película. Aluciné. Es una imagen que no se me va a olvidar en la vida».
Lo que sucedió a partir de entonces se conoce en todo el mundo, pero no es lo mismo vivirlo por la televisión que a un paseo del lugar en el que todo estaba ocurriendo. «Desde la ventana se lo conté a mi marido –rememora Rocío–. Luego bajé a la calle y había muchísima gente, todos mirando hacia arriba. Subí a casa y llamé a mi jefa, porque no tenía claro si tenía que ir o no trabajar. Como yo sí quería ir, porque no pensaba que lo que estaba pasando fuese para tanto, me dirigí al metro, pero ya no funcionaba. Me di la vuelta y volví a casa, y allí empezaron a aparecer amigos. Nos juntamos como veinte españoles. Estuvimos siguiendo lo que pasaba, todos nerviosísimos, sin saber qué hacer, y luego ellos se fueron yendo cada uno a su casa andando».
Rocío Núñez, que trabaja como estilista y 'personal shopper' (asesora de imagen) conocía una de las torres. La había visitado como turista y también para ver a una de sus clientas. «Yo las llamaba Pili y Mili», evoca la extremeña, que desde esa misma ventana en la que hace veinte años vio estrellarse al segundo avión contra la torre sur, hoy contempla el nuevo edificio del World Trade Center. «Ha quedado muy bonito, con la estación de transportes de Calatrava (el arquitecto español), que ha hecho un buen trabajo, pero claro, me gustaban mucho más las Torres Gemelas».
Esas que ella vio desplomarse con espanto. «Todo en Nueva York se paralizó con los atentados –evoca la extremeña–. En la calle veíamos a las personas venir andando cubiertas de ceniza. Las ofrecías agua y no reaccionaban. Estaban en shock, como todos. Porque era algo que no te podías creer que estuviera pasando... Que esas dos torres tan grandes se cayeran... Es lo más impresionante que he visto nunca».
Veinte años después, «claro que se está recordando mucho lo que pasó», constata. «Todas las noches ponen unas luces muy potentes enfocando al infinito, en memoria de las personas que murieron en los atentados». Rocío Núñez no perdió a nadie conocido ese día, pero sí estuvo a punto. «Tengo un amigo vasco que se salvó porque llegó tarde a trabajar». Y recuerda también el caso de psiquiatra Luis Rojas Marcos, al que conoce. El prestigioso especialista era en esa fecha el presidente de la red de hospitales públicos neoyorquinos –formada entonces por once complejos–, y se salvó gracias a que los teléfonos móviles se quedaron sin señal. Si hubieran funcionado, él no habría abandonado la torre sur para ir a la calle, a buscar un teléfono público desde el que coordinar la emergencia sanitaria. Unos minutos después de que saliera de esa torre, el segundo avión chocó contra ella.
Eso mismo, la caída de la cobertura telefónica, mantuvo a otra extremeña con el alma en vilo durante seis horas. El 11-S, Beatriz Delgado Clemente, de Coria, vivía en Harvard, donde estudiaba Derecho. «Me enteré –recuerda por teléfono desde Estados Unidos, donde sigue residiendo– porque al salir de clase había mucho alboroto, la gente corriendo por los pasillos, y un compañero polaco me contó lo que estaba pasando y me dijo que estaban diciendo que había ya cientos de muertos. Me asusté muchísimo porque mi entonces novio, que ahora es mi marido, estaba allí, en una de las torres. Me fui a mi habitación y le llamé por teléfono, pero estaban todas las redes de comunicación caídas».
Su pareja estaba en la torre sur, la del segundo impacto, porque era allí donde hacían «los 'trainings' (transacciones financieras)», recuerda Beatriz, que regresa a Coria al menos cada verano y cada Navidad. «No conseguí hablar con él hasta las tres y pico de la tarde. Lo recuerdo bien por el tremendo susto y porque coincidía con la hora del telediario en España. En esas seis horas sin saber de él, yo intentaba tranquilizarme pensando que habría podido salir de la torre porque su trabajo estaba en una planta baja, la veintitantos, y él es una persona fría, pero a medida que pasaban las horas y seguía sin poder hablar con él, me costaba más estar tranquila».
En aquella llamada tranquilizadora seis horas después de los atentados, Antonio (español de Castellón) le contó a Beatriz que estaba bien. «Me explicó que habían podido salir de la torre, y que una vez en la calle, decidió alejarse de esa zona. Salió a correr y no paró hasta treinta calles después, que en una ciudad como Nueva York es una distancia importante». Él logró ponerse a salvo, pero no olvidará algunas de las escenas que contempló. «Él vio como a unas 16 personas lanzarse al vacío para suicidarse –rememora la extremeña–. Gente que se tiraba cogida de la mano».
Beatriz Delgado tardó un mes en reencontrarse con su pareja, «porque tras el ataque, la ciudad quedó cerrada y no se podía entrar ni salir de ella». Cuando fue posible, él viajó a Boston y ella pudo abrazarle. Pero el recuerdo de la cacereña no acaba ahí. «Me impactó mucho lo que vino después de los atentados. Nueva York se convirtió en una ciudad fantasma, silenciosa y con un olor a azufre espantoso. Y poco después vino lo del ántrax, que generó también mucha preocupación. Se instaló el miedo a respirar. Fueron unos tiempos complicados». Tanto que veinte años después, los cuatro extremeños que vivieron la tragedia en primera persona, no han olvidado los detalles.
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