Más de 68.000 extremeños pusieron su confianza en Ciudadanos hace poco más de un año, en las elecciones autonómicas de 2019. El partido de Inés Arrimadas consiguió siete diputados en la región, un éxito para una formación tan joven. Es cierto que la mayoría absoluta lograda por el PSOE de Vara hace que el resto de los partidos pierda protagonismo. Pero aún así, un grupo de siete diputados supone un buen capital político para un partido si saben realmente qué quieren y trabajan con ahínco.
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Dieciséis meses después de las elecciones, su líder y cabeza de lista, Cayetano Polo, está fuera de la política y el grupo parlamentario está roto. Todo lo que podía salir mal ha salido mal.
Previamente a la crisis extremeña Cs se desmoronó en España, con la caída récord de 57 escaños a diez. Los errores de cálculo de Albert Rivera han provocado que hoy Ciudadanos esté braceando en medio de la tempestad política para no perecer, y es inevitable que la debacle nacional tenga consecuencias en las autonomías. La euforia general que se vivía antes de las elecciones generales del pasado 10 de noviembre (cuando se esperaba incrementar los 57 diputados y jugar un papel decisivo en la política nacional) se disipó en una noche y el desánimo ha contagiado a toda la organización. Los efectos visibles de ese derrumbe han llegado a Extremadura ahora (aquí todo tarda más en llegar), con la marcha de Cayetano Polo y el enfrentamiento en el grupo parlamentario. Qué parte de la culpa es de Madrid y cuál de los dirigentes extremeños es difícil de saber. Tampoco han explicado demasiado bien qué diferencias tienen, al margen de las habituales luchas de poder.
El resultado, en todo caso, es que 68.000 votantes extremeños se han quedado huérfanos, políticamente hablando.
Cs tuvo en su día la virtud de recuperar para la política a electores de todas las edades y condiciones. Jóvenes y mayores que desconfiaban de los partidos tradicionales y abominaban de sus vicios pusieron la esperanza en un nuevo partido centrista, moderno, atrevido. Un partido sin complejos para denunciar los excesos de los nacionalismos y defender la unidad de España sin caer en lo rancio. Un partido que podía pactar a derecha o izquierda sin perder su esencia liberal y centrista.
Los bandazos que dio Rivera descentraron a Cs y descolocaron a sus votantes, que huyeron en masa el 10-N. Hace menos de un año, pero parece que haya pasado un siglo. La duda que surge ante crisis como la de Cs en Extremadura es si quedan en Ciudadanos dirigentes con el suficiente criterio y autoridad para reconstruir el partido o, al menos, no acabar de cargárselo.
No hay que olvidar que dentro de ocho meses, cuando se cumpla la mitad de la legislatura, está previsto que Ciudadanos se haga cargo de la Alcaldía de Badajoz, de acuerdo con el pacto que alcanzó con el PP. Es un cargo ejecutivo, infinitamente más importante que el de diputado en la Asamblea de Extremadura. Gobernar la ciudad más poblada de la región es algo muy serio. El acuerdo para alternarse en la Alcaldía sigue adelante, según ha reconocido el actual alcalde, Francisco Fragoso, por lo que no debería haber problemas para que Ignacio Gragera se convierta en alcalde de Badajoz en junio de 2021.
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El problema, con mayúsculas, es qué autoridad puede tener un alcalde que pertenece a un partido que está en proceso de autodestrucción. O Cs arregla su casa o el mandato de Gragera como alcalde empezará con mal pie.
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