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Cuando veo a pandillas de adolescentes bailando a las puertas del Palacio de Congresos de Cáceres recuerdo que cada generación tiene sus emblemas y sus ... símbolos. Y quienes ahora se escandalizan de que los jóvenes se sientan orgullosos de su vídeo de baile en TikTok deberían recordar cómo potenciaban ellos su autoestima y su estilo. Cuando yo tenía 17 o 18 años, lo que molaba era llevar en la solapa una insignia de un partido político con su alfiler y su mecanismo rudimentario para clavarla en el jersey. ¿Os imagináis, lectores jóvenes, que me consta que algunos quedan, que en vuestra pandilla hubiera frikis con la insignia del PSOE o del PP todo el día puesta en el pecho? Pues así íbamos muchos de nosotros.
Ahora, el instinto gregario de autoafirmación huye de la política y desdeña los partidos. Los adolescentes prefieren un smartphone, ver en Youtube un baile, memorizarlo, conectar el teléfono a un altavoz por 'bluetooth' y bailar mirándose a un espejo. Por eso escogen en Cáceres las puertas del Auditorio o Palacio de Congresos, porque tiene grandes cristaleras para verse mientras bailan.
Se organizan por el grupo de WhatsApp, quedan en el auditorio y se juntan en pandillas. Como las cristaleras se extienden a lo largo de la fachada, hay sitio para todos. Es Internet en su faceta socializadora. No se quedan en casa mirando el teléfono, sino que gracias a él, salen, se juntan, se reconocen, bailan y se lo pasan bien. Yo diría que muy bien por las risas y aplausos.
Se juntan skaters, traperos (no recogen trapos para vender, simplemente bailan trap), reguetoneros (¿existe esa palabra?) y mirones y se lo pasan bien. Suelen escoger espacios con wifi gratis. Quienes mejor bailan se convierten enseguida en efímeros influencers, ya sean 'swaggers' o canis, que de todo hay en la viña de Instagram, Youtube y TikTok.
Además de bailar, se hacen cientos de fotos, que luego seleccionan y van racionando: material de reserva para poder sorprender en las redes durante unos días. Y además de bailar y fotografiarse, también se retratan (mejor los retratan porque en los selfis sales peor que en las fotos con la cámara trasera del móvil) cuando llevan un 'outfit' guay, o sea, cuando se sienten guapas y guapos con la ropa que se han puesto ese día. Nada nuevo bajo el sol. Que tire la primera piedra quien no se haya sentido guapo con su prenda favorita un día en particular en tiempos adolescentes.
Sin embargo, pasan algunas señoras y desprecian: «Estas muchachas están tontas». ¡No te digo!, las listas eran ellas cuando se llenaban de laca y «anda que te ondulen con la permanén». Y pasamos los señores y también despreciamos: «Estos jóvenes están echados a perder, con tanto baile y tanta pose, han perdido la conciencia reivindicativa». Claro, aquí estamos los héroes antifranquistas, que porque un día corrimos delante de los grises ya nos creemos Che Guevara.
Además, tanta pose tenía un servidor cuando cada mañana cogía el pajarito rojo del PSP y se lo prendía en la rebeca como esos muchachos que cada mañana suben un selfi y una canción a las 'stories' de su Instagram. Si yo fomentaba mi autoestima con la política en aquellos tiempos de la Transición, ellos se reafirman 'online' con sus hazañas, su moda urbana y sus manías de ir a las tiendas, probarse ropa 'to guapa' y 'to flama' y fotografiarse con ella, pero no comprarla, o viendo 'vines', o sea, vídeos cortísimos con un toque de humor que, la verdad, solo entienden ellos, al igual que aquella jerga política que tanto nos emocionaba solo la entendíamos nosotros.
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