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Bares. La cantidad de ellos que hay por habitante en este país asombra a los propios españoles, uno por cada 225. Extremadura no es una excepción y siempre hay alguno cerca de cualquier hogar. Pero cada vez menos. La cifra de bares solía crecer cada año pues cuando uno no funcionaba lo habitual era que traspasara el negocio a otro empresario y en esa barra no cesaba la actividad. Hasta ahora.
Por un lado, la estadística del sector indica que crece el número de empleados en la hostelería, pero baja el número de empresarios dedicados a esta actividad.
Según los datos del Ministerio de Trabajo, en 2019 había en Extremadura 7.922 autónomos dedicados a este tipo de servicio, cifra que bajó en un 1,1% respecto al año anterior. El descenso fue algo más acusado en la provincia de Badajoz (un 1,2% menos) que en la de Cáceres (que registró un 0,9% menos de autónomos).
Por otro lado, remontándonos en el tiempo se observa que en el año 2010 había en la región un total de 5.628 bares, cifra que ha ido decreciendo hasta los 5.076 de la actualidad, un descenso del 9%, lo que significa 552 bares menos que hace nueve años.
En toda España, en los últimos ocho años se han producido 19.300 cierres, a una media de 2.400 al año, por lo que el fenómeno afecta a todo el país y no es exclusivo de Extremadura.
Las primeras explicaciones a este descenso de establecimientos donde tomar algo señalan a la España vacía y cómo la despoblación está provocando estos cierres. «Muchas localidades por muy pequeñas que sean tenían al menos su bar, pero algunas ya ni eso y esto afecta al resto porque hay menos gente y por tanto también cierran los comercios. Solían ser negocios familiares que ya no encuentran relevo generacional porque el hijo o la hija prefiere otra alternativa», señala Manuel Moreno, presidente de la Confederación de Empresarios de Turismo de Extremadura.
Inocencio Rodríguez | Alcalde de La Lapa (292 vecinos)
Un ejemplo, La Lapa, 292 vecinos según su alcalde desde 2003, Inocencio Rodríguez. Él siempre conoció tres bares en su pueblo, situado en la provincia de Badajoz a diez kilómetros de Zafra. Pero le consta que llegó a haber cinco. En la actualidad solo quedan dos y uno de ellos, de nombre La Fanega, es de titularidad municipal. Es algo así como un servicio social más, explica. «Como La Fanega era demasiado grande después de siete años se fue al de la piscina, que abre de jueves a domingo. Los ayuntamientos los sacamos en concesión por un alquiler mínimo y en realidad es un gasto, pero se considera un servicio. Un bar es la alegría de la huerta. Si no hay en el pueblo un sitio para juntarse y charlar con los amigos entonces estaríamos en un desierto. Yo creo que siempre debe haber no uno, sino dos abiertos para que la gente no se canse de ir siempre al mismo sitio».
En España el sector turístico analiza su evolución diferenciando entre Alojamiento y Restauración. Este segundo grupo, dedicado a dar de comer y beber, es el más numeroso con mucha diferencia pues representa el 88,9% del total de negocios de este ámbito. Se diferencian en establecimientos de comidas (restaurantes y cafeterías), colectividades y catering y establecimientos de bebidas (bares). Este último apartado, el de bares, es el que tiene más presencia con una representación del 58,3% (183.106 locales en el país). Sin embargo, es el único que ha decrecido en número (en un 0,6%) cuando todos los demás han crecido entre 2018 y 2019, según el Anuario de Hostelería España publicado el año pasado. Los datos de Extremadura coinciden con esta tendencia nacional.
Manuel Moreno señala un punto de inflexión: la Ley antitabaco que entró en vigor el 1 de enero de 2011. «A partir de entonces muchos locales de hostelería perdieron clientes y en el caso de las discotecas se notó mucho más porque lo habitual era permanecer en el interior varias horas consumiendo y al tener que entrar y salir para fumar se rompe el ritmo y la gente consume menos, lo que afecta a la caja», apunta el representante de Cetex.
Lo común es que cuando un bar cierra se traspase a un nuevo inquilino. ¿Pero qué ha pasado con ese más de medio millar de bares que se han perdido? «Hay que tener en cuenta –prosigue Manuel Moreno– que el precio de una cerveza desde hace diez años oscila entre 1 euro y 1,30, y el de las copas entre los 5 y 6 euros. Sin embargo, en ese periodo la factura de la luz ha subido un 200%, el convenio colectivo ha aumentado el sueldo base y también ha subido la cuota de autónomo».
Según sus cálculos, el alquiler de un local de unos 150 metros cuadrados en una zona céntrica de Badajoz con buen paso de gente se va a los 2.500 euros al mes, y si la calle está en la periferia o en una zona menos transitada no suele bajar de los 1.200. Esto suponiendo que el local ya esté montado, añade Moreno, porque hacer la barra, ponerle una cocina y terminar de equiparlo puede suponer una inversión de 150.000 euros.
Atendiendo a la estadística de Hostelería de España, los cierres se han dado sobre todo en la provincia de Cáceres. Si a los bares les sumamos los restaurantes, cafeterías y catering, la provincia de Badajoz ha sumado 62 negocios más de restauración el año pasado, mientras que la de Cáceres perdió 270 en el periodo transcurrido entre 2010 y 2019.
Pero aunque cierren bares, el volumen de negocio que generan permanece casi intacto. La facturación a nivel nacional del sector de la hostelería aumentó un 18% entre 2010 y 2018, hasta los 123.600 millones de euros, si bien no en todos los territorios se dio esta subida. De hecho, en Extremadura retrocedió un 1,6%, el mismo porcentaje que en Murcia, aunque regiones como Asturias tuvieron un comportamiento bastante peor. La comunidad extremeña presentó sus mejores cifras de facturación en 2011 con una producción de 1.364 millones de euros, cifra que empezó a decaer hasta cambiar de nuevo la tendencia en 2017. El pasado año la hostelería de la comunidad extremeña cerró con 1.342 millones de facturación, según el último dato de Hostelería de España.
Moreno, de Cetex, tampoco pasa por alto que el poder adquisitivo es menor que hace diez años en Extremadura. Así, para contextualizar los datos anteriores en términos relativos es oportuno apuntar el gasto medio por habitante al año en comidas y bebidas. En Extremadura en 2018 fue de 736 euros, la segunda cantidad más baja del país y que solo supera al gasto de los canarios (703 euros).
Como referencia valga la cifra de 2008, cuando la crisis aún no era evidente y los extremeños gastaban 815 euros al año, la cantidad más alta desde entonces hasta la actualidad, por lo que el descenso en un decenio ha sido del 9,7%, el tercero más acusado de todo el país. El último dato disponible, de 2018, revela que el gasto medio en España es de 1.057 euros al año.
Hay que decir no obstante que pese al cierre paulatino de bares que está experimentando la región, este tipo de negocios sigue sosteniendo la hostelería y aportando un porcentaje significativo a la riqueza de Extremadura. Según el anuario Hostelería de España, que maneja datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el valor añadido que deja la hostelería en sus respectivos territorios es altísimo en Baleares o Canarias, donde casi una quinta parte de la riqueza la aportan bares y restaurantes, un 21,3% y un 18,6% respectivamente. En Extremadura esa aportación es del 4,3%, por debajo de la media nacional, que se sitúa en el 6,2%. Hay seis comunidades donde el peso económico de la hostelería es menor que en Extremadura.
De lo que no cabe duda sin embargo es del nicho de empleo que suponen los bares. Se trata de un sector muy masculinizado (en el alojamiento no se da esta circunstancia) y donde los jóvenes de entre 25 y 30 años cada vez se sienten menos atraídos. Pero la hostelería en general sigue creando empleo. Según la última Encuesta de Población Activa de 2018 este sector tenía 22.825 ocupados en la región. La cifra es la mejor desde 2011, cuando había 16.025. Por efectos de la crisis, estos números comenzaron a descender en 2014 y en 2016 y 2017 se situaron por debajo de los 20.000 ocupados, si bien en 2018 la cifra volvió a repuntar hasta los 22.825 ocupados.
Como conclusión se puede apuntar que bares en los pueblos cada vez hay menos, pero su presencia sigue siendo un motor económico y social tanto en España como en Extremadura.
Alfonsa Calderón | Alcaldesa de Capilla y dueña de un bar
Alfonsa Calderón es alcaldesa de Capilla, un pueblo de La Serena con 189 habitantes. También ejerce de hostelera. Tiene un bar, Los Faroles, el cual perteneció a sus padres y en el que ella trabajó durante 38 años. Ahora lo tenía alquilado a un hostelero, pero lo dejó y no sabe si lo reabrirá. También tiene un pub, el Amazares, alquilado a otra persona. El tercer bar es La Loba, que pone 'cerrado', pero abre unas horas por la mañana y La Ermita, una concesión municipal. No son pocos bares para 189 vecinos, sin embargo, Alfonsa recuerda que hace unos años había tres más que han cerrado.
«Un bar representa mucho en un pueblo. Ahí se queda con los amigos en los ratos de ocio y en nuestro caso, que tenemos un castillo precioso y un pantano, viene gente en verano y los fines de semana que necesita un lugar donde parar, por eso cada vez que cierra un bar se le quita mucha vida a un pueblo».
Ella –prosigue la alcaldesa– abandonó la hostelería porque era muy sacrificado. «He tenido mi bar y mi pub, el problema es que se trabaja demasiado. Yo no cerraba ni un día, no me iba ni de vacaciones, pero de ahí hemos sacado adelante las carreras de nuestros hijos».
Precisamente en el relevo generacional Calderón ve un problema para que sigan sobreviviendo muchos bares en los pueblos. Su familia es el mejor ejemplo. Con una hija ingeniera de telecomunicaciones, un ingeniero agrónomo y el pequeño, de 21 años, con un grado superior, sabe que ninguno de ellos será la tercera generación que se gane la vida detrás de una barra. «Esto pasa en muchos pueblos, que el bar era de sus padres y sus hijos ahora no lo quieren».
Encarna Díaz | Tiene un bar en Alconchel
Alconchel, pueblo de la provincia de Badajoz de tamaño medio (1.700 habitantes), tenía en los años ochenta, solo en la Plaza de España, doce bares, recuerda Encarna Díaz, que acaba de abrir el suyo el pasado 1 de diciembre, El Terrero, un pequeño local por el que paga 260 euros. Ahora quedan ocho bares y la mayoría se concentran en la travesía de la carretera Ex-107. La mitad son de titularidad municipal y funcionan a través de concesiones. Otro de ellos solo abre los fines de semana y, en general, en invierno cierran a las nueve de la noche.
«He firmado por un año y luego veré. Me gusta la hostelería, pero desanima. Pasas fuera todo el día y cuando llegas a casa ves que apenas has hecho caja». Aún así, las navidades han sido buena época, igual que el verano, la Semana Santa o fiestas puntuales. «Ahora llegan los peores meses, si acaso se anima algo a principios de mes cuando la gente cobra las ayudas», dice esta extremeña que ha visto cerrar ya varios bares.
Encarna emigró a Mallorca con 19 años. Al regresar a su pueblo con 27 decidió seguir en la hostelería. «Estuve cinco años de autónoma y con mi marido cogí el bar de la piscina, pero no iba demasiado bien, así que cogí otro más pequeño donde se pagaba menos de alquiler, La Cueva, de vinos y aperitivos, algo sencillo, pero en un pueblo siempre van los mismos y sale lo comido por lo servido. Aguanté tres años y me retiré de la hostelería. Pero me llamaron para el hotel del pueblo, que tiene un bar, y seguí, esta vez por cuenta ajena. De esto hace cuatro años, éramos dos empleados y el negocio aguantó siete meses, o sea, otro bar que cerró. Hace poco reabrió, pero fue un fracaso. Tengo cuarenta años, y mis opciones eran volver a emigrar o abrir otro negocio en mi pueblo porque mi hijo de once años no quiere irse».
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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