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Debo pertenecer a una cada vez más pequeña y excéntrica minoría, pero la moción de censura de Vox me ha parecido una inesperada bendición para nuestro país, a pesar de que casi todos los que firman columnas de opinión la han despreciado. Unos echan en cara a Abascal que haya hecho perder al Congreso de los Diputados dos días que podrían haber sido muy provechosos para discutir sobre cómo hacer que el virus que nos está poniendo otra vez contra las cuerdas no termine con nosotros por K.O. Otros, más severos, tachan lisa y llanamente al líder de Vox de irresponsable y de párvulo en política, pues su moción habría de servir sobre todo –como así ha sido– para fortalecer al Gobierno y mostrar sin ningún género de dudas que hoy por hoy no existe alternativa en nuestro país a otro gobierno que no sea el que encabeza Pedro Sánchez, poniendo de paso en evidencia la soledad del partido censurador.
Todo eso es verdad, pero todo eso lo doy por bien empleado a beneficio de inventario ante los 34 minutos en que el presidente del PP, Pablo Casado, dió una implacable y merecidísima tunda a Santiago Abascal.
Unos han visto esos 34 minutos como una maniobra táctica del PP para desengañar a quienes podrían pensar que ese partido se encaminaba a convertirse en una especie de monaguillo de Vox; es decir, un discurso oportunista para marcar distancias ante la maniobra de Abascal de presentar una moción de censura aparentemente contra el Gobierno de Sánchez cuya factura habría de endosársela a Pablo Casado. Otros se preguntan si esos 34 minutos son el principio de un cambio de rumbo o no y ponen en duda su alcance futuro. Yo doy por buenas todas las hipótesis porque todas son posibles y muy razonables, pero quiero quedarme con lo que ahora mismo tengo, que no me parece poco: con que por encima de ellas el discurso de Casado contra Vox es, para la política de nuestro país, uno de esos fogonazos que dejan al descubierto que este podría ser un país infinitamente mejor del que es desde el punto de vista político. Y es que durante 34 minutos España no fue España; esta España, al menos. España, durante el discurso de Casado, pareció Alemania, Francia, Italia, países no precisamente peores que el nuestro, de los que más nos valdría aprender más de lo que lo hacemos, en los que hay una derecha que ha sabido aislar políticamente y no dar ni un milímetro de ventaja a la extrema derecha. Pues bien, ese momento dichoso fue posible porque Abascal presentó su moción de censura. ¿No es eso impagable? ¿No es un bendito caso de alguacil alguacilado? ¿Es que no se ve el valor que tiene para nuestro país que el partido del que ha surgido Vox le censure de una vez por todas su ideología xenófoba y machista, su aspiración única a dividir a nuestro país a base de sembrar el rencor y su voluntad de abocarnos a un futuro tenebroso? No sé qué pasará en el futuro, pero de lo que no tengo duda es de que nuestra convivencia sería más fuerte si, a partir de ahora, los de Vox no se pudieran esconder ni siquiera de los del PP.
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