Va bajando el sol y empieza a subir la intensidad de la berrea en Monfragüe. Como cada año, los ciervos despiden el verano y saludan al otoño con una pelea que es la banda sonora de algunas dehesas extremeñas. Ocurre ahora en el parque ... nacional, pero también en la sierra de san Pedro o en la reserva regional del Cijara.
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Son más de las nueve de la noche, y en mitad del campo, junto al portón de una finca, Cristina Gutiérrez López ha abierto el maletero de su todoterreno de ocho plazas y ha montado en dos minutos un aperitivo tardío que sabe a recuerdo feliz. Ha sacado cervezas, y un poco de queso, chorizo y morcilla patatera. Y unos picos de pan. Corre la brisa y no hace ni frío ni calor.
Ese rato de comer, beber y hablar casi a oscuras dura unos veinte minutos. Y en todo ese tiempo no dejan de oírse los berridos, que son como demostraciones de poderío de los ciervos para alejar machos y acercar hembras. Es un aviso para navegantes, algo así como decirle a todos los otros de su sexo 'Aquí estoy yo'. Una advertencia que estos animales repiten y repiten durante horas y horas y días y días.
Es un sobreesfuerzo que llega a agotarles. Y quizás sea justo esto lo que le ocurre a ese bareto, pobre, que no se mueve un centímetro. Parado ahí, entre encinas, parece estar posando a la hora del crepúsculo para los tres fotógrafos que Cristina lleva hoy en su Nissan.
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La joven es licenciada en Ciencias Ambientales y técnica de deportes de naturaleza. Y empresaria. Su negocio se llama Ecoturismo Monfragüe, y entre otros servicios (rutas senderistas o en bici, avistamiento de aves, visitas a parajes escondidos como el Salto del corzo o la Portilla del boquerón) hace de guía formada, pedagógica y simpática. Propone sentir la berrea de cerca y lo consigue.
Ella entra con su coche en fincas privadas a las que no acceden muchos más y donde abundan los ciervos, aunque conviene que el visitante tenga claro de antemano un detalle importante: ver y escuchar la berrea es también una cuestión de suerte.
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Porque los ciervos son salvajes, huyen de los humanos. Y ver más o menos ejemplares, más o menos lejos o cerca, depende de tantas variables que es imposible garantizar nada.
En el safari del pasado miércoles hubo suerte. Empiezan los caminos y al poco aparece ya la berrea, que casi siempre primero se oye y después se ve. Surge en el aire el sonido contundente y las cabezas se giran hacia el lugar de donde procede. Y por ahí, entre los marrones y verdes del paisaje, asoman las ciervas corriendo y luego, achinando los ojos, surgen las cuernas del macho que quiere a todas las hembras para él y cuanto más cerca mejor.
«La berrea empieza con las primeras lluvias del final del verano y la bajada de temperaturas», explica Cristina Gutiérrez antes de poner en contexto a los acompañantes de hoy. En dos trazos, explica qué es la dehesa a los de la prensa y a una pareja de un pueblo de Badajoz aficionada al campo, los animales y la fotografía de naturaleza. Tanto él como ella llevan buenas cámaras y potentes objetivos, con los que juegan cada vez que el coche se para.
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«Ahí, a la derecha, debajo de la esa encina grande», sitúa la guía. Lo dice en voz baja, y a partir de ese aviso, el coche se silencia. Se apagan el motor y las conversaciones, y lo que haya que decir se musita. Se oyen solo el campo, los berridos, algún pájaro que se ha autoinvitado a la fiesta y se escuchan los obturadores abriéndose y cerrándose compulsivamente.
El ciervo se gira, mira de frente al coche y ese es el momento, ahí es cuando todos los disparadores se aprietan a la vez. El ideal de foto es que el animal berree, con el cuello girado y la boca abierta, que es como estos animales presumen de vigor.
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Esta es una guerra de egos y apetitos en la que gana el más fuerte. A veces, las menos, eso implica chocar las cuernas. «Las peleas entre ciervos son muy difíciles de ver», cuenta Cristina, que le ha ensañado Monfragüe a turistas de media España y media Europa. Sobre todo de esa Europa tan aficionada a la ornitología, los belgas, holandeses y alemanes. Desde allí viaja gente al norte extremeño durante todo el año para ver pájaros, porque entre el parque nacional (18.300 hectáreas, unos treinta kilómetros de largo por siete de ancho) y su reserva de la biosfera (otras 116.000 hectáreas) reúnen una diversidad de aves difícil de encontrar en otro sitio del mundo.
Y en esta época, la que va del 15 de septiembre al 15 de octubre –día arriba o abajo según las lluvias y las temperaturas– también está la berrea, que debe verse al amanecer o al atardecer. Estos son días claves para los ciervos, que aspiran a formar un harén lo más grande posible. Las hembras que ganarán unos serán las que pierdan otros. Es la ley de la berrea.
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