Bomberos extremeños tratando de desatascar una alcantarilla este viernes en Catarroja, Valencia. JLG
HOY, en la zona de la catástrofe

Bomberos extremeños en Catarroja: «Sabíamos que veníamos al caos»

Efectivos de varios parques de la región han sido desplegados en este pueblo de Valencia arrasado por el agua, donde tras achicar sótanos ahora retiran barro en un ambiente que describen «como una guerra»

J. López-Lago

Catarroja

Sábado, 9 de noviembre 2024, 07:44

Son casi las siete de la mañana en Catarroja, aún no se ha hecho de día. Una vecina de este municipio valenciano ha visto desde la ventana al camión de la basura y baja. Va en bata y botas de goma. Les pide a ... los operarios que a la vuelta de la esquina, donde vive su madre, también se lleven por favor la basura de los contenedores, que huele cada día peor. «Ya han apartado los muebles, pero la basura se acumula cada día. Es insoportable ya», ruega pinzándose la nariz. Le dicen que por ahí no caben sus camiones, pero lo intentarán a pie, que les señale dónde.

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Todo el mundo ayuda a todo el mundo en Valencia. Pero son tantas las tareas pendientes cada día en Catarroja, las rutinarias y las provocadas por el dantesco temporal de hace diez días, que parece imposible imaginar el momento en que alcanzarán la normalidad. Este pueblo arrasado por el agua no es un pueblito. Está en el cinturón metropolitano de Valencia, pero 'google' revela que viven ahí 29.000 personas, casi el doble que en Navalmoral de la Mata. Y no hay una sola esquina que no esté manchada de barro. Con todo, el panorama mejora un poquito cada día. Ya se puede circular por algunas calles, por ejemplo.

De esto saben bien los cientos de bomberos extremeños desplegados allí. Ayer viernes José Antonio Rejas, perteneciente en este caso al Infoex, señalaba la marca del agua de una clínica veterinaria de la avenida donde trabaja y la raya le llegaba por encima de su cabeza. «Llevamos aquí toda la mañana quitando lodo con palas porque la alcantarilla no traga y no podemos usar agua a presión, ahora mismo se empieza a ver el bordillo de la acera, ¿lo ves? Para nosotros eso es una victoria porque hace unas horas no se veía, era todo un mar de lodo», relataba ayer orgulloso este pacense apoyado en su pala.

Bomberos de la Diputación de Badajoz este viernes en Catarroja. JLG

Que se distingan los bordillos no es un tema menor. A medida que va subiendo el sol esto es un correteo de gente que desde el aire parecerían hacendosas hormigas. La gente avanza a tientas midiendo cada paso y el bordillo de la acera bajo el barro significa caer de bruces. Por no hablar de cualquier otro elemento arrastrado al centro de una calle, compo hierros que además pinchan ruedas de todoterrenos. Si en un primer momento las tareas de los bomberos se centraron en el rescate de personas, ahora mismo ayudan a despejar calles. Y lo que surja, claro, pues en sus camiones hay herramientas para casi todo. «Y si falta algo siempre hay un vecino dispuesto a ayudar. Es impresionante el ambiente que se ha creado a nuestro alrededor. Ellos nos ven y nos ofrecen un cargador para el móvil, un café o colirio, lo que puedan, están deseando ayudarnos también», decía ayer a primera hora Cristian Montesinos, al frente de un retén de bomberos perteneciente al segundo relevo que ha llegado con el escudo del Ayuntamiento de Badajoz. Son ocho.

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«Esto es un caos, pero sabíamos que veníamos al caos -prosigue este bombero municipal de 38 años-, y que a ese caos hay que irle poniendo orden como en un puzzle. La prioridad como bomberos al llegar era salvamento y rescate. Luego ha habido muchos garajes inundados que había que desaguar para rastrear coches. A los revisados le hacíamos una cruz con un spray. Y si se encuentra un cadáver se informa para que nadie haga el mismo trabajo dos veces. Después ha cambiado el tipo de tarea. Ahora nos está tocando vaciar cuartos de contadores en los portales para que vuelvan a tener electricidad y los vecinos puedan volver a cocinar, asearse... de hecho los primeros días se hacía cola para comer. Esto al llegar era zona de guerra, y ahora ese caos se va ordenando, pero muy poco a poco porque el desastre es brutal, jamás hemos visto algo así. Esto es el apocalipsis. En la tele se ven cosas, pero en puntos muy focalizados, cierta calle o supermercado. Yo tengo recuerdo de la riada de Badajoz, pero fue en algunos barrios solo, ¡pero es aquí son pueblos enteros, es todo, cuarenta kilómetros antes de llegar ya se veían coches volcados!».

Un canal que parecía inofensivo

De no ser porque predominan las sonrisas de camaradería y porque el enemigo está en retirada, lo de zona de guerra es una expresión acertada y muy extendida. De repente sobrevuela un helicóptero, se escucha un mensaje por altavoz dirigido a la población o el intencionadamente molesto silbido de las sirenas atraviesa el ambiente. Todo el mundo va manchado, todos. Se ven hasta blindados con ruedas diseñados para matar que ahora tiran de camiones atascados, entre otras utilidades.

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Desde Extremadura también ha llegado maquinaria pesada cuyo primer reto ha sido acceder hasta esta otra zona cero, como Paiporta o Algemesí. En Catarroja todo sirve, o va sirviendo, para apartar enseres embarrados que ha arrastrado la corriente, la cual muchos vecinos no saben ni que estuviera viva. Hasta que el agua trajo sus papeles y le recordó al plan de urbanismo lo que pertenece a la naturaleza. Y es que su Ronda Norte da a un cauce hormigonado que allí llaman 'El Barranco'. Un Policía Local llegado de Madrid vigilaba ayer el puente de acceso al pueblo, de unos cien metros, para que las personas no se acercasen demasiado a la barandilla, derruida en su parte central. Decía asombrado que los vecinos le habían contado que 'El Barranco' siempre está seco. «Por lo visto por ahí pasea la gente a sus perros», contaba señalando el aspecto actual del canal, con un hilillo de una cuarta de agua y todo destruído a ambas márgenes.

En Catarroja hay efectivos policiales y cuerpos de bomberos de todos los puntos de España. Y ayer una avenida -avinguda Generalitat Valenciá- de unos 300 metros de largo con un bulevar arbolado en el centro que seguramente era precioso hace un par de semanas fue tomada por extremeños. Ahora la zona es marrón y había allí varios camiones autobomba del Infoex, uno de ellos con una bandera extremeña en un lateral. En los capós de los turismos los mandos desplegaban mapas de la zona. En total, el Infoex, que habitualmente se dedica a incendios forestales en verano, ha traído a Valencia diez camiones autobomba y diez 'pick up' más dos excavadoras, dos volquetes y cuatro coches de coordinación de mando. Solo el jueves vaciaron entre 12 y 14 camiones por la mañana y entre 6 y 8 por la tarde. Eso son más de 20 cargas de 3.500 litros de agua a presión para alejar el maldito lodo por las alcantarillas.

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Pero al día siguiente, es decir ayer viernes, todo cambió. «Nos han encomendado quitar barro en calles donde no pueden entrar máquinas. Lo malo es que no podemos trabajar con agua a presión hoy porque en este alcantarillado se ha solidificado el barro y no traga. Eso hace el trabajo más penoso. Lo que nos gusta es limpiar locales de la gente porque hay contacto, todo es más humano, hablas con las personas, pero ahora toca quitar este barro de las calles y estamos aquí para obedecer órdenes», explicaba ayer Rejas, que lleva ocho años en el Infoex.

Un cementerio de coches

No muy lejos, en la calle Torero Antonio Carpio, trabajaban ayer desde las ocho de la mañana bomberos del Ayuntamiento de Badajoz y bomberos voluntarios de Navalvillar de Pela que habían venido bajo el mando del retén de bomberos de la Diputación de Badajoz (CPEI), que luego se desplazó a la vuelta de la esquina. Este es una especie de equipo que combina estos días en Valencia a efectivos de varios parques de la provincia. «Se trabaja desde el viernes pasado con relevos de cuatro días. Primero el grupo fue de 12 y ahora de 6. Todo el mundo quiere ayudar, pero no todos pueden venir. Si quisiera traer cien bomberos vendrían los cien. Todos los compañeros mandan mensajes para ofrecerse, es increíble», decía este viernes Hipólito Rodríguez en un receso. Lleva 26 años de bombero y estuvo en la riada de Badajoz, concretamente en Valverde de Leganés, «pero no tiene nada que ver, esto es una pasada. Como si hubiera caído una bomba...».

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Los símiles bélicos no cesan, aunque las calles de Catarroja también admitirían algo así como adentrarse en un videojuego. Consiste en avanzar por sus calles tentando cada paso con las botas de goma allí donde el barro aún llega a los tobillos y sortear excavadoras y todo tipo de maquinaria afanada en apartar lo que se considere un obstáculo. Los pitidos de la marcha atrás son parte del ecosistema y dejan de ser efectivos. Las personas, con uniforme o sin él, se advierten unas a otras de cuando está reculando un bulldozer, o si un camión cargado con tres coches apilados y el conductor en lo alto avanza casi sin visión por una calle atestada de gente. Y es que por Catarroja estos días, con decenas de fallecidos allí censados y donde no hay tiempo para el luto, las jornadas son trepidantes. La gente viene a ayudar en patinete y bicis eléctricas. Se aplaude desde las ventanas cuando se libera un portal y lo mismo un grupo de adolescentes caminan en hilera blandiendo escobas, que unos abuelos reparten comida o seis vecinos sacan a pulso a la acera las máquinas de un gimnasio para enjuagarlas con una manguera. «¡Se vende todoooo!», grita un dueño musculado que va a tardar en volver a entrenar.

Al lado de esta última estampa que ayuda a redibujar cómo era antes la vida, aparece otro camión de bomberos al que una chica con el pelo a lo afro y de color rosa se ha acercado a ofrecer café. En el vehículo pone Cáceres. Son del SPEI, el consorcio de su Diputación Provincial para extinguir incendios. Cuentan que ese vehículo pesado con su bomba de achique y herramientas de todo tipo se queda en Valencia y con los vehículos ligeros van y vienen a Extremadura para darse el relevo cada cuatro días.

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Fernando Albacete Anquela, jefe de parque en Navalmoral de la Mata y estos días en Valencia. JLG

A los seis efectivos que ayer trabajaban en Catarroja los coordina Fernando Albacete Anquela. «Los primeros hicieron mucho achique de agua en garajes y ahora queda menos agua y hay mucho lodo», resume. Anquela, como lo llaman todos, lleva casi 33 años de bombero, tiene ya 59 y no quiere ni oír la palabra jubilación. Es jefe de parque en Navalmoral de la Mata y su veteranía es un buen termómetro para medir la dimensión de lo que tiene ante sus ojos. Menos los relacionados con el fuego, todas las tareas que se requieren hoy en Catarroja las ha hecho por separado alguna vez y siempre a una escala menor, nunca todas juntos y con esta dimensión. «Aquí tienes todos los trabajos que te puedes imaginar relacionados con el agua, con reventar accesos porque se han inundado sótanos y lo de dentro se ha movido contra la puerta, forzar persianas de locales, achicar agua, quitar lodo, sacar coches, rescate de animales... esto es un curso acelerado e intensivo, y eso que los primeros días todo habrá sido más complicado y de mayor peligro. Ahora hay que estar alerta y no relajarse porque hay muchos camiones alrededor trabajando», contaba ayer este extremeño cuya zona de trabajo tiene vistas a un cementerio de coches.

Es el típico aparcamiento en las afueras al que hace días se dirigen máquinas con coches ensartados y los van depositando unos encima de otros de la manera más ordenada posible. Para que dejen de estorbar se van creando 'morgues' de hierros, chapas abolladas y lunas rotas que crecen a lo alto y a lo ancho por horas. El veterano Anquela, fuera de micrófono y rascándose la barbilla mientras desfila ante él el enésimo cadáver con ruedas, confiesa desde una calle de Catarroja, Valencia, que eso no, eso no lo ha visto jamás.

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