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CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO
Sábado, 8 de agosto 2020, 09:35
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CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO
Sábado, 8 de agosto 2020, 09:35
AUNQUE fue en contra de todo buen juicio, simplemente tenía que hacer la foto. Viajas alrededor del mundo y pronto descubres las diferencias entre dónde se puede y no se puede hacer fotografías. Selfies al atardecer para tu cuenta de Instagram están bien, pero si están al lado de un complejo militar o un laboratorio secreto, es mejor que la tomes con discreción o esperes hasta el próximo cielo anaranjado. Eso es, por supuesto, si no quieres enfrentarte a preguntas incómodas que no se centran exactamente en lo satisfecho que estás con el buffet del hotel.
Pero esta, tenía que tenerla.
Ya habíamos estado viviendo en Azerbaiyán varios meses y casi nos habíamos acostumbrado a los siempre presentes rostros bigotudos del gran líder o de su padre fallecido adornando las calles. En algunas fotos estaban vestidos en uniformes militares que estallaban en las entrañas. Otros los vieron tratando, y fracasando, de lucir elegantes con sus trajes a medida de Savile Row. Pero las más cómicas fueron aquellas en que los vestían con prendas tradicionales, retozando con sus súbditos. Súbditos que habrían sido fritos en aceite si se hubieran negado a participar en el montaje. Esta, sin embargo, era diferente.
Estábamos en la región de Nagorno-Karabaj, cerca del frente donde soldados azeríes y armenios todavía se miran a través de sus armas, cuando lo vi. Allí estaban, padre e hijo juntos con gafas de sol oscuras y jerséis de cuello alto de los años 60, pareciéndose a villanos que acababan de salir de una película de James Bond.
Salí del coche, levanté la cámara e hice la foto cuando vi por el rabillo del ojo a unos militares, con sus inconfundibles sombreros de estilo soviético, que comenzaban a gritar y correr hacia mí. A pesar de que probablemente solo iban a demandar un pequeño soborno para ayudar a alimentar a sus familias, no me apetecía pasar por estas elaboradas ceremonias y salimos pitando.
Siempre he tenido cierta curiosidad morbosa por esas absurdas imágenes omnipresentes de Queridos Líderes y sus homólogos cercanos, los Monarcas. ¿Para qué sirven realmente las fotos de acción de los villanos de Bond antes mencionados, fotos hechas jirones del Rey de Marruecos en las tiendas más remotas del Alto Atlas, el Rey-Dios de Tailandia mirándote desde un marco oxidado o la Reina de Inglaterra estampada en cada moneda en Canadá? ¿Son intentos desesperados de validar constantemente su dominio sobre los demás? Como carteles de 'Se Busca' pero 'En Busca'... de adoración. ¿O simplemente son gestos narcisistas para apaciguar los egos hiperinflados de personas cuyo estatus les lleva a creer que son superiores al resto de los mortales?
Vístelos como quieras, pero eso no cambiará el hecho de que sus posiciones son inmorales e injustos. Disfraces a un rey como un gran guerrero, un diplomático cosmopolita o incluso un mono de circo, y eso no cambiará el hecho de que una monarquía hereditaria es tan anacrónica como un hombre fuerte en el Cáucaso o dictador con un corte de pelo horterísimo en Corea del Norte. Es hora de que estos ídolos se retiren de las paredes y se coloquen en los cajones polvorientos de la historia donde pertenecen.
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