¿Qué ha pasado hoy, 7 de febrero, en Extremadura?

MUCHOS días me despierto contrariada, o me despierto y no quiero levantarme, o me duele la cabeza o el cuello o hace demasiado frío. Entonces me tomo un café. Una vez intenté dejarlo porque me daba ansiedad, eso pensaba yo; y entonces me puse tan triste que me daba igual la ansiedad. Volví al café. Una de mis cosas favoritas es tomar café. Qué tendrá que ver el café con el dolor. No sé. Si no se me ocurre qué escribir o no quiero trabajar, si no saldría a la calle por nada del mundo, quizás sí a tomarme un café en ese sitio.

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Es una historia preciosa, una historia africana. Al pie de las colinas del Ngong. Ay, cómo me gusta esa novela, y la película. Una granja cafetera al suroeste de Nairobi, en Kenia. Pero esta es otra historia, que empieza en la provincia de Kaffa, en las tierras altas de Abisinia, la actual Etiopía, y crece de forma silvestre donde viven los oromo, los larari, los amhara y somalí. El pastor Kaldi descubrió las propiedades maravillosas del café observando a sus cabras después de pastar donde esos arbustos de las bolitas rojas. Los oromo continúan preparando el café de la manera tradicional, utilizando todas las partes de la planta: las hojas en una infusión llamada kuti, las pieles en la que llaman hoja, una decocción diluida con leche, y los granos, ligeramente tostados, en el bunna qela, que lleva mantequilla y sal. Parece que los guerreros oromo usaban estas bolitas de café con mantequilla como raciones en expediciones guerreras.

En el buna, el rito tradicional para preparar el café negro, se muelen los granos tostados en un mortero, y se prepara en el jebena, una cafetera de arcilla típica etíope; al final se condimenta con granos de cardamomo negro, raíces de jengibre o canela, dependiendo de la zona. Me parece que puedo imaginar el olor.

Abd Al-Qadir al-Jaziri dejó escrito que, desde Etiopía, el café llegó a Yemen a mediados del siglo XV. Los sufíes lo usaban para permanecer despiertos y concentrados durante sus oraciones; y que posteriormente se extendió a Arabia, donde se le llamó qahwa, vigorizante. El arcángel San Gabriel fue enviado para reconfortar a Mahoma cuando estaba enfermo, alicaído por sus preocupaciones; le dio un brebaje para que mejorara. Y mejoró.

El uso del café se extendió al mundo laico y los cafés –kahwe khaneh– proliferaban en ciudades como El Cairo o La Meca. La gente se reunía a conversar, escuchar música o jugar ajedrez. Los imanes ortodoxos decían que el Corán prohibía el café, y que los cafés eran una amenaza a la estabilidad política y social.

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Cuando vacío la cafetera, los restos se los echo a las macetas. Tengo los coleos más salvajes del mundo. Tienen mucho nitrógeno, potasio, fósforo y otras cosas; creo que a las rosas les sientan de maravilla.

De las pocas cosas alegres que pasan últimamente en el mundo me quedo con las plantas, las historias y el café.

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