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La calle San Pedro de Alcántara de Cáceres es la milla de oro de la ciudad. En ella o en su entorno están el colegio ... más chic, el partido político más cool, la zona de vinos más in y la tienda de electrónica más aparente. Además, cuenta con las boutiques de moda más prestigiosas y con los despachos profesionales más respetados. San Pedro de Alcántara es la calle de la 'beautiful people' cacereña y solo en la esquina donde antes estuvo el cine Astoria se vislumbra un toque mesocrático e interclasista: abre un bar popular que le da cierto aire de normalidad a la calle más pijiloca de la ciudad con su terraza, una isla abierta a todo el mundo donde es difícil ver a Cayetanos y Tamaras.
La calle de los creativos, los financieros, los altos funcionarios y los bajos y los jubilados con fachaleco tiene un prestigio acrisolado que viene de años. Sus boutiques Rafael, Elpidio y Leo, La Pochola, Galerías Madrid o Kuka mantenían bien alto el pabellón de la elegancia cacereña y las mamás que amaban cuadritos y volantes podían vestir a sus niños con estilo principesco en Prenatal. Y cuando la moda se galleguizó y se abrazó a la arruga bella, a la línea austera y al tejido sedoso y grato, San Pedro de Alcántara fue la calle escogida para instalar las tiendas del garbo supremo y posmoderno con la apertura, puerta con puerta, de las estrellas del buen gusto galaico: Adolfo Domínguez y Roberto Verino.
Cerraron algunos comercios, más por jubilación que por ruina, pero abrieron otros y llegaron los vestidos de novia y madrina más excelsos y los restaurantes más renombrados del gastrolujo asequible. Comida japonesa e italiana cocinada con originalidad y buen gusto, cocina caprichosa a precio razonable. Decir San Pedro de Alcántara era decir Serrano, Passeig de Gràcia, Uría, Larios, Achúcarro, Sierpes o Colón.
Sin embargo, algo está pasando en la calle más exclusiva. Un vendaval de cierres está modificando su oferta comercial, la ciudad permanece atenta y el Cáceres aspiracional se palpa el Barbour y se mesa las patillas cortijeras preocupado por este sindiós de emblemas borrados, escaparates empapelados e incertidumbre general. Si nos vulgarizan San Pedro de Alcántara, ¿qué nos queda?
Ha cerrado Prenatal, que, la verdad sea dicha, se había llenado de Celestes y Emmanueles en detrimento de los Borjas y las Montañas. Ginos ya no le da a la calle el toque parmesano ni la pincelada boloñesa y la catástrofe se ha hecho tangible cuando Adolfo Domínguez nos ha dejado sin funcionalidad, distensión ni desestructura.
Pero no hay que preocuparse porque la marca de clase seguirá rociando de frufrú privilegiado la calle de la emulación. Ahí está el Gran Café, que anuncia cambio de concepto y reforma terapéutica. Que ya era hora porque, la verdad, desde que perdió su aura noble de madera y clasicismo dejó de ser lo que era, aunque las clientas de toda la vida siguieran abonadas a sus tortitas inmortales. Y ahí está la pastelería de bollería sana con sus cheesecakes estilo New York.
Aunque lo mejor de todo es el anuncio del desembarco en Cáceres de un Santagloria Coffee Bakery donde hasta ahora estaba Adolfo Domínguez. Es una cadena de panadería, pastelería y cafetería con 190 locales repartidos por España y notoria por sus Flat Croissants, sus Reglorias y sus Benditas Cookies. Es verdad que este negocio ya abre en El Faro, pero no es lo mismo un centro comercial rayano que una calle escogida ni abrir al lado de un Primark que al lado de un Roberto Verino. Así que la pijicalle de Cáceres se reinventa, cambia la trama del lino por la textura de la cookie pistacho y no pierde cayetanía ni tamarismo.
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