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«Hay caras nuevas desde que empezó la pandemia», explica Tania Pizarro mientras recoge las bolsas de comida que le dan una vez al mes en la parroquia San Juan de Ribera de Badajoz. «A mí me daba reparo al principio, vergüenza. Pero decía: si están aquí para ayudarnos a nosotros». Esta pacense ha notado el cambio de perfil en la cola que se forma los sábados, la llegada de vecinos que antes no habían tenido que pedir ayuda. «Se les nota un poco avergonzados, con la cabeza gacha. Son gente con buena ropa, pero la situación es la que es».
La cola se forma poco después de las once de la mañana. Muchos de los asistentes ocultan el rostro cuando ven al fotógrafo. Cáritas ha citado a 22 familias, que suman 54 miembros, para darles su aportación mensual. En total esta parroquia socorre a 86 familias, están casi al límite, aunque en el peor momento del confinamiento alcanzaron el centenar. «Todo el desempleo llegó de golpe», explica Eduardo Núñez, responsable de Cáritas en esta iglesia.
En total, el Banco de Alimentos atiende a 15.500 familias en la provincia de Badajoz, 2.500 más que hace un año y esperan que los datos empeoren. La presidenta de la entidad, Cristina Herrera, destaca que el perfil ha cambiado, que principalmente son desempleados o personas afectadas por los ERTE que nunca antes habían tenido problemas de este tipo.
Eduardo Núñez añade que son más jóvenes y también ha cambiado la nacionalidad. «Antes la mayoría eran inmigrantes y ahora los españoles que atendemos duplican a los extranjeros».
En la cola del sábado en San Juan de Ribera hay jóvenes parados, la mayoría con hijos pequeños, varias abuelas que se hacen cargo de sus hijos y nietos y algún jubilado cuya pensión se queda muy corta. Todos coinciden en que esta aportación es fundamental para ellos y que los voluntarios son muy amables, pero también en que quieren dejar de pedir ayuda y que ojalá dejen pronto su sitio a otro.
Tania Pizarro es la primera en entrar. Esta joven tiene 33 años y un hijo con autismo. Cuenta con un ingreso mínimo vital de algo menos de 500 euros y su única fuente de empleo, la hostelería, no contrata. «Cuando he trabajado, cuando no me ha hecho falta, he dejado de venir. Creo que otra persona puede estar viniendo en mi lugar, pero después se me complicó la cosa y otra vez he tenido que volver».
Pizarro busca trabajo, pero le resulta difícil encontrar algo compatible con el cuidado de su hijo. «Mi abuela, que es la 'bisa' del niño, me echa una mano, pero solo se puede quedar con el un rato. Yo busco trabajo de 9 a 2, pero te dicen que para eso te quedes en casa».
«Aquí me han ayudado mucho con el bebé. También en la asociación de la calle Afligidos porque en leche y potitos se te va un dineral», relata.
Los alimentos también suponen una gran ayuda, según reconoce Tania. «Te dan bastante leche, aceite de oliva y girasol. También atún, sardinitas, magro... Te quitan de algo. Luego tienes que comprar verdura, fruta, la carne, pero te dan legumbres, pasta y más o menos te puedes apañar. A lo mejor son 50 o 60 euros de compra que están muy bien».
A veces, explica esta madre, algún proveedor dona alimentos más especiales y ese reparto supone una alegría, «algo diferente», como patatas fritas, galletas especiales o algo navideño.
La parroquia, además, completa su ayuda con otros gestos como «libros para el niño cuando hay, o ropa para el nene cuando llega». A este respecto, Eduardo Núñez agradece las donaciones, especialmente de los fieles de la parroquia y la colaboración del párroco. «En esta iglesia se mima a Cáritas». Eso les permite comprar más productos para completar los del Banco de Alimentos, pagar medicamentos, facturas o incluso el alquiler en algunos casos para evitar que desahucien a alguna familia.
Una de las personas que destaca en la cola es una joven pacense que, tal como destaca Tania, está bien vestida y se esconde cuando ve al fotógrafo de HOY. No quiere dar su nombre, pero está agradecida al trato recibido por Cáritas. «No pensé que me vería así y hay gente, hasta de mi familia, que no sabe que vengo».
Nicolás Chirán es otro de los primeros usuarios en llegar. Es de Rumanía, pero lleva 15 años en España. Es pintor y albañil, pero no tenía trabajo y logró pagar el carné para conducir camiones con mucho esfuerzo. Finalmente encontró empleo, «pero me separé. Tengo dos niños pequeños y la custodia la tengo yo porque ella no quiere hacerse cargo».
«Las rutas que me salen, para Portugal, son para pasar noches fuera y no puedo con los niños, tienen 12 y 11 años. Hay que llevarlos al colegio, cuidarlos. Tengo familia aquí, y me ayudan, pero no puedo echar los problemas míos a su cargo. Ellos también tienen lo suyo». Depende del ingreso mínimo vital y de Cáritas. «Esta ayuda supone mucho. Es muy importante para mi. Nos dan un poco de todo y, si haces cuentas, es un dinero del que dependes».
La ayuda que se lleva va en función de cuántos son en su familia, en su caso tres. Los voluntarios van metiendo en la bolsa 1 litro de aceite, 1 kilo de harina, 3 paquetes de atún... Este inmigrante da las gracias pero, como todos, sueña con ser independiente. «Me gustaría tener mi trabajo, no venir aquí y dejar a los que son más necesitados», explica este padre, que añade busca«cualquier trabajo». Por ejemplo, «repartir con un camión más pequeño por la ciudad, aunque puedo conducir trailers. Mientras que pueda compartir el tiempo con los niños y esté en casa todos los días, me da igual el empleo. Si me ofrecen limpiar en la calle, también. Lo que sea. No le diría no a ningún trabajo».
Cuando Nicolás termina de recoger sus bolsas, ayuda a una madre a cargarlas en su coche. Luego se despide de los voluntarios. Mientras, una mujer mayor ha pedido sentarse en un sofá porque no aguanta de pie. Viene desde su casa empujando un carro para recoger las donaciones.
No quiere dar su nombre, pero tiene 74 años y perdió su casa en la riada que asoló Badajoz hace 23 años. Recuerda mucho su vivienda. «Era muy bonita». Ahora reside en un piso con una pensión de unos 300 euros y con dos nietos a su cargo. «No tengo más remedio que venir aquí. Tengo para luz o para agua pero los niños necesitan muchas cosas», reconoce emocionada.
En una mañana llena de historias tristes, el momento alegre lo pone Greisir Raúl Velasco que ha venido a despedirse. A Eduardo Núñez le cuesta no abrazarlo para mantener las medidas de seguridad, pero le agarra los brazos y los aprieta con orgullo. «Cuídate».
«El otro día por fin les llamé para decirles que ya no necesitaba ayuda y fue...», dice y se interrumpe por la emoción. «Estoy contento».
Greisir llegó a España hace dos años con estatus de refugiado. Le acompañaron su mujer, su hija y su hermana. En Venezuela trabajaba en un grupo de rescate y cuando tuvieron lugar las manifestaciones masivas contra el Gobierno por el estado del país, lo relacionaron con la oposición. Él asegura que ni siquiera los conocía. «Pero comenzaron a pagarlo con mi familia y me retiraron el carné de la patria, que es con el que puedes comprar comida».
Le gustaba su país, «pero tuve que marcharme, no fue agradable». Llegó a Badajoz porque fue acogido en el Hotel Cervantes, el centro de refugiados que lleva Cruz Roja en la capital pacense. «Vine con mi permiso de trabajo y dispuesto a trabajar en lo que fuese. Mi hermana también encontró ocupación en un bar, pero justo lo cerraron porque empezó el confinamiento».
«Seguí saliendo a buscar trabajo, pero en los sitios a los que iba, que me acogieron muy bien la verdad, me decían que tenían a sus empleados en ERTE», se lamenta. No le quedó más remedio que pedir ayuda para comer, pero su insistencia tuvo premio. «Un cliente que conoció mi hermana me llamó para entrar de aprendiz a poner suelos de madera y se me da bien, hay que ser detallista y me gusta. Nos llaman mucho para trabajar, hasta de Andalucía, y es una estabilidad», dice sonriendo.
Su hermana también ha logrado encauzar su carrera. «Ella estudiaba tercero de Medicina cuando se tuvo que venir. Ha hecho un curso sociosanitaro y ha encontrado trabajo en Tarragona», dice con orgullo.
Los voluntarios se despiden de Greisir con cariño. La mayoría son personas mayores. A pesar de estar en el grupo de riesgo, han continuado trabajando. «Sabemos que nos la jugamos», admite Paco, uno de los jubilados que carga con bolsas, «pero hay que ayudar. Volvemos a tener muchísima gente, como en la anterior crisis».
La próxima semana el Banco de Alimentos lanzará una alerta para pedir leche porque sus reservas se agotan. Los alimentos que recaudaron en Navidad se terminan y temen que los próximos meses sean críticos.
En la actualidad ayudan a 15.500 familias en la provincia de Badajoz, un 16% más que hace un año. «Y yo preveo que lo peor llegue en los próximos meses cuando la gente salga de los ERTE y suba el desempleo», se lamenta Carmela de Lope Sanabria, gerente del Banco de Alimentos.
La situación de las reservas es complicada, entre otros motivos, porque no pueden realizar eventos, una de sus fuentes de ingresos. «La gente se sensibiliza en Navidad, pero las familias comen todo el año», dice la gerente preocupada.
Cristina Herrera, presidenta del Banco de Alimentos, da las gracias por todas las aportaciones públicas y privadas y también por el esfuerzo de las asociaciones y parroquias que han aumentado su trabajo, ya que realizan los repartos.
En Zafra, por ejemplo, el Ayuntamiento ha tenido que intervenir por el aumento de demanda. «No son las familias vulnerables de toda la vida. Son los que han pasado por un ERTE o se han quedado sin ingresos», explica José Carlos Contreras, alcalde de la localidad que considera, que el Consistorio tenía que intervenir. «Para eso está la administración».
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Fernando Morales y Sara I. Belled
Álvaro Rubio | Cáceres y María Díaz | Badajoz
María Díaz | Badajoz
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