![Juan Federico I de Sajonia, el obeso traidor al que Carlos V perdonó la vida](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/pre2017/multimedia/noticias/201605/12/media/cortadas/JUANFEDERICO_xoptimizadax--575x323.jpg)
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MANUEL P. VILLATORO - ABC
Jueves, 12 de mayo 2016, 19:02
La figura de Juan Federico I (Elector de Sajonia y Duque de Sajonia-Wittenberg, entre otros cargos) ha sido olvidada por el tiempo debido a su escasa importancia política. Sin embargo, la Historia sí recuerda que sus excesivos kilos le terminaron costando 5 años de cautiverio. Y es que, mientras trataba de huir a caballo después de haber sido derrotado en la batalla de Mühlberg por las tropas de Carlos V -entre las que había soldados de los Tercios españoles-, su montura acabó extenuada por su peso y se detuvo. Un contratiempo que hizo que fuera capturado por los hombres del Emperador después de una heroica lucha.
Juan Federico I, declarado enemigo de Carlos V, empezó a adquirir cierta importancia cuando se reunió junto a otros nobles alemanes en la ciudad de Esmalcalda en 1530. Y es que, allí decidieron enfrentarse al Emperador Carlos V reivindicando su derecho a elegir el protestantismo como su religión. Así fue como, en los años siguientes, la conocida como «Liga de Esmalcalda» empezó a plantar cara a las tropas imperiales y a sus ejércitos a base de espada, pica y arcabuz.
Primeros movimientos
Tras multitud de contiendas (y de derrotas), en el año 1547 los protestantes decidieron enfrentarse por enésima vez al Emperador. Logró reunir un ejército de entre 20.000 y 25.000 infantes y de -aproximadamente- 5.000 jinetes para hacer válidos los derechos de la Liga. Una idea feliz que terminó enfadando más de lo deseable a Carlos V, quien reunió a sus hombres y les hizo marchar sobre la misma Sajonia.
A finales de marzo, Carlos en persona se lanzó contra los protestantes y, al final, les dio caza en Mühlberg (un pequeño pueblo ubicado en la orilla derecha del Elba). Para desgracia del elector, sus fuerzas habían sumaban entonces 6.000 infantes y 3.000 caballeros, mientras que las imperiales eran de 20.000 hombres a pie y 6.000 jinetes.
De carro a caballo
El elector, que solía desplazarse en carro, prefirió aquel día, y se embutió en su armadura tamaño XXL, se puso un cinto del mismo tamaño y se armó con su espada para plantar batalla de la forma más digna posible a lomos de un caballo.
No obstante, aquella imagen valerosa le duró poco. Concretamente, se extendió hasta que -ese 24 de abril- una avanzadilla de las fuerzas de Carlos V logró cruzar el Elba y se abalanzó sobre sus tropas. En ese momento Juan Federico, con su obesa figura encima de un jamelgo que apenas podía sostenerle, ordenó a la caravana de intendencia de su ejército y a sus cañones retirarse.
Con su ejército en desbandada, Juan Federico decidió que la escasa honra que todavía le quedaba no merecía ser guardada y salió a galope tendido sobre su jamelgo en dirección norte. Pero lo que no sabía es que, para entonces, el caballo ya estaba tan cansado por soportar su peso y el de su armadura, que no tardó en desfallecer y perder velocidad.
«Su obesa figura (y la armadura talla extra grande destinada a protegerla) era demasiada carga para su sufrido frisón. En el bosque de Schweinert (dos kilómetros al nordeste de Falkenberg) Juan Federico fue interceptador. Sin montura (o carro) sobre el que escapar de los hombres de Carlos, y sin aliados que le defendiesen del enemigo, el elector se dispuso entonces a vender cara su vida a base de espadazos. Desenfundó y combatió como si le fuera la vida en ello hasta que fue desarmado.
Al final, fue capturado por Thilo von Trotha, uno de los caballero de Mauricio de Sajonia. Para entonces su rostro lucía una fea herida en la mejilla izquierda que sangraba considerablemente. Por su parte, su captor no tardó en entregarle al Duque de Alba, quien portaba unas armas doradas y blancas y que, según el cronista Luis de Ávila y Zúñiga, «venía lleno de sangre de las heridas que traía».
El destino del elector
Llegada la noche, y con la batalla finalizada, Carlos V solicitó ver a su prisionero. Cuentan las crónicas que Juan Federico llegó a lomos de su caballo, chorreando sangre por la herida que tenía en la cara y totalmente extenuado la jornada. «Juan Federico, llegando donde estaba el Emperador, quisose arrojar del caballo [por respeto] para irle a besar las manos. Mas su majestad no le consintió que se apease, porque lo vio tan cansado y lleno de sangre que no tuvo tanto lugar en el enojo, que no lo tuviese mayor la clemencia y la piedad», explica Nuñez de Alba en su obra.
Minutos después se dio una situación sumamente tensa cuando el orondo elector se dirigió a Carlos como «Emperador invictísimo». Y es que, el «César» le respondió airado que llevaba toda la guerra llamándole solo «Carlos de Gante» y solicitando a todos que hiciesen lo mismo como una forma de desprestigiarle. «El Duque [elector] se enojó tanto con esto que menospreciando su fortuna, con ánimo más de vencedor que de vencido, le dijo que hiciese lo que quisiese y que en su poder estaba; y con un meneo de la mano y de la cabeza quiso demostrar en cuan poco temía perder su estado y su vida», completa el cronista. Aquella tensión solo terminó cuando el Emperador ordenò que se retirase y le condenó a muerte.
. Sin embargo, el 5 de mayo varias personalidades del ejército imperial tales como el mismo duque de Alba o el elector de Brandemburgo solicitaron clemencia para él. El Emperador aceptó, aunque se tomó su ansiada venganza contra aquel rollizo enemigo.
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