Basta ya de correr! Exclama la abuela mientras sus nietas y nietos, sin hacerle el menor caso, dan vueltas alrededor de la mesa de la cocina donde ella está preparando la comida.
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Los gritos de alegría, las risas desordenadas, las pequeñas voces agudas van subiendo ... el volumen y las carreras alocadas se aceleran. La abuela tiene miedo de que esas risas terminen en llanto. Sabe por experiencia que es muy habitual. Un tropiezo, una caída y la atmósfera de fiesta se transforma en tragedia.
De los labios se le escapa una sonrisa. Es el recuerdo de sus propios hijos asistiendo horrorizados a la visión de su abuelo arrancándose los dientes de la boca. Sin sangre.
–Pero, ¿queréis hacerme caso? ¡Parad ya de correr o sucederán cosas terribles!
Como es natural nadie le hace ningún caso. Es demasiado divertido correr y correr, reir y reir.
Esos días de reuniones familiares, en que te juntas con un montón de niñas y de niños que nunca ves, pero sabes que los tienes que querer. Sabes que son de tu tribu y que de alguna manera misteriosa y mágica, compartís un vínculo que os obliga a veros dos veces al año, y pasarlo bien.
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No saben aquellas pequeñas criaturas desbocadas, alejadas de las normas cotidianas, de los horarios y las costumbres, que hay abuelas con superpoderes. Abuelas capaces de entregarse a si mismas, enteras o en partes, a la causa de la armonía familiar.
Y así, en medio del barullo, la abuela se pone de pie, deja de lado las verduras que están sobre la mesa, algunas enteras y otras en partes, tejiendo una alfombra en una gama de verdes que haría enrojecer de envidia a cualquier prado del norte.
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Abre la abuela los botones de su blusa, lentamente, uno a uno con la calma que se espera de su edad, con la calma que ella espera de aquellas hermosas criaturas.
Ahora sus nietas y nietos recuerdan, con horror, algo que ha pasado en otros viajes.
Se hace el silencio.
Justo antes de que haga su aparición esa pieza de aspecto entre sugerente y asqueroso.
–Así me gusta más–, dice la poderosa abuela.
El solo pensamiento de verla, ha logrado el milagro.
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La abuela regresa a su posición sedente, ante la mesa, y reacomoda en su pecho esa parte no orgánica que equilibra su volumen. Vuelve a abrocharse los botones, uno a uno.
Todo el mundo conoce de oídas a la prótesis voladora. Su fama ha recorrido cientos y miles de kilómetros. Su fama ha llegado a lejanas naciones.
La amenaza surte efecto.
No es necesario que vuele la prótesis, con el gesto es suficiente. La calma regresa a la cocina, y la tragedia se aleja en el horizonte.
Los rostros infantiles se vuelven hacia la abuela, todas las sillas alrededor de la mesa son ocupadas, y un sin fin de preguntas inocentes llenan el espacio.
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La abuela responde con calma, mientras desgrana en la olla las verduras limpias y troceadas.
Perder un pecho y adquirir superpoderes para la paz, que de algo sirva estar a las puertas de la muerte, y sobrevivir.
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