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Harper Lee ·
«Para poder vivir con otras personas tengo que poder vivir conmigo mismo»Carmen Ibarlucea
Sábado, 17 de agosto 2024, 08:05
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Harper Lee ·
«Para poder vivir con otras personas tengo que poder vivir conmigo mismo»Carmen Ibarlucea
Sábado, 17 de agosto 2024, 08:05
En la vida no todo puede ser sufrir. Te lo dice una activista por los derechos humanos.
La realidad es que el mundo no va muy bien. Entre el cambio climático, los desplazamientos masivos, las guerras de alta y baja intensidad, la lucha por las ... materias primas versus la conservación de los entornos naturales y la forma de vida tradicional, la esclavitud humana que vuelve en múltiples formas, a veces incluso apoyada por la ciencia médica. La censura de los medios de comunicación, el comercio de especies, las campañas contra los derechos más elementales, las granjas de ganadería industrial, el deseo de que regrese la familia tradicional, donde la mujer tiene un papel subordinado de cimiento invisible, los feminicidios que crecen en el mundo. La LGTBIfobia, la gordofobia, y tantas fobias que nos ahogan. La violencia vicaria, la violencia entre iguales, tantas violencias que ahora tienen apellidos y salen a la luz.
La lista de las cosas que van mal es interminable.
¿Quién puede vivir sabiendo todo eso?
Entiendo que muchas personas prefieren no saber. Prefieren mirar solo de cerca, a lo inmediato, a lo amable: su familia, sus amistades de toda la vida, al perro que duerme a su lado y come cada día, al gato que se estira indolente y se afana por alcanzar una mosca en la ventana.
Porque sabiendo todo eso, ¿cómo puedes mantener la esperanza?
Pero puedes. Ya lo dice el poeta francés.
«Mi pequeña esperanza es la que se acuesta todas las noches y se levanta todas las mañanas y duerme realmente tranquila.»
En la vida no todo puede ser sufrir.
Y salgo del local donde, pobre ignorante, doy clase de lengua castellana a personas que hablan inglés, francés, árabe y su propia lengua materna. Camino hacia el autobús, y me siento en la parada. Aún no sé dónde voy.
No estoy sola en el mundo. Tengo una familia que me quiere, mucho. Tengo unas amistades que me quieren, mucho. Pero he elegido el camino de la soltería acompañada. Me gusta llegar a casa y estar a solas conmigo. Ponerme cómoda y hacer lo que me da la gana.
Pero a veces, prima sobre la soltería la palabra acompañada. Y sin rubor uso los avances tecnológicos y en derechos humanos. Abro en mi teléfono móvil una aplicación que me conecta con otras como yo, o casi. A veces tengo algún mensaje, a veces escribo a alguien. No hay reglas, salvo la buena educación, y esa es la parte divertida.
Me defino a mí misma, en los espacios íntimos, como una úrsula. Nadie se lleva a engaños. Soy una mujer preciosa, de formas generosamente voluptuosas. Mi vientre y mis caderas no caben del todo, aún, en una pantalla de cine, pero estamos en ello.
Mi aplicación informa que tengo un mensaje. «¿Hace una copa de vino?» Y allá que me voy. Una copa de vino, algo que picar, buena conversación y quizás algo más.
Algo más puede empezar por un baile. Me encanta bailar. Salsa, cabaret, danza oriental y pole dance. Tengo el ritmo en el cuerpo y fuerza suficiente en los brazos y las piernas como para hacer frente a un intensivo en casi cualquier disciplina.
Y me río alocadamente.
¿Una mujer frívola? No, no lo soy. Soy el hombro que consuela en la dificultad. Soy quien tiende una manta y quien rellena formularios para demandar asilo. Soy quien reparte comida cuando es necesario, y soy casa de acogida para gatos que han perdido su hogar. Y lo soy porque río, porque bailo, porque converso con desconocidas con una copa de vino entre las manos.
Pero las desconocidas a veces dejan de serlo.
A veces, las desconocidas saben escuchar. Saben mirarte y saben dejarse mirar.
A veces, las palabras te llevan al deseo de tocar. Y las conversaciones y el baile, se hacen densas, los cuerpos parecen más presentes y el olor cambia. Y sabes que la noche va a terminar bien.
La piel cuando habla nos dice una verdad sencilla: estamos vivas y eso hay que celebrarlo.
Y todo alrededor se vuelve íntimo. Ya no importa el ruido, ya no importa la música, y la conversación se habla en clave de dos.
Los ojos miran húmedos, y las manos buscan apoyos. Los dedos se entrelazan. Mi boca busca tu oído mientras mi brazo rodea tu cintura. Ya no eres una extraña para mí. Quizás mañana sí.
Y me separo muy despacio, rozando tu mejilla. En el recorrido puedo aspirar tu olor mezcla de piel, esencia de vainilla, y sudor. El contacto termina o comienza, con un beso en los labios. Los labios siempre son el principio. Se entreabren para ofrecer una promesa de húmeda intimidad. Los labios cuando besan repiten el patrón de confianza que nos hace saber que podemos relajarnos, que no hay peligro alguno. Que todo va a estar bien.
Me detengo en medio de la danza. Tomadas de las manos, nos besamos. Tomadas de las manos salimos del local.
Si hay algo placentero es caminar por la calle enamorada.
Y nos vamos entrelazando. Jugando a conocernos la piel, los músculos y las grasas. Los pezones marcados ahora bajo la ropa, tendentes a la libertad del encuentro. La vagina expectante, húmeda y dilatada, deseosa de apretarse contra alguien o entre las manos compartidas.
En la vida no todo puede ser sufrir.
No tomamos un taxi para llegar a casa. Nos damos tiempo y esperamos el autobús. El autobús es mucho más sensual. Cuando estás excitada, el suave traqueteo del vehículo en su parte posterior es un preámbulo de placer. Y el hormigueo que sube desde los glúteos hasta el vientre, te hace reír y te suelta la lengua, cargada de palabras que no se pueden repetir cuando la embriaguez del deseo te abandona.
Nos reímos por la calle, entre carreras para llegar a casa. Hemos estirado tanto el tiempo, hasta llegar al encuentro total, que ahora sentimos que las entrañas nos van a estallar.
«¿Eres creyente?», pregunto cuando la puerta, por fin, se cierra tras de mí. Me miras asustada. Es una broma que no puedo evitar. Siempre me propongo en la primera cita no decirlo, pero luego sin poder evitarlo sale de mi boca… y por unos segundos parece que todo se va a acabar.
Me río a carcajadas. «Yo en estos momentos soy creyente agradecida. Pienso que dios, por alguna razón inexplicable, se vio obligado a premiar a las mujeres y nos dio un clítoris y la capacidad para tener múltiples orgasmos.»
La tensión se disipa. El vino se disipa. La mente está lúcidamente enfocada en el placer. Los cuerpos desnudos son hermosos a la luz de las manos.
Y las manos inundan los cuerpos de luz al penetrarlos. En la vida no todo puede ser sufrir.
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