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Casarse en una fortaleza
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Semana del amor ·
En invierno, empiezan a llegar tarjetones anunciando banquetes nupcialesComo estamos en la semana del amor, algunas parejas de novios escogen estas fechas para anunciar sus esponsales. Al menos eso acabo de comprobar al bajar a recoger el correo y encontrarme un sobre de color crema con ribetes dorados. Me imaginé una boda y ... exacto, se trataba de una invitación a una ceremonia de casamiento y posterior banquete, que se celebrará el próximo mes de julio y, ¡oh, qué sorpresa!, tendrá lugar en una fortaleza. ¿No se podrían casar en un hotelito con salón nupcial? Pues no, el banquete, la fiesta y el baile serán en un fortín medieval.
Hará quizás medio siglo que se pusieron de moda las bodas en castillos, fortalezas y casas fuertes. También en mansiones y cortijos de grandes fincas. El caso es ser original. Casarse en un hotel o en un complejo hostelero no es chic, no asombra a los parientes de Bilbao, no emociona y las fotos son sosas. Mucho mejor una instantánea de los novios mirándose arrobados con una torre del homenaje al fondo que con un macetero decorando el instante.
Las bodas castellanas empezaron tímidamente, pero ya se han disparado y no hay fortín de Extremadura que no haya sido contratado por un restaurante o un servicio de catering extremeño, madrileño o andaluz para atender banquetes de boda. Hoy, o sirves los volovanes en un patio de armas o sufrirás para sacar adelante tu empresa de bodas, banquetes y comuniones.
Casarse en un hotel o en un complejo hostelero tiene la ventaja de que en el salón, la temperatura es la ideal y se puede regular según avance la noche. Los cortadores de jamón pueden trabajar sin agobios calurosos, la comida no sufre si es mediodía y hace calor ni se llena de mosquitos si es de noche, cuando en la oscuridad del patio de armas no sabes si estás comiendo presa o solomillo, gyozas de gambas o croquetas de carabineros.
Además, en el hotel o complejo aparcas fácilmente y te trasladas hasta el comedor por pasillos amplios y cómodos, sin accidentes ni incidentes. Pero en la fortaleza, ¡ay en la fortaleza! He asistido a bodas en las que se rompieron once tacones de zapatos de señoras porque claro, te trasladas del polvoriento parking a la casa fuerte por un sendero con salientes, piedras y agujeros donde corren peligro el calzado, el pie y la estabilidad. Si protestas, siempre está el padrino que sale al quite y avisa: «¡Es que es un castillo!».
¡Coñe!, pues claro que es un castillo y se levantó en el siglo XIII para defenderse de los almorávides, no en el siglo XXI para casarse. Porque parece que más que ir a un banquete, estás cercando la muralla y preparándote para sitiarla desde las faldas tortuosas de la colina fortificada.
Pero ya estás sentados sin menoscabo, cenas sin saber si algún insecto se ha colado en el tartar o comes apiadándote de los goterones de sudor del cortador de jamón. Avanza la noche y como no sea un día de calor extremo, entra un biruji de madrugada que provoca, a los postres, imágenes tan sugerentes como decenas de señoras abrigándose con los manteles. Y al acabar, te vas a encontrar un control de alcoholemia sí o sí. A veces están tan cerca que, la verdad, podrían ponerlo en el puente del foso y así quedaba más propio.
Pero todo esto da lo mismo. Aunque nos quejemos de los mosquitos, de la rasca, de los tacones rotos y, si hay viento, del solomillo con polvo, al llegar la semana de San Valentín sentiremos la llamada del amor, contrataremos el banquete nupcial y, desde luego, lo celebraremos en un castillo, en un alcázar, en una casa fuerte, en una fortaleza, en un cortijo… No vamos a ser menos que los vecinos.
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