![Así es la central nuclear de Almaraz por dentro](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/05/17/sala_de_control_2-R6C4DUVT7tgCdBnPw5NxweJ-1200x840@Hoy.jpg)
![Así es la central nuclear de Almaraz por dentro](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/05/17/sala_de_control_2-R6C4DUVT7tgCdBnPw5NxweJ-1200x840@Hoy.jpg)
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Al otro lado de esta puerta, una de las más grandes, seguras y vigiladas de Extremadura, hay una garita de seguridad, y tras tanta verja y valla y vigilante surge algo así como una ciudad en miniatura, con sus edificios, sus carreteras con velocidad limitada, ... su equipo de bomberos, destacamento de la Guardia Civil, servicios médicos, embalse propio y algunas particularidades, como los códigos de colores, el CAGE o la 'losa Fukushima' que la hacen única. Es la central nuclear de Almaraz, la planta de producción energética más importante de España, y uno de los grandes temas de la actualidad regional desde antes de su apertura en 1983. Lo es más todavía ahora, cuando afronta un momento clave en su vida, el de aclarar de una vez si va a cerrar o si seguirá abierta.
Sus dueños (Iberdrola, Endesa y Naturgy) y el Gobierno alcanzaron en marzo de 2019 un acuerdo: la unidad uno cerrará en noviembre de 2027 y la dos en octubre de 2028. Pero un lustro después de ese pacto alcanzado en una madrugada de negociaciones, ni siquiera los firmantes del trato saben con certeza qué ocurrirá. Y así, con esa incertidumbre como música de fondo, la instalación sigue operando al mismo ritmo que si su futuro no estuviera en el aire. Y ese ritmo no es un ritmo cualquiera.
A la entrada de uno de los edificios, varios paneles repletos de fichas de trabajadores, nombre y foto en todas, aventuran que aquí hay mucha gente trabajando. 337 personas tiene en nómina la central, a las que hay que sumar unos cuatrocientas de empresas externas. El 22% son titulados superiores, y el 31% titulados medios. La plantilla eventual crece en 1.200 empleados con cada recarga de combustible (van 57), o sea, de dióxido de uranio enriquecido, que llega hasta este punto del noreste cacereño en camiones procedentes de la fábrica que el grupo Enusa tiene en Juzbado (Salamanca).
7% Demanda eléctrica nacional
Almaraz produce energía para atender el 7% de la demanda del país. Es la planta que más produce en España. Desde que abrió ha generado energía para surtir a todo el Estado durante dos años y medio.
Esos vehículos con mercancía peligrosa nutren de tráfico a la carretera N-V a su paso por Almaraz (1.647 habitantes), uno de los pueblos más ricos de la comunidad autónoma gracias sobre todo a los ingresos que percibe como compensación por albergar en su término municipal una instalación de riesgo que está a un paseo del casco urbano.
Una puerta metálica pintada de rojo y blanco y prolongada por una valla coronada por alambres enroscados deja claro que hay que detenerse. Tras franquearla, aparece la garita de seguridad. Un vigilante pide la documentación y levanta la barrera. Tras ella empieza el movimiento.
Una carretera bien asfaltada y con paneles que indican la velocidad a la que se circula –está limitada a 40– lleva hasta un aparcamiento grande dividido en varias zonas. Hay que estacionar de modo que ante una emergencia, se pueda salir sin tener que dar marcha atrás.
Al lado está el edificio de información, que incluye una sala con una maqueta de la planta. Estas dependencias administrativas no tienen nada de particular. Lo distintivo está más allá. Por ejemplo, en la sala de control, que en realidad son dos, una por unidad. En ellas conviven los documentos de papel en archivadores de anillas con los ordenadores, las pantallas y modernos sistemas informáticos. Sus paredes son una poesía al botón: los hay pequeños, medianos y grandes, de manivela, rojos, amarillos, negros, con reguladores de apertura y cierre... Y hay también teléfonos fijos, porque en este espacio, que viene a ser el corazón de la planta, los móviles pierden toda la cobertura.
Algunas de esas luces chillonas avisan de fallos, y entonces puede que suene alguna alarma. Las hay de varios tipos. Y la más humilde suena como suenan las alarmas de verdad.
Atienden las salas de control siete equipos de siete personas, que suelen rotar por semanas. En cada una hay siempre un operador de turbina, uno de reactor y un supervisor, más un jefe de turno común a las dos.
Todos los que están ahí son ingenieros, que además de la titulación, tienen el carné de operador. Se obtiene tras una formación de tres años, más dura que la carrera según apuntan, y después de aprobar los exámenes del Consejo de Seguridad Nuclear, que son cinco y hay que sacar al menos un 7 en cada uno y un 8 de media entre todos. El jefe de turno, además, ha completado otros dos años de estudios.
En esta sala no hace falta ponerse el casco, las gafas de seguridad y los tapones para los oídos, obligatorios en otros espacios de la instalación, que como cualquier ciudad, necesita agua y luz. Para ello tiene su propio embalse, el de Arrocampo, que toma su nombre de un arroyo afluente del río Tajo, y los generadores diésel. Hay cinco (dos por unidad y uno suplente).
Las normas de seguridad se relajan en la ZLE (Zona Libre de EPIS, los equipos de protección individual), donde unas señales pintadas en el suelo recuerdan que cuando se camina por ella, no se puede andar y atender al móvil al mismo tiempo. Hay que hacerlo parado, para reducir el riesgo de accidente.
Más de 600 días sin uno que implique baja laboral lleva la planta, que presume de ellos en un panel luminoso que recuerda que el récord está en 1.127 días. Para la atención sanitaria hay un puesto con médico, enfermero y ambulancia. Y el dispositivo de emergencias incluye un parque de bomberos con tres vehículos y el CAGE (Centro Alternativo de Gestión de Emergencias), un edificio con todo lo necesario (alimentos, comunicaciones, etcétera) para acoger a setenta personas durante tres días.
Su construcción fue una de las medidas acordadas tras el accidente de Fukushima (Japón), donde un terremoto y un tsunami originaron la explosión de dos reactores en el año 2011. Otra novedad implantada tras ese suceso fue la losa antisísmica, que en Almaraz llaman coloquialmente 'losa Fukushima'. Es una explanada de hormigón y techada, elevada por encima de la cota de inundación de la planta, y en la que hay aparcados vehículos y remolques con lo necesario en caso de pérdida de energía o incidente que origine lo que los técnicos llaman 'un daño extenso'.
En esa losa y en otros espacios de la instalación hay marcas rosas en el suelo, que identifican lugares en los que no se debe colocar nada alrededor. Porque en la planta extremeña, los colores tienen significados.
El azul identifica a la unidad uno, y el verde a la dos. Y el gris a las zonas comunes. Y los trabajadores usan cascos de diferentes tonos, según la empresa a la que pertenecen. Otro elemento común aquí son los dosímetros, que los empleados portan al cuello y que recogen información sobre radiactividad que es analizada mensualmente. Además, hay quienes portan también otros dispositivos que avisan si se rebasa un determinado umbral.
Más filtros de seguridad: los controles de detección de explosivos primero, y de metales después, que hay que pasar sí o sí al entrar en algunos de los edificios. O los tornos de acceso previa identificación con la tarjeta personal, que incluye una contraseña confidencial. O el medidor de radiactividad antes de salir a la calle. O la megafonía que a cada rato cita un nombre, un departamento y un número de cuatro dígitos.
Completan el paisaje de la central nuclear de Almaraz los ciervos. Aparecen en distintos sitios, y según cuentan en la planta, se crían entre las 1.863 hectáreas que abarca la instalación de la que Extremadura lleva cuarenta años hablando. Y de la que seguirá especialmente pendiente durante los próximos meses, hasta que la duda se despeje.
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