Unos meses antes de que todo Cristo alabase la sobresaliente película dirigida por Bong Joon-ho, que se ha llevado merecidamente todos los premios habidos y por haber, un servidor había tenido ya la oportunidad de visionarla por recomendación de un colega que me la pasó en una 'copia pirata' en versión original de excelente calidad, a la que solo tuve que buscarle unos subtítulos decentes en castellano. Pido perdón a la SGAE por este atraco, aunque en mi defensa debo aducir que aún sigo comprando no pocos deuvedés nuevos y de segunda mano, así como libros en papel -no le pillo la gracia a los libros electrónicos-, vinilos y otras tontadas prehistóricas, me temo, habida cuenta de que todo presente es ya pasado en esta sociedad de la inmediatez digital y el efímero júbilo. Como no quiero destripar la historia, les diré que me hizo acordarme de 'Los olvidados', una magnífica cinta rodada en 1950 por Luis Buñuel en su exilio mejicano. Han pasado tan solo setenta años desde aquel inmisericorde retrato de la pobreza, incluida la espiritual, de toda una nación, y que 'Parásitos' actualiza de forma sorprendente añadiendo a la miserable ecuación un poco de redes sociales, comida autóctona -con guiño a la vista de una marca de patatas de Ferrol- y familias que pasarían por inofensivas si no fuera porque ninguna lo es. No me cabe la menor duda de que el buenismo imperante en la zona euro no concibe que la pobreza y la miseria puedan generar de forma exponencial más de lo mismo porque, a grandes rasgos, en España, Italia u Holanda nadie se muere de hambre. Sin embargo, de la pobreza nada o casi nada bueno puede salir. Que la pobreza engendra miseria es, a todas luces, una obviedad, pero conviene que nos den una colleja cada cierto tiempo para que no lo pasemos por alto. Ambas películas ponen el foco en seres 'miserables', convertidos en excedentes de una sociedad que ellos mismos, en muchos casos, han contribuido a moldear -no son ni tan inocentes ni tienen tan buen corazón los 'oprimidos' del mundo-, y que solo esperan un golpe de suerte -buscado a conciencia, no seamos tan ilusos- para usurpar, al modo en que es narrado por Francisco Ayala en ese cuento perfecto que es 'Los usurpadores' (1949), el espacio que, por supuesto, ocupan los 'privilegiados', a los que no dudarían en guillotinar como ya hicieron los oprimidos franceses en 1789 y que trajo como consecuencia el derrumbe de la monarquía absolutista. A diferencia de la cinta de Buñuel, el filme coreano también reparte estopa entre las clases pudientes, tan miserables o más, y con muchas más cosas -materiales, se entiende- que perder que los pobres sobre los que han edificado sus existencias de lujo y cuestionable derroche, pues a todos nos gusta, qué duda cabe, vivir bien, aun a costa de los demás.

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