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José Antonio Monago y otros dirigentes del PP comparecen ante los medios tras las elecciones del 26M:: BRÍGIDO
Fin de ciclo

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La derrota del PP en las elecciones autonómicas del domingo, honrosa o no, lo que certifica es que se abre un tiempo de cambio

Pablo Calvo

Cáceres

Domingo, 2 de junio 2019, 11:49

En la madrugada electoral de hace una semana, José Antonio Monago intentó ver el vaso medio lleno, como es habitual cuando se huye de la autocrítica. Subrayó que el PP había mejorado en Extremadura los (desastrosos) resultados de las generales; que había evitado el sorpaso de Ciudadanos (que nadie esperaba), ya que del 28 a 1 se había pasado al 20 a 7; y que se había evitado el titular de un PP con sus peores resultados electorales, pues es verdad que en los albores del PP, en 1991, tuvieron menos votos y un diputado menos. Además, acabado el recuento se confirmó que Vox había muerto en la orilla y se quedaba sin representación en la Asamblea de Extremadura, lo que permitirá al PP durante los próximos cuatro años ser la voz más a la derecha del hemiciclo, a ver si el votante se va olvidando del partido de Santiago Abascal. Todo lo cual quedó resumido en el comité ejecutivo que los populares celebraron el último miércoles con un adjetivo: ha sido un resultado honroso.

Honroso es lo que se dice cuando un equipo pequeño pierde 3-0 en el Bernabéu en Copa del Rey o cuando España no queda última en el Festival de Eurovisión. La elección del término denota que el PP acudía a estas elecciones autonómicas con el miedo en el cuerpo de que la huida de votos hacia Vox y Ciudadanos aún fuera mayor de lo que ha sido. Es decir, con muy poca confianza en la fidelidad de su electorado y en sí mismos.

El 26M ha confirmado que el PP extremeño se enfrenta a un fin de ciclo. Solo una carambola al estilo de Andalucía hubiera frenado la renovación de un partido que en las dos últimas convocatorias autonómicas ha perdido casi la mitad de sus votantes, que puede salir de las dos principales alcaldías y que ha dado muestras de no adaptarse el nuevo escenario surgido en el centro derecha. Lo mismo ha sucedido en el ámbito nacional, pero Pablo Casado aún puede usar el comodín de que acaba de llegar.

No es el caso de Monago, con una trayectoria en las urnas de más a menos, derrotado en el desempate por Guillermo Fernández Vara, esta vez por mayoría absoluta, con una legislatura entera por delante sin margen de acción ni de lucimiento. Honroso o no, el resultado del domingo lo que certifica es que se abre un tiempo de cambio de nombres y de caras. Hicieron lo más difícil, ganar en una comunidad que se decía era sociológicamente de izquierda, pero tiraron por la borda esa ventaja y ya no supieron remontar la nueva ola política.

La marcha de Mariano Rajoy precipitó la descomposición del PP e hizo aflorar rivalidades descarnadas una vez que se había perdido el poder. De momento, la línea marcada para el PP extremeño se corresponde más con un vayan saliendo en orden que empujar a quienes han llevado al partido hasta la derrota del domingo. Monago parece dispuesto a conducir la transición para la búsqueda de su sucesor al frente del partido y, según la lógica imperante, el candidato para 2023. Es decir, se sigue viendo a sí mismo como la persona que puede llevar al PP a buen puerto. Con su última hoja de servicios en la mano, es probable que haya militantes y dirigentes que no estén tan seguros, y la incógnita es si le permitirán pilotar a él este proceso o, por el contrario, le marcarán los tiempos y los nombres.

El PP extremeño es hoy en día un páramo político, sin un delfín claro ni una figura de garantías para que los populares recuperen pronto el terreno perdido. Los pocos que han acumulado méritos electorales sobrados para tomar las riendas, como el alcalde de Plasencia, Fernando Pizarro, en cuya localidad Casado dio el único mitin en tierras extremeñas durante las pasada campaña, no parecen tener decidido aún su salto a la escena regional.

Sin embargo, como hemos visto infinidad de veces en política y saben bien Pedro Sánchez o el propio Casado, los procesos de renovación de los partidos son terreno abonado para los candidatos inesperados y los liderazgos relámpagos.

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