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Entre la ciudad sí y la ciudad no

Entre la ciudad sí y la ciudad no

Héroes y tumbas ·

Salvador Calvo

Sábado, 30 de noviembre 2019, 08:50

Una vez, hace mucho tiempo, un amigo me regaló el libro de poemas de Evgueni Evtuchenko con el título que encabeza este artículo. Alianza Editorial, 1968. No es que ahora vaya a comentar los poemas del vate ruso. Es que el título me ha hecho recordar, o más bien pensar, en otro poeta. Otro poeta que conocí precisamente por indicación de aquel amigo. Hablo de Neftalí Ricardo Reyes, que ustedes conocen como Pablo Neruda.

Pocos versos y poemas hemos recitado tantas veces como los de aquel librito asombroso que fue, y es, para siempre «Veinte poemas de amor y una canción desesperada», Editorial Losada, Buenos Aires, decimoprimera edición, 1967. ¿Cuántas veces lo leímos? ¿Cuántas lo hemos seguido leyendo? Infinidad.

Y con ese librito luego, casi toda la obra de Neruda. Residencia en la tierra, Canto General, Crepusculario, Los versos del capitán, Cien sonetos de amor, etc. Amábamos tanto a Neruda como a aquellas muchachas a las que susurrábamos sus versos al oído. «Puedo escribir los veros más tristes esta noche…», «Para que tú me oigas…», «Te recuerdo como eras en el último otoño…»…Cuando uno recita a Neruda pasan por su memoria escenas e historias inolvidables, vivencias de juventud.

Pero la vida no cesaba e íbamos quemando, gastando etapas; y fuimos conociendo datos, hechos, cosas que nos agriaban el gesto. Neruda en Madrid con los del 27, embajador, diplomático, amigo de Stalin, premio Nobel famosísimo y aquel triste final en Isla Negra cuando la caída de Allende y Chile que se deshacía en tiros y dictadura.

Aquel maravilloso joven poeta de Parral, Temuco y Santiago había sido protagonista oscuro de un ocultado abandono de una pobre criatura disminuida, que él había procreado y abandonado a su suerte en algún lugar de los Países Bajos.

En su «Canto General» nos daba una de cal y dos de arena. Si insultaba ferozmente la presencia de los conquistadores en aquel continente, se enorgullecía luego de que los mismos conquistadores hubieran dejado aquellas tierras llenas de palabras. Si los españoles habían robado el oro, lo habían pagado con el tesoro del idioma.

Ah, Pablo Neruda, tan excelso poeta, tan afortunado armador de poemas inolvidables, y sin embargo tan cruel, tan «cerdo cruel» como él había calificado a Pizarro en aquel verso atroz: «Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura».

Pues a pesar semejante exabrupto – y otros muchos – nos quedamos con el joven de capa y melena que escribía. «Es tan corto el amor y tan largo el olvido…». ¿Veis? He ahí la ciudad si y la ciudad no. El criollo blanco de segunda o tercera generación (Neruda) no perdona al español su presencia americana y sin embargo el indio (Rubén Darío) se enorgullece de sus raíces hispánicas («Ínclitas razas ubérrimas…).

¡Las barbas del Profeta! Cómo reirán los anglo-protestantes cuando los hispanos reniegan de su herencia. Ellos, calvinistas y hugonotes, dedicados a exterminar a los nativos y a callar y vilipendiar la presencia española en América. No dicen nada de los hospitales, palacios de justicia, iglesias, catedrales y universidades que florecieron a los pocos años de que Colón se bajara de la Santa María y pusiera su bota en las arenas de Guanahani.

Ah, Neruda, tan bueno para algunas cosas (la ciudad sí) y tan ácido para otras (la ciudad no). Mejor ir y venir hasta el fin el mi vida/ entre la ciudad Sí y la ciudad No/ Mejor tener los nervios tensos como cables/ entre la ciudad No y la ciudad Sí.

Puestos a ello, recobremos a Evtushenko y alejémonos con él por la estepa infinita.

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