![Colas para asomarse al mirador de Cabezabellosa](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202203/04/media/cortadas/andysole_mirador_5-kp6D-RoliQhuAXtccsQRkmLpSMVP-1968x1216@Hoy-Hoy.jpg)
![Colas para asomarse al mirador de Cabezabellosa](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202203/04/media/cortadas/andysole_mirador_5-kp6D-RoliQhuAXtccsQRkmLpSMVP-1968x1216@Hoy-Hoy.jpg)
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Deben ser como una decena entre adultos y niños, y tras esperar al pie del mirador durante unos quince minutos, cuando les llega su turno entran en él y van de acá para allá, de un balcón al otro, haciéndose mil fotos: ahora solos, luego los padres, después los padres y los niños, más tarde con la abuela, antes de irse una de grupo... La escena es de hace tres domingos, pero podría ser de este o del próximo, porque hace ya varias semanas que el mirador de Cabezabellosa es lugar de peregrinación ociosa, y todos los fines de semana hay colas para asomarse a él.
Está de moda esta atalaya moderna habilitada en el cerro del Búho, en una esquina del mapa autonómico que no es cualquier cosa. El pueblo (344 habitantes, a 24 kilómetros de Plasencia) está a más de ochocientos metros de altitud, una cota elevada para un municipio en Extremadura. Y además, se localiza entre dos valles, el del Jerte y el del Ambroz. Es un emplazamiento bien conocido por los aficionados al parapente, que se lanzan a planear desde el cercano pico Pitolero, a 1.352 metros de altitud y al que se llega por una pista hormigonada hace año y medio. Para llegar al pico hay que salvar unas cuestas que los coches suben en primera velocidad y que son fetiches entre dos tipos de ciclistas: los de robustos cuádriceps y los que tienen bicis eléctricas.
No exige tanto, ni mucho menos, la subida al cerro del búho, pero conviene saber de antemano que para llegar al mirador hay que caminar unos quince minutos cuesta arriba y campo a través, por un sendero de tierra y piedras que ha ido tomando forma a base de pisadas. Lo puede subir cualquiera, pero todos habrán sudado antes de llegar al destino, que está 200 metros por encima de la ermita de Nuestra Señora del Castillo, a la que normalmente no se puede entrar.
Hay otro consejo que no está de más atender si se tiene el plan de subir al mirador, y es no hacer caso a los navegadores. Quien se fíe de ellos tiene muchas posibilidades de acabar metido entre callejuelas estrechas, moviéndose a dos kilómetros por hora para no rallar las puertas.
La mejor opción subir por la carretera que parte de la autovía A-66 y tomar un desvío que aparece a la derecha unas cuantas curvas antes de llegar al pueblo. Es una pista hormigonada que lleva hasta el pie de la subida a la ermita y el mirador, que los fines de semana es posible disfrutar en soledad hasta aproximadamente las once de la mañana. A partir de la una, la cola es segura en sábados y domingos de buen tiempo.
Una vez arriba, lo que encuentra el visitante son dos pasarelas de 27 y 44 metros de largo respectivamente, que concluyen en sendos balcones transparentes. Se camina sobre gruesas varas de acero, que a más de dos generan una sensación de inestabilidad que les obliga a caminar pensando cada paso y sin soltar las manos de las barandillas.
Obra del estudio ACID Consultoría Técnica, de los arquitectos Irene Calle Izquierdo y Alfredo Díaz Soto, la estética del mirador de moda en el norte extremeño recuerda a la de algunas pasarelas de gargantas naturales del valle del Jerte. Apoyado sobre las rocas, a más de cinco metros sobre ellas, el mirador de moda está en la cota 870, y las vistas que ofrece justifican el viaje en coche, la búsqueda de aparcamiento, la caminata, el vértigo y hasta la espera mientras la familia se hace un álbum de fotos.
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