![Colegios al rescate de pueblos](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202109/24/media/cortadas/alonsodeojeda_1-RFQYiQDJyuQbl54DV6rGLCL-1248x770@Hoy.jpg)
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Que Alonso de Ojeda (318 habitantes) tenga colegio significa, por encima de todo, una cosa: en el pueblo hay niños. Veintitantos según el cálculo informal que hacen a bote pronto entre Almudena, Raquel y Vanesa, tres madres de alumnos de la escuela del municipio, reabierta ... para este curso tras cuatro años cerrada. Se ha obrado el milagro y la localidad recupera su colegio, lo que equivale a jugar la partida contra la despoblación con un as en la manga. Ahí están Vega, Carlos, Adrián, Alejandro y los hermanos Dayron y Aday –tres años el más pequeño, siete el mayor– haciendo historia sin saberlo mientras juegan al escondite en un patio en el que podría hacer maniobras un escuadrón militar. Es gigante el sitio de los recreos infantiles de esta pedanía de Miajadas, corazón de la industria tomatera española y ejemplo de cómo funcionan los CRA, figuras estratégicas en el organigrama del sistema educativo regional y también en la lucha contra la despoblación.
El Colegio Rural Agrupado El Manantial tiene su base en Escurial (865 vecinos) y sedes en Casar de Miajadas (270) y en Alonso de Ojeda, pueblo de colonización cacereño pero casi pacense, fundado en los años sesenta con motivo del Plan Badajoz y que tiene comercio, farmacia, médico con consulta diaria y en breve también bar. El centro rescatado es uno de los cuarenta de este tipo que sostienen la escuela rural extremeña, que desde hace lustros mengua al ritmo al que lo hacen los pueblos, pero que aún pesa mucho en el conjunto de la comunidad autónoma. Este curso, la escuela rural (la de los municipios que no llegan a diez mil habitantes) suma 67.360 alumnos, y 104.079 la urbana –son un 12% y un 3% menos que hace seis años, respectivamente–, calcula la Consejería de Educación, que está particularmente orgullosa de su centro en Alonso de Ojeda. Se comprende, porque la reapertura de un colegio en un municipio de 318 habitantes es algo tan inusual como que España gane Eurovisión. Puede ocurrir, pero nadie apostaría por ello.
«Yo les dije: 'Venga, vamos a mover lo del colegio'», recuerda Vanesa Parejo, la madre de Alejandro (tres años) y de un bebé de mes y medio. Lo siguiente fue intentar convencer a otras familias, recoger firmas entre el vecindario por si ayudaban a la causa y dos reuniones en el pueblo con el delegado provincial de Educación, al que llegaron a través del director del CRA, que se llama Pedro Navareño y habla de su trabajo con pasión contagiosa.
«No es que estos niños tengan los mismos recursos que los de un colegio de ciudad. Yo diría que tienen más», resume el responsable del centro, que tiene con los padres un trato casi familiar. Es lo normal cuando en el centro hay seis alumnos en vez de doscientos, trescientos ó 590 como tiene el del barrio pacense de Cerro Gordo, el más grande de Extremadura, inaugurado para este curso. Pero hay más detalles que separan a los colegios de pueblo y los de ciudad: en Alonso de Ojeda, estos días los niños han ido y vuelto de casa al cole y al revés en sus bicis enanas, para celebrar la Semana europea de la movilidad. Y no tienen que subirse a un autobús, como hacen no ya críos de otros pueblos, sino incluso algunos de sus vecinos.
Porque en su lucha por volver a tener colegio en el pueblo, las madres vencieron a medias. Lograron la reapertura, pero quince menores se siguen subiendo cada día al autobús escolar que les lleva a Miajadas (a nueve kilómetros), porque así lo han preferido sus progenitores. «La Junta se ha portado bien, porque nos ha abierto el cole y además ha mantenido el servicio de autobús», coinciden Almudena, Raquel y Vanesa, que solo le ven ventajas al hecho de que sus niños reciban las clases a dos pasos de casa. «Es más cómodo para todos, sobre todo para ellos, que madrugan menos y van a clase andando. Y yo tengo claro que aprenden como poco lo mismo que si fueran a un sitio más grande», opina Almudena García.
-12% Es lo que ha bajado el número de alumnos en la escuela rural extremeña (municipios de menos de diez mil habitantes) en los últimos seis años, al pasar de 76.110 en el curso 2015/16 a 67.360 en el 2021/22. La escuela urbana registró en el mismo periodo un descenso del 3%, al pasar de 107.361 a 104.079, según la Consejería de Educación.
La mayor caída de matrículas, en Infantil Las matrículas en Educación Infantil en la escuela rural de la región han disminuido en los últimos seis años un 10% en el primer curso, y un 14% en el segundo, según la Consejería. En Primaria y Secundaria, el descenso ha sido del 11%, y en Bachillerato, del 12%. Los estudios que mejor se han comportado en este periodo son los ciclos formativos de grado medio y superior, donde el descenso fue del tres por ciento, detalla la Junta de Extremadura.
67.360 Es el número de alumnos de la escuela rural extremeña en el curso recién iniciado. Infantil tiene algo más de 15.000 y Primaria supera los 26.000. Más de 17.000 estudian Secundaria y casi 4.500 Bachillerato. Además, hay algo más de 3.000 en ciclos formativos de grado medio y superior, casi un millar en ciclos formativos de FP básica, 74 en Educación Especial y 31 en otros programas de FP básica, concreta la sección de Estadística de la Consejería.
Aulas con las ratios más bajas de España Extremadura tiene las ratios de alumnos por aula más bajas de España en Primaria (17,8 frente a 21,7 de media nacional) y Bachillerato (21,1 frente a 26,1), según la Consejería de Educación. También las segundas más reducidas en Infantil (15,3 frente a 17,3, solo superada por Baleares) y ESO (20,5 frente a 25,3 en España, solo por detrás de Aragón).
A su hijo mayor, Dayron, de siete años, se le pregunta si está contento en el cole nuevo y responde con un 'sí' gritado y de íes alargadas. «Nosotras tres estudiamos aquí y en nuestras generaciones hay enfermeras, abogados...», añade Raquel Pino, la madre de Carlos. «Yo estudié aquí e hice administrativo», refuerza Vanesa Parejo, que con el cole del mayor a un paseo corto, lo tiene más fácil para ocuparse de la pequeña de mes y medio.
Cuando ella iba a clase en este mismo centro, ya no había una clase por curso de Primaria, sino una por cada dos (es decir, una con alumnos de primero y segundo, otra con los de tercero y cuarto y una con los de quinto y sexto). Hoy hay un único grupo, con tres alumnos de primero de Infantil y tres de Primaria (dos en primero y uno en segundo).
Su profesora es Guadalupe Centeno, que vive en Zalamea de La Serena (a 50 minutos en coche) y afronta su sexto curso como interina. «Una clase con seis alumnos de dos etapas educativas exige al profesor mucha organización para poder estar con los de una edad mientras los de otra también aprenden», apunta la docente, que tiene experiencia en colegios rurales de Las Villuercas. «Te sorprendes a veces –cuenta Centeno– con los de Infantil, que saben cosas de más mayores, y eso es gracias a que comparten clase con los de Primaria». «A estas edades –sigue–, los niños son esponjas, y aunque estén jugando, se quedan con los que se está explicando a los compañeros. Así se consigue casi sin pretenderlo que los de Infantil anticipen conocimientos y los de Primaria los refuercen».
También, claro, hay desventajas. «Una pequeña pega puede ser que al tener alumnos de dos niveles, el profesor tiene que dividir sus explicaciones, y eso le obliga a medir bien los tiempos que los niños están esperándole», apunta el director del CRA. «Quizás cuesta más profundizar en las materias, y a veces, los juegos de los pequeños despistan a los mayores», analiza Guadalupe Centeno, que da clase de las materias comunes, mientras que otros colegas imparten las materias específicas (Inglés, Música y Educación Física, porque de Religión no hay alumnos). Además, el CRA tiene un profesional de Pedagogía Terapeutica y uno de Audición y Lenguaje. De sus 16 docentes, solo diez tienen plaza. Los otros diez son interinos, y esta falta de continuidad del profesora es para muchos una de las grandes trabas de centros con tan pocos alumnos, donde es habitual que los escolares cambian de tutor cada año.
«Igual el próximo curso tenemos más alumnos, si alguna familia que ahora lleva a sus niños a Miajadas opta por traerlos al pueblo», confía Pedro Navareño, que al recibir la petición de reapertura de Alonso de Ojeda, telefoneó al ayuntamiento y a varias madres de alumnos para recabar datos y elaborar un informe sobre alumbramientos recientes y esperados en la pedanía.
Ese documento que guarda en su teléfono móvil recoge que en 2018 nacieron en la población cinco bebés, y que este año serán seis más. Dos datos que son agua en el desierto cuando lo que está en juego es tener o no un colegio. Sobre todo en una época en la que los pueblos están más habituados a despedirse de servicios que a estrenarlos. Los cierres de colegios, eso sí, son más comunes en otros sitios de España que en Extremadura, donde ha ocurrido dos veces en los últimos años: En el curso 10/20 bajó la persiana el de Robledillo de La Vera, y en este no ha abierto el de Conquista de La Serena porque solo quedaban dos niños. Se mantienen abiertos centros hasta con tres escolares, como el de Benquerencia de La Serena.
En escuelas como esa o la de Alonso de Ojeda, con tan pocas matrículas, suele surgir el debate sobre la socialización de estos menores. «En el colegio son seis y eso les vale para recibir una educación casi individualizada, pero cada tarde van al parque y ahí socializan de sobra porque se juntan más de veinte», apunta Almudena García. «Salen de clase siendo cinco y se van a jugar al fútbol con quince más», refrenda Pedro Navareño entre el griterío de seis niños que no saben nada sobre despoblación ni modelos pedagógicos ni política educativa, pero a los que nadie discute su posición: son pieza clave del tablero en el que los pueblos se juegan su supervivencia.
Este reportaje inaugura una serie de piezas que HOY publicará los próximos domingos analizando con datos y testimonios el día a día en la Extremadura despoblada desde distintos puntos de vista.
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