El crimen de la Pintiera, un inocente señalado durante 16 años
Crónica negra de Extremadura ·
Alburquerque, 1898. Un agricultor fue acusado de matar a una vecina que le robaba verduras; un niño de 12 años sabía quién era el verdadero culpable, pero no hablaba por miedo
El que mató a Teodora 'la de los guarrinos' por robarle unas verduras. Fue el título que soportó un agricultor de Alburquerque durante 16 años. Mientras, un niño de 12 años sabía la verdad, pero callaba por miedo. Han pasado más de cien años desde entonces, pero en la comarca de Los Baldíos todavía se recuerda el crimen de la Pintiera.
El 28 de abril de 1914 el periódico 'El Correo de la Mañana' fue a imprenta con un titular sorprendente. Este diario se había comenzado a publicar solo dos meses antes en Badajoz y llegó a tener mucha repercusión en sus trece años de trayectoria. El encabezado decía: «Gravísimo suceso en Alburquerque». Y el subtítulo continuaba:«Errores judiciales. Descubrimiento sensacional. Un inocente en presidio y el criminal en su casa. Testigo callado por el miedo... El pueblo impresionadísimo».
Esta impactante introducción les sirvió para contar una historia que había comenzado 16 años antes en unos terrenos de un camino que unía Alburquerque y Badajoz y que los vecinos llamaban La Pintiera. Era 1898 y una anciana desapareció de su casa. La encontró su yerno al día siguiente en la parcela que dio nombre al crimen, tapada por piedras y vegetación. Tenía la cabeza destrozada por los golpes.
Enseguida los vecinos señalaron a un sospechoso, un hortelano que trabajaba una finca muy cerca del lugar donde apareció el cadáver. Había discutido más de una vez con la víctima porque esta anciana le pisaba el sembrado o incluso se llevaba algún fruto sin su permiso. No había más pruebas, pero fue detenido y procesado este hombre, Sebastián 'Sabas' Moro Pino.
Imagen antigua de Alburquerque.
En este punto los datos judiciales recogidos por los medios de comunicación se mezclan con la memoria popular porque el crimen de la Pintiera impactó mucho a los vecinos de Alburquerque y durante años narraron lo que recordaban. Los testimonios pudieron perderse, pero en los años 60 estuvo destinado en la localidad como guardia civil Luis Martínez Terrón y, tras jubilarse, recogió esta y otras historias de crímenes en su libro 'Memoria popular de la infamia en Extremadura'.
Martínez Terrón asegura que en Alburquerque se recordaba que la mujer fue encontrada con verduras del huerto de Sabas en las manos, una prueba de su culpabilidad. Dos décadas después, tras descubrir que era inocente, se analizó el hallazgo. Se cree que el autor real dejó los frutos con la intención de culpar a su vecino, ya que la enemistad con la víctima era conocida por todos.
Sabas Moro Pino pasó varios meses en la cárcel, pero finalmente lo soltaron y no llegó a ser condenado por el asesinato de Teodora. Su vuelta al pueblo, sin embargo, se convirtió en otro tipo de condena. Sufrió numerosos desprecios y su familia cargó con el estigma. De hecho, años después tuvo un enfrentamientos con la autoridad, según recoge 'El Correo de la Mañana', y fue condenado a dos años de cárcel. «En cuya sentencia no dejó de influir aquel triste antecedente que le tenía sellado con la marca afrendosa del homicida», indica la crónica de la época.
La crónica indica que Sabas Moro Pino no solo sufrió afrentas personales, sino que perdió todos sus bienes debido a los procesos judiciales.
Todo cambió en 1914 y aquí de nuevo las actas oficiales se mezclan con la memoria popular. Lo que está claro es que apareció un testigo presencial apodado 'El Fraile', que en el momento del suceso tenía solo 12 años y cuidaba una cabras junto a la finca donde fue asesinada Teodora.
Aparece un testigo
Luis Martínez Terrón, sin embargo, novela el momento en el que se descubrió todo en su libro y asegura, recogiendo testimonios en Alburquerque, que fue mientras unas mujeres hacían la colada en un lavadero. Allí estaba Sabas Moro Pino, que tenía problemas económicos y conseguía algún ingreso vigilando la alberca. El guardia civil cuenta que el hortelano llamó la atención de una de las mujeres porque hizo mal algo y esta le respondió recriminándole el asesinato del que todos les culpaban. Entonces una joven gritó:«Sabas es inocente» y confesó que su hermano lo había visto todo.
'El Fraile' vio cómo el yerno de Teodora, el que encontró el cuerpo al día siguiente, discutió en el camino con la anciana y la golpeó en la cabeza repetidas veces. El autor del asesinato se dio cuenta de que había un testigo y persiguió al niño por el campo hasta alcanzarlo. Le amenazó y logró que callase durante 16 años.
La versión popular añade otros ingredientes al silencio de este testigo. Aseguraban los vecinos de Alburquerque que el yerno de la víctima le prometió unos cabritos al niño el día que se casase, como compensación. 16 años después, a los 28, 'El Fraile' pasó por el altar, pero no hubo recompensa y por eso decidió delatar al asesino de Teodora.
En cuanto al móvil del asesinato, no fue el hurto de unas pocas hortalizas. El parte de la Guardia Civil sobre el testimonio de 'El Fraile' apunta a causas económicas. Según el joven, vio como Teodora andaba por el camino recogiendo hierba para sus animales, algo que solía hacer. Se acercó su hijo político y le pidió las llaves de su casa. «A este requerimiento, la suegra le contestó que era un pillo y un tuno y que quería la llave de su casa para robarla». Fue entonces cuando la golpeó, según el testigo, con un garrote y luego la llevó en brazos al campo para esconder el cuerpo.
El segundo acusado por el crimen también se declaró inocente y tampoco fue procesado, aunque sus vecinos siempre creyeron la versión de 'El Fraile'.
En cuanto a Sabas Moro Pino, Alburquerque reivindicó su inocencia e incluso fue homenajeado por sus vecinos por el calvario que sufrió durante 16 años. El guardia civil Luis Martínez Terrón recoge cómo fue el final de su vida. «Cuentan que Sabas vivió muchos años más y murió cuando sus nietas tenían algo más de diez primaveras. Y recordaban que su abuelo, en los últimos años, se iba de paseo a las laderas (castillo de Alburquerque) y sentado en la resbaladera de la Piedra del Sastre se pasaba las horas mirando hacia la huerta de la Pintiera. Y con un pitillo tras otro en los labios se pasaba las mañanas enteras rememorando el trágico drama que había acortado su vida».
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