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José Mir y Germán Visús se abrazan en el vídeo
A MÍ NO ME CRISPEN

A MÍ NO ME CRISPEN

CARTA DE LA DIRECTORA ·

Manuela Martín

Badajoz

Domingo, 9 de septiembre 2018, 13:03

Las críticas que ha suscitado el vídeo de dos ancianos que combatieron en la Guerra Civil hablando amistosamente ochenta años después me han llenado de tristeza. Podemos acusa a los promotores del vídeo de jugar a la equidistancia y de querer blanquear el franquismo.

Mi padre, que fue a la guerra (aunque no al frente) podría ser, si viviera, uno de esos ancianos. Él fue uno de esos millones de jóvenes a los que la guerra y la posguerra les robó la juventud y les abocó a una vida llena de dificultades. Mi padre, que abominaba del franquismo, estaba feliz, como los ancianos del vídeo, porque la España de los años 80 y los 2000 no se parecía en nada a la del 36 y del 40 y sobre todo porque sus hijos y sus nietos no habían tenido que sufrir las penalidades que él pasó.

Me apenan las críticas de Podemos al vídeo, pero también me indignan porque creo que vienen a alimentar un peligroso clima de crispación política y social en nuestro país.

Estoy a favor de que todos los muertos de la guerra civil tengan una sepultura digna (y así lo he escrito en otros artículos), pero no creo que ese reconocimiento deba suponer una vuelta a la casilla de salida, a 1936. Y me da la impresión de que hay demasiado interés en volver a abrir trincheras.

En los actos que se han celebrado por el Día de Extremadura, que incluyeron los habituales discursos de los líderes políticos en la Asamblea de Extremadura, el secretario de Podemos en la región, Álvaro Jaén, citó una novela de Víctor Chamorro para rememorar la Extremadura de los años 30, cuando los jornaleros se tenían que quitar la gorra ante el señorito y las mujeres 'parían hijos para el cementerio'. Habló de una Extremadura que, por fortuna, hace décadas que desapareció. Los problemas de esta región, con ser importantes, no son ni de lejos los de la época en que el movimiento jornalero intentó ocupar fincas. ¿A quién representa hoy ese discurso?

Mirar hacia atrás es bueno si se hace con el ánimo de aprender de la Historia, pero es peligroso si esa mirada pretende reescribir una historia pasada y encender divisiones que ya no existen.

Si algo de bueno tuvo la Transición es que por primera vez en España cabíamos todos. Que quienes no sufrieron ni de lejos las consecuencias de la guerra civil y la posguerra porque nacieron en la etapa democrática quieran retrotaernos a los tiempos de buenos y malos es irresponsable.

Sin embargo, en el último año, y como consecuencia en buena parte de la crisis catalana, los niveles de crispación política se han exacerbado y por primera vez en muchos años se divide a la gente en categorías irreconciliables. Catalanes contra españoles; independentistas contra constitucionalistas; monárquicos contra republicanos; rojos contra azules...

Mi temor es que la campaña electoral que se nos avecina (las múltiples campañas) alimente esa crispación porque los partidos vean ventajas políticas en despertar odios y agravar tensiones.

Yo, como ciudadana y como periodista, me niego a que me metan en trincheras desde las que disparar a 'enemigos' que no siento como enemigos. No estoy dispuesta a tirar por la borda el capital de tolerancia que acumulamos quienes conocimos y sufrimos el franquismo y nos sumamos con entusiasmo a la construcción de la democracia.

Creo que el Gobierno de España tiene una especial responsabilidad en no encender fuegos innecesarios, como la llamada 'comisión de la verdad' que anunció Pedro Sánchez y que ha sido considerada un error por los historiadores más acreditados. El Gobierno tiene también la obligación de no equivocarse en el manejo de una promesa, la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, que tiene más complicaciones de las que en principio podía imaginar Sánchez.

También la prensa tiene su cuota de responsabilidad en esa tarea anti-crispación que parece urgente. Quizá todos debemos aprender un poco de tolerancia de Germán Visús y José Mir, los veteranos centenarios que lucharon cada uno en un bando en la batalla del Ebro, capaces de hablar sin insultarse.

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