

Secciones
Servicios
Destacamos
Andrés tenía la costumbre de levantarse todas las mañana y tomarse una copa de aguardiente para coger calor antes de ir a trabajar al campo. ... El día de Guadalupe, el 8 de septiembre de 1891, su mujer le llevó el chupito a la cama. Tras tomárselo, comenzó a sentirse raro. Murió unas horas después. La bebida contenía estricnina.
Días después el periódico El Emeritense dio más detalles de la muerte que había conmocionado al pueblo donde vivía Andrés, Herrera del Duque. El diario contó que este vecino había ido al cuartel de la Guardia Civil cuando estaba agonizando y había asegurado que su mujer, la carnicera del pueblo, lo había envenenado. Los agentes encontraron estricnina en la casa y detuvieron a la esposa, Antonia, y también a la madre de esta, María.
La muerte del marido fue el final de un matrimonio que duró seis años y que estuvo lleno de escándalos. Andrés y Antonia se casaron con menos de 20 años y eran una pareja bonita, dos jóvenes muy guapos de la misma localidad. Pero la cosa se torció enseguida, principalmente por su familia. Sus dos madres se llevaban muy mal.
La madre de Antonia, María, había extendido por el pueblo el rumor de que, antes de casarse, Nemesia (madre de Andrés) se había tirado a un pozo porque no estaba muy bien. No se sabe si esa historia era real o una maldad. Por su parte Nemesia, según contaban en la localidad, tenía mucha influencia sobre su hijo y eso no le gustaba a su nuera.
Las desavenencias familiares se introdujeron en el matrimonio. A Andrés lo apodaban 'Polvorilla' porque era nervioso y podía tener mal carácter. Eso cristalizó en que, en varias ocasiones, echó a su mujer de casa. En otros casos fue ella la que se marchó.
En seis años de matrimonio, según decían en Herrera del Duque, los esposos pasaron más tiempo separados que juntos. Otro rumor era que ella tenía algo con un vecino llamado Cipriano, que tenía muy mala fama y pasaba temporadas en la cárcel. Según él mismo dijo en el juicio tras la muerte de Andrés, a él le gustaba Antonia y la había rondado siempre. También contó que ella, dos años antes del envenenamiento, le había dado un puñal y un revólver y le ofreció un duro «y lo que quisiera» si se libraba de su marido. Cipriano se lo pensó, llegó a consultarlo con una novia que tenía, pero no hizo nada al respecto.
La tragedia llegó finalmente el 8 de septiembre de 1891. Antes de las siete de la mañana Andrés salió de su casa y pidió agua y aceite a una vecina para tratar de provocarse el vómito. Le dijo que su mujer le había envenenado.
Repitió la misma acusación ante todos los vecinos que se fue cruzando. Muchos de ellos se unieron a él y cuando llegó a la farmacia había una decena de personas acompañando a este moribundo. Levantaron al boticario de la cama y le pidieron un antídoto, pero este profesional pensó que estaban borrachos y les dijo que no podía darles nada. Tras insistir, el boticario mandó a la comitiva a buscar al juez del pueblo para que le diese una orden.
Andrés, que lloraba mucho, según los testigos, se dirigió entonces al cuartel de la Guardia Civil. En la puerta, la guardesa de estas instalaciones le dio más agua con aceite, pero siguió empeorando.
Cuando el marido estaba declarando ante los guardias que su mujer lo había envenenado al meter algo en el aguardiente, se desplomó. Lo llevaron a su casa y consiguieron un contraveneno en la botica, pero era tarde. Andrés murió, arropado por su madre, y acusando a su mujer.
El juicio se celebró tres años después de los hechos, ya que sufrió varios aplazamientos. Causó gran expectación en la Audiencia Provincial de Badajoz al tratarse de dos mujeres acusadas de asesinato, algo poco común, y además el fiscal pedía la pena de muerte para ellas.
El proceso legal arrancó con el testimonio de Antonia. Los periódicos la describieron como una joven agraciada de 25 años que hablaba con tranquilidad.
Negó haber envenenado a su marido. Incluso aseguró que no eran tales las desavenencias que resaltaban sus vecinos.
En cuanto a Cipriano, el vecino al que pidió que asesinase a Andrés, dijo que él la había «buscado en amores» y ella lo había rechazado. «Me amenazó con que me acordaría».
La madre, María, también negó su implicación en los hechos. La principal prueba contra ella era el vaso en el que bebía el aguardiente la víctima y que, según los testimonios, procedía de su casa. El fiscal la arrinconó y confesó que no recordaba cómo había llegado esa pieza de su vajilla a casa de su hija ese día.
La Fiscalía también achacó a ambas su actitud el día del envenenamiento. Mientras que muchos vecinos acompañaron a Andrés y se volcaron en buscar un cura, madre e hija solo hablaron entre ellas y se mantuvieron al margen. En los interrogatorios alegaron que estaban ocupadas con su negocio, ya que ambas trabajaban en la carnicería.
La defensa de las procesadas admitió que Andrés había muerto envenenado, pero aseguró que fue por su propia mano. En el alegato final, el abogado de ambas aseguró al jurado popular que este vecino se había suicidado con la única intención de culpar a su mujer y vengarse por los problemas que tenían.
Su argumento no convenció a los jurados. Condenaron a ambas mujeres. Antonia fue sentenciada a pena de muerte y su madre, a 14 años de internamiento.
La sentencia causó conmoción en Extremadura porque había un movimiento, especialmente entre la prensa, en contra de la pena de muerte. Antonia se libró. Tres meses después del juicio fue indultada por la reina regente María Cristina aunque tuvo que pasar su vida en prisión.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.