Se busca a un tuerto por asesinato. Es el mensaje desesperado que lanzó una madre extremeña hace más de un siglo para tratar de encontrar ... al responsable de la muerte de su hijo.
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La primera semana de julio de 1889 apareció muerto en la dehesa en la que trabajaba Pedro F., un joven agricultor de la cercana localidad de Oliva de Mérida. Tenía muy magullada la cabeza a consecuencia de varios golpes que le dieron con una piedra que estaba junto al cuerpo. También había signos de estrangulación.
Al agricultor le habían registrado y se habían llevado el dinero que llevaba encima, por lo que se sospechaba que el móvil del crimen había sido el robo. Tampoco aparecía la mula de color rojizo que tenía este vecino, por lo que el ladrón o los ladrones podrían habérsela llevado.
Los vecinos de Oliva, en especial la familia de la víctima, clamaron para que se hiciese justicia, pero semanas después del crimen no había detenidos ni sospechosos. La única pista era que a Pedro se le había visto poco antes de morir hablando con un hombre tuerto.
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La presión popular, según criticó la prensa en la época, provocó que se detuviese a un vecino de una localidad cercana, Agustín, solo porque le faltaba un ojo. Los testigos fueron a reconocerle y no lo identificaron como el hombre que había hablado con el muerto, por lo que fue puesto en libertad. La causa quedó sobreseída de forma provisional.
La madre de Pedro, sin embargo, no se rindió y decidió localizar al asesino por sus propios medios. Para ello escribió cartas y viajó a distintos puntos de España para ver a personas tuertas que podrían estar relacionadas con el crimen.
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Años después, cuando finalmente logró que se celebrase un juicio por la muerte de su hijo, subió al estrado y «con acento andaluz y una verbosidad pasmosa», como dijo el periódico La Región Extremeña, contó su periplo por el país, que la prensa calificó como una novela de aventuras.
Como la primera búsqueda a base de cartas no funcionó, la madre de Pedro decidió que el mejor sitio para encontrar un malhechor era la cárcel. Tras descartar a los internos de las penitenciarías más cercanas, fue ampliando sus viajes a otras de numerosas localidades españolas.
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Tardó casi cinco años, pero finalmente encontró a un hombre tuerto que coincidía con la descripción de los testigos y que había estado en Extremadura en la época del crimen. Se llamaba Eduardo J. A., tenía múltiples antecedentes penales por robo y estaba en esos momento en la prisión de Palencia. Hasta allí viajó la sufrida madre para poder dar testimonio ante el juez de instrucción y que relacionasen al preso con el crimen de Pedro.
El juicio se celebró en 1894 en la Audiencia Provincial de Badajoz y ante una nutrida concurrencia porque la historia había llegado a los vecinos y querían ver de cerca al famoso asesino al que le faltaba un ojo.
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«El reo es tuerto del ojo izquierdo, mal encarado y viste pantalón de pana, boina y pañuelo al cuello. Ocupa su sitio en el banquillo, entre una pareja de la Guardia Civil». Así describió La Región Extremeña al procesado. El redactor del diario también destacó que había mucho interés por acercarse al detenido. «Durante el intermedio el procesado, al que le pusieron las esposas en las manos, conversaba amigablemente con cuantas personas se encontraban en la sala».
A pesar de la actitud relajada del preso, se estaba jugando la vida. El fiscal arrancó el proceso pidieron la llamada 'última pena' para él, es decir, la pena de muerte por el asesinato de Pedro. Consideraba que, además de robarle, hubo premeditación en el crimen por acompañarlo a la dehesa, golpearlo y asfixiarlo.
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El detenido fue el primero en testificar. Aseguró que en el momento del asesinato estaba fuera de Extremadura. «No, señor es la única contestación que a preguntas del fiscal da el procesado que muestra una pasmosa serenidad e indiferencia», indicó la prensa.
El momento clave del juicio fueron los testigos del Ministerio Público que identificaron al detenido como el tuerto que estuvo con la víctima. La declaración más determinante fue la de una joven del pueblo que aseguró que había visto a este individuo sin ojo montado en la mula rojiza de la víctima, probablemente después del crimen.
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Sin embargo, hubo un testimonio que puso en duda la culpabilidad del acusado. Otra mujer afirmó que el hombre al que había visto con Pedro era tuerto del ojo derecho, cuando al procesado le faltaba el izquierdo. Su contradicción provocó una discusión en la sala que tuvo que cortar el juez.
Este incidente ayudó al reo, pero no tuvo más alegrías porque ninguno de los testigos que había convocado para apoyar su coartada se presentó. Nadie confirmó que estaba fuera en el momento del suceso.
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En los alegatos finales el fiscal tuvo que reconocer la falta de premeditación y rebajar su petición de pena, pero insistió al jurado en que las pruebas, aunque eran indirectas, resultaban creíbles. El abogado defensor citó numerosos casos de hombres condenados que habían resultado inocentes para apelar a la humanidad del jurado, pero no le funcionó. El tuerto más buscado de España fue condenado a 17 años de cárcel.
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