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Hace más de 100 años había una costumbre algo dudosa en España, especialmente en las localidades pequeñas. Cuando se iban a casar dos personas cuya boda llamaba la atención por diversas circunstancias, se les organizaba una cencerrada. Consistía en, días antes o después de la boda, montar un alboroto en el pueblo con ruido de cencerros, palos en el suelo o incluso tiros de escopeta. Una de ellas acabó con un crimen en 1894 en Puebla de la Calzada.
No era una costumbre bonita, era una burla, una forma de recriminar a los novios lo que consideraban sus vecinos como una falta de moral. Las cencerradas, también llamadas 'campanillás' en Extremadura, iban contra matrimonios en los que los cónyuges eran mayores de 30 años, o un viudo se casaba con una chica joven, o ambos era viudos, etc. Se hacían de noche, acercándose a las casas de los novios y en ocasiones derivaban en bromas más pesadas, como secuestrar al pretendiente y pasearlo atado por el pueblo, o prender hogueras.
El 22 de febrero de 1894 el cercano enlace de dos 'solterones' de Puebla de la Calzaba propició una cencerrada. Los mozos habían quedado sobre las nueve y media de la noche para montar el barullo. Muchos comenzaron a beber horas antes porque esta peculiar tradición de convertía en una especie de fiesta en el pueblo.
El alcohol y el jolgorio hicieron que muchos jóvenes fuesen de bar en bar presumiendo de la que iban a liar. En una de las tabernas hubo un rifirrafe entre un mozo joven y un hombre del pueblo. El joven, Juan L., era uno de los que aseguraba orgulloso que sería una cencerrada impresionante, y Celestino B. le recriminó su chulería.
Horas después, una vez celebrada la cencerrada en Puebla, ambos volvieron a verse y retomaron los insultos. Finalmente pasaron a las manos y Celestino B. acabó con la cara ensangrentada por los golpes, vencido por su vecino. Decidió que la bronca no iba a quedar así.
Celestino B. se fue a su casa y cogió una escopeta de la marca Lefaucheux, la cargó y se fue en busca de Juan. Le vieron en un par de bares, incluso tomando alguna copa de vino más. Luego se fue a una calle de la localidad a esconderse detrás de un carro y esperar a que su víctima llegase.
De las crónicas de la prensa en 1894 se deduce que la casa era de una mujer, Francisca, que no era pariente ni novia de Juan. Probablemente era su amante o una prostituta, y Celestino se enteró de que era el destino al que iba a acudir su vecino ese 22 de febrero. Allí esperó y acertó porque pasadas las diez y media de la noche Juan apareció en esa calle.
El joven se acercó a la casa y golpeó con los nudillo una de las ventanas, una señal para Francisca de que había llegado. A esta mujer no le dio tiempo a abrir la puerta, escuchó un disparo. Dos vecinos de una casa cercana también escucharon la detonación y acudieron corriendo a la escena. Vieron a un hombre con capa huyendo y en el suelo a Juan sangrando. El disparo casi le había amputado el brazo izquierdo, pero vivía y estaba consciente.
«¡Ay, que me han matado a traición!», le dijo el joven a Miguel y Gonzalo, los vecinos que le asistieron y a los que también contó que había visto a la persona que lo disparó y que era Celestino.
El responsable fue detenido inmediatamente y el juicio se celebró nueve meses después en la Audiencia Provincial de Badajoz. Muchos vecinos de Puebla de la Calzada se desplazaron hasta la capital para seguir el proceso, tanto que la sala se quedó pequeña. «En las puertas y en las ventanas se agolpaba un inmenso gentío», publicó el periódico El Orden.
De hecho en el proceso debían testificar 28 testigos y el juez tuvo que desalojarlos porque se negaban a estar fuera de la sala, pero la ley impide que escuchen otros testimonios antes del suyo.
El proceso arrancó con la declaración del acusado, que negó todos los hechos, dijo que se había ido a dormir a casa. Eso sí, el Fiscal lo arrinconó durante su interrogatorio y se le escapó una especie de confesión. Fue así:
–¿Ha oído usted por el pueblo quién fue el que mató a Juan?, dijo el Fiscal.
–Dicen que yo, respondió Celestino B.
Durante su testimonio, uno de los parientes del fallecido, se puso en pie y comenzó a insultar al procesado, por lo que tuvo que ser desalojado.
Los testimonios, en general, dieron mucho juego a los periodistas. El redactor de La Región Extremeña recogió, por ejemplo, la declaración de un testigo resaltando que no hablaba correctamente.
–¿Iba borracho Celestino?, preguntó el Fiscal.
–Para mi 'conceto' lo iban los dos, respondió el testigo.
Mas allá de las anécdotas, el testimonio más importante fue el de un vecino que pudo ver la secuencia completa del crimen, incluso la cara del autor.
El jurado tardó una hora en deliberar y declarar culpable a Celestino B. de homicidio, tal y como pedía el Ministerio Público. No aceptaron que existiese premeditación como pedía la acusación particular. Fue condenado a 14 años. La prensa publicó que «firmó su sentencia con serenidad» antes de ser trasladado a la cárcel.
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