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Hace alrededor de 20 años era normal ver en algunos pueblos de Extremadura, La Rioja y de Castilla y León, entre otras comunidades, un festejo que se llama 'corrida de gallos', en donde los mozos de más de 18 años demostraban su destreza de una ... manera brutal. La fiesta consistía en poner gallos vivos colgados boca a bajo, atados a una cuerda a cierta altura, para que los jóvenes pasaran con sus caballos a galope por debajo y le quitaran la cabeza con un garrote. En algunos sitios los jinetes arrancaban la cabeza con la mano que no llevaba las riendas. En otros lugares los gallos eran enterrados, dejando libre la cabeza que era arracada con un palo o una guadaña.
Toda esta sangre y crueldad terminó con una antigua ley de protección animal, que prohibió que se usaran para estos festejos gallos vivos. En pueblos como Albalá (Cáceres) se ha seguido cumpliendo con la tradición con gallos muertos. En los carnavales de 2023, en Albalá hubo 150 jinetes (hombres y mujeres) que siguieron corriendo los gallos. En Esparragosa de la Serena (Badajoz) han sustituido los animales vivos por piñatas en forma de gallo.
En pueblos cacereños de la zona de la Sierra de Montánchez, se solían y suelen hacer las corridas de gallos en los carnavales. En Alcuéscar se hacía los domingos de Carnaval, y uno de ellos es especialmente recordado por haber ocasionado dos muertes, la de dos agentes que vigilaban que la fiesta no tuviera incidentes graves.
Ocurrió el domingo 7 de febrero de 1932, y los dos agentes eran el guardia municipal Tiburcio E. y el guarda de campo Casto G. N. En la tarde del domingo, cuando se estaba celebrando la corrida de gallos los agentes discutieron con un grupo de vecinos, que querían pasar por una zona prohibida ya que se estaba celebrando el festejo y los caballos iban a galope tendido.
En el grupo de los mozos estaba Fernando C. H., que precisamente era hermano de la mujer de Tiburcio. Fernando fue uno de los más beligerantes, junto a los hermanos Juan y Francisco C. Cuando los agentes intentaban mantener el orden Francisco dio una bofetada a Tiburcio, éste intentó sacar el sable que llevaba. Varios mozos se abalanzaron sobre él y entonces sonaron dos disparos seguidos, cayendo en el suelo los dos agentes, mortalmente heridos. Según se aseguró en la prensa de la época, los dos tiros habían alcanzado los corazones de los agentes.
Los jóvenes que habían originado la trifulca huyeron. Además de los tres citados estaban otros dos: José F. B. y José C. B. Los cinco eran albañiles.
El comandante del puesto de la Guardia Civil, José Vaz Romero intervino para evitar males mayores, porque había gente que quería coger al grupo de los jóvenes que habían iniciado el altercado y lincharles.
También intentó calmar a los vecinos el alcalde Nemesio Rosco Pulido, que envió a su segundo teniente alcalde a Montánchez, para pedir ayuda a los agentes de la Guardia Civil allí destinados. El teniente de alcalde llegó a las ocho de la tarde a Montánchez, avisando al oficial al mando que una hora antes se habían cometido dos asesinatos en Alcuéscar.
Guardias de Montánchez y de Albalá marcharon a Alcuéscar. Llegaron a las nueve de la noche, acudiendo también el juez de Montánchez, que entonces contaba con un Juzgado de Instrucción.
Los agentes mandaron cerrar las tabernas y disolvieron los grupos. Ordenaron a la gente que se fueran para sus casas, mientras realizaban las detenciones. Apresaron a tres de los cinco del grupo que empezó la pelea. Faltaban dos que se habían escapado del pueblo. Uno de ellos era Fernando C. H., el cuñado del fallecido Tiburcio, que fue a Montánchez a entregarse en el cuartel de la Guardia Civil. Fernando confesó que él era quien había matado a los dos agentes.
En el diario 'Nuevo Día' se alabó la rápida intervención del comandante de puesto de Alcuéscar, Vaz Romero, y también del alcalde, «pues con su actuación –indicó el periódico– evitaron que fuesen linchados los autores del hecho, así como que se entablase una lucha sangrienta entre los familiares de las víctimas y de los agresores, pues todo el vecindario se reunió en la plaza con los ánimos muy excitados y provistos, la mayoría, de armas blancas».
El 'Nuevo Día' señaló que el domingo de Carnaval de ese 1932 había sido especialmente trágico en la provincia de Cáceres, ya que a los dos muertos en Alcuéscar había que sumar otro en Serradilla.
Allí, a las ocho y media de la noche, había sido detenido Justiniano R. M., ya que con una navaja había atacado a los hermanos Mateo y Pedro R. M. Uno de ellos, Mateo, murió de una puñalada en el tórax y el otro resultó herido en un brazo.
En Ahigal hubo otra pelea de navajas y el vecino Benedicto P. G. de 23 años fue detenido por herir a Francisco A. D.
El oficio de guardia municipal no estaba exento de riesgos en Alcuéscar. Al año siguiente, en noviembre de 1933, los periódicos informaban de que un guardia municipal, igual que el fallecido Tiburcio, había sido herido de bala en una pierna. El agente dijo a la Guardia Civil que cuando estaba hablando con el concejal Valentín Burgos Corrales, pasaron por su lado dos individuos y uno le disparó. El agente herido dijo el nombre de las dos personas, los guardias civiles les detuvieron inmediatamente, pero ya no tenían arma alguna.
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