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Representación de una sesión de espiritismo en 1853. HOY

«La degollé porque me hechizó y me provocó epilepsia»

CRÓNICA NEGRA EN EXTREMADURA ·

En 1909 un vecino de Oliva de la Frontera mató a una mujer mayor porque otra le convenció de que la víctima tenía poderes y había conseguido que enfermase

Sábado, 12 de febrero 2022, 07:37

Desde la antigua Roma los ataques epilépticos se han confundido con la brujería y las posesiones demoniacas. En ocasiones los afectados pierden el sentido, se mueven de forma violenta o ponen los ojos en blanco. En Extremadura, en 1909, la ignorancia en torno a esta ... enfermedad le costó la vida a una vecina de Oliva de la Frontera.

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Por aquel entonces la localidad de llamaba Oliva de Jerez, el nombre cambió posteriormente. Un vecino de este pueblo, José B. P. sufría ataques y decidió consultar con los médicos, que le hablaron de la epilepsia. El afectado no se quedó conforme y acudió a curanderos en busca de un remedio. Así encontró a Filomena, apodada la Romántica.

La Romántica era una vecina de Oliva conocida por sus habilidades mágicas. Diagnosticó a José como hechizado. Le dijo que su mal provenía del embrujo de otra mujer del pueblo, Antonia, una anciana que era rival de Filomena en ciertas artes.

Para librarse del hechizo, la Romántica aconsejó a José que consiguiese un cuervo y lo guardase junto a él cierto tiempo. «Cortándole la cabeza después, y si no estaba curado, hiciera lo mismo con la que le echó los hechizos, lo mismo que con el cuervo hizo».

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El sacrificio del cuervo no funcionó y el 13 de julio de 1909 José fue a casa de Antonia, una vecina mayor a la que apenas conocía, le agarró el pelo con la mano izquierda y con la derecha le clavó una navaja de pequeño tamaño con tanta fuerza que la decapitó. En el juicio posterior los peritos no eran capaces de explicar cómo pudo decapitar a su vecina con solo un cuchillo. «Es necesario un estado de excitación nerviosa para poder, con una navaja pequeña, separar a una persona la cabeza del tronco», aseguró un médico. Los periódicos de la época relataron que había mostrado una «fuerza sobrehumana».

Después del crimen, sin embargo, el autor se marchó de la escena y eliminó las pruebas de lo que había ocurrido. La brutalidad del asesinato conmocionó a los vecinos de Oliva de la Frontera y las autoridades detuvieron a dos vecinos, un padre y su hijo.

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Miedo a la hechicera

Los detenidos también sufrían una enfermedad que les provocaba ataques, similar a la epilepsia. Esto demuestra que en esa época los residentes de esta localidad, no solo José, creían que la víctima era capaz de hacer enfermar a quién quisiese. Tanto que la Guardia Civil desde el principio acertó con el móvil del crimen. Buscaron a alguien que quisiese vengarse de Antonia por creer que lo había hechizado, aunque erraron en la autoría.

Los dos hombres detenidos se libraron de una condena por poco, pero trece días después del crimen, el verdadero autor confesó espontáneamente: «La degollé porque me hechizó y me provocó epilepsia». Fue entonces cuando comenzó el debate sobre si estaba trastornado.

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Tras su confesión, José ingresó en la cárcel de Jerez de los Caballeros. Pasado un tiempo, el director de este centro penitenciario se convenció de que estaba loco y pidió su traslado a un manicomio, como entonces se llamaban los centros donde se trataba a las personas con enfermedades mentales.

El asesino confeso fue ingresado en el manicomio de Mérida. Sin embargo, los especialistas determinaron que no tenía ningún trastorno e incluso aseguraron que fingía los ataques epilépticos para parecer más enfermo. Finalmente le devolvieron a la cárcel.

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El juicio se demoró mucho. José B. P. no fue procesado hasta junio de 1914, solo unos semanas antes de que se declarase la Primera Guerra Mundial. En el proceso se debatió ampliamente sobre la locura y si tenía relación con la epilepsia, una creencia falsa que, sin embargo, estaba muy extendida entonces fuera de la profesión médica.

El fiscal argumentó que José «podía estar sugestionado por los ataques que padecía, pero que en el momento de realizar el crimen no estaba loco».

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La acusación particular, que representaba a la familia de la víctima, aseguró que el asesinato fue «producto de la incultura y de la barbarie, y la sociedad debe poner remedio y coto, no solo por el caso presente, sino por los sucesivos que puedan ocurrir». Esta acusación también insistió en que los médicos no apreciaban que José sufriese una enfermedad mental y que, no estaba tan alterado, porque fue capaz de borrar sus huellas tras matar a Antonia.

Locura y epilepsia

En el proceso también participaron varios médicos. Uno de ellos fue muy contundente para separar locura y epilepsia. «Hay locos epilépticos, epilépticos que no son locos y locos que no son epilépticos», reivindicó el especialista que aseguró que el acusado podía estar sugestionado, pero no trastornado al decapitar a su vecina.

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El acusado testificó, pero aseguró que no recordaba nada antes de su ingreso en el manicomio de Mérida. Su abogado sí admitió la confesión y alegó arrebato y obcecación. Según detalló el periodista de El Correo de la Mañana, el defensor fue crítico con el carácter de la víctima. Aseguró que José se había obsesionado con Antonia, que estaba seguro de que le «había echado hechizos» y que la mató «creyendo que era una buena acción».

El abogado defensor también culpó del crimen a Filomena, la Romántica. Llegó a decir que debía ser ella la procesada, ya que «se encerró en una habitación con José» y allí le recomendó llevar a cabo el ritual con el cuervo y repetirlo con la víctima si no daba resultado.

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Finalmente, la decisión sobre el destino de José quedó en manos del jurado popular. Antes de la deliberación, el juez les recordó cómo se dividían los hombres con problemas mentales.

Era la cruel clasificación que entonces se hacía de las personas que sufrían estas enfermedades: maniacos, monomoniacos, dementes e imbéciles. Tras varias horas de discusión, el jurado determinó que el autor estaba loco y que debía ser ingresado en un manicomio para siempre.

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