1925. Un hombre violó y mató a su inquilina, embarazada de seis meses, y mutiló el cadáver. El crimen, que fue noticia a nivel nacional, provocó varias protestas por la violencia contra las mujeres
Si mañana hubiera un crimen, lo primero que haría la policía será acordonar la zona, y tanto los curiosos como los periodistas tendrían que observar a distancia. Pero a principios del siglo XX los procedimientos no eran tan estrictos, y un reportero avispado podía ver la escena del crimen.
El 5 de junio de 1925 lo consiguió uno de los periodistas del Correo de la Mañana. Entró en el número 3 de la calle Espronceda de Badajoz con el juez y el forense. Este último le dijo que en sus 29 años como médico no había visto nada tan horrible. No era para menos. La escena que describió el periódico al día siguiente se grabó en la memoria de los pacenses como una historia de terror.
«La estancia donde se encontraba el cadáver es una pieza de unos tres metros cuadrados. Cuando penetramos, el cuadro que se ofreció a nuestros ojos fue inenarrable, verdaderamente espantoso. Sobre un inmenso charco de sangre yacía el cadáver de la infortunada Francisca, cerca de ella un feto de unos siete meses desprendido de la placenta (...). Por el vientre, totalmente abierto, salían los intestinos y en ambos muslos dos enormes tajos dejaban al descubierto los fémures y las tibias».
Con todo detalle el redactor explica que el cuerpo estaba colgado de las vigas del techo por los pies y mutilado brutalmente, al igual que el de su futuro hijo. «En los rostros de los que asistieron a esta diligencia se notaba la impresión que producía este horrible cuadro», concluye la crónica.
La víctima del brutal suceso era Francisca Durán, una joven de 26 años natural de Villar del Rey. Se había trasladado a Badajoz, como muchas muchachas en su época, para servir en una casa, pero lo dejó tres años antes para casarse.
Poco después de su matrimonio tuvo una niña, pero el bebé murió. Ella estaba muy ilusionada por volver a ser madre. Su marido, que servía para otra familia pudiente de la capital, solía viajar bastante haciendo recados. Ambos eran inquilinos en la calle Espronceda de un matrimonio con dos hijos. Tenían su propia habitación, pero compartían la cocina.
El 5 de junio de 1925 Francisca estaba sola en casa. Su marido llevaba días en Mérida ocupado en un negocio de pieles. Fue a hacer la compra y, al volver, el propietario de la vivienda, Antonio Painho, cerró con llave la puerta principal y la siguió a la cocina.
El antiguo juzgado.
Según se reveló posteriormente en las actas del juicio, no había ningún tipo de relación entre ambos, más bien enemistad, pero este hombre natural de Elvas, de 41 años, y casado y con dos hijos, le hizo proposiciones sexuales a su inquilina. Francisca Durán le rechazó y él la golpeó en la cabeza con un cincel.
La mujer quedó inconsciente y Painho la arrastró hasta su dormitorio y la violó. Al despertarse, Francisca gritó y él la apuñaló tres veces, una de ellas en el cuello, lo que la desangró.
Fue entonces cuando decidió desmembrarla. La llevó a un cuarto anexo a la cocina, una especie de almacén, y la colgó de un pie para ir llevando a cabo los distintos cortes.
Fue una prima de la víctima la que dio la voz de alarma. Francisca Durán solía ir a verla cada mañana y le extrañó su ausencia, por lo que se acercó a la casa y escuchó sonidos extraños. Decidió avisar a un guarda municipal, que a su vez informó a un cabo de carabineros que hacía guardia en el puesto de la Puerta de Palmas. Tres agentes decidieron acercarse a la casa y llamar. Antonio Painho les abrió la puerta, pero al ver que eran policías, volvió a cerrar.
Insistieron hasta conseguir que reabriese y, cuando lo hizo, supieron enseguida que ocurría algo extraño porque el propietario del inmueble estaba muy nervioso. Registraron la casa, pero no encontraron nada hasta que se dieron cuenta de que había un cuarto cerrado. Le exigieron la llave a Painho, y él contestó que la tenía Francisca y que estaba fuera de casa. Los agentes no le creyeron, y al registrarle se la encontraron. Abrieron la puerta y, al ver la escena, volvieron a cerrar y detuvieron al propietario, que confesó ser el autor de los hechos.
El suceso conmocionó a la ciudad. De hecho, numerosas personas se congregaron durante horas delante de la casa de la víctima. También fue cubierto por los medios nacionales, que destacaron la brutalidad de las mutilaciones.
Hubo varias convocatorias impulsadas por mujeres para protestar por la violencia contra su sexo. En Badajoz, una de estas manifestaciones acabó en disturbios solo unos días después del asesinato. Un grupo de mujeres se vistió de luto y protestó por las calles de la ciudad. Finalmente, la mayoría se disolvió, pero un grupo se dirigió a la cárcel para proferir gritos contra el detenido y pedir un castigo ejemplar. Una de ellas fue detenida y puesta en libertad unas horas después.
Pena de muerte
El juicio se celebró en noviembre, cinco meses después de los hechos. Antonio Painho fue acusado de violación, asesinato y aborto. La Fiscalía pidió la pena de muerte y la defensa su internamiento en un manicomio, como se denominaban en esa época.
La expectación en Badajoz era tal que la guardia de seguridad tuvo que patrullar por las calles cercanas para evitar que los vecinos fuesen a por el procesado durante su traslado desde la cárcel hasta la Audiencia Provincial.
Aspecto actual de la calle Espronceda, el número 3 desapareció.
CASIMIRO MORENO
Durante el proceso, el fiscal defendió que el acusado había planeado el crimen, que cogió el cincel y un cuchillo de su trabajo y esperó a estar solo con la víctima. Painho, por su parte, se defendió asegurando que no la violó ni tenía intención, que la golpeó durante una discusión por el uso de la cocina y luego la encerró en el almacén. Su abogado alegó que la víctima amenazó a su arrendador con contárselo a su marido y fue entonces cuando la mató para que no lo hiciese. También aseguró que no sabía que estaba embarazada de seis meses y se justificó porque había bebido vino y estaba desequilibrado.
El tribunal lo consideró culpable y le impuso la pena de muerte, pero no fue ejecutado. En mayo de 1926, el rey Alfonso XIII cumplió 40 años, fue festivo nacional y el monarca, como era tradición, otorgó una serie de perdones. Indultó a Painho como gesto a Portugal, ya que era ciudadanos de este país, y le conmutó la pena de muerte por cadena perpetua.
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