La legítima defensa es uno de los argumentos que más se repiten en los juicios por asesinato. No siempre prospera, pero es habitual que el ... acusado alegue que se protegía. En la Navidad de 1918 en Hornachos hubo un caso curioso. Un hombre recibió dos navajazos por la espalda y los responsables alegaron legítima defensa porque la víctima estaba agarrando a uno de ellos por «una parte muy sensible».
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¿El argumento funcionó? Tuvieron que celebrar dos juicios para llegar a una conclusión definitiva.
Los hechos tuvieron lugar el 26 de diciembre de 1918 en Hornachos. Francisco, un hombre de mediana edad, fue a tomar algo a un bar del pueblo, llamado El Gurugú, con su sobrino, Pedro Ángel. Allí se encontraron con varios amigos. Tras varias rondas, salieron a la calle y comenzaron a caminar. En una casa, uno de sus acompañantes, Marcelo, se encontró con un compañero de profesión, un albañil llamado Paco y apodado en el pueblo como 'el Curita'.
Francisco, que quería seguir con la noche, se acercó a los que conversaban y le recriminó a Marcelo que se entretuviese. La interrupción provocó una discusión entre el Curita y Francisco, que comenzaron a hacerse reproches.
En un momento dado pasaron a los empujones y los golpes, y el Curita quiso cortar la pelea agarrando a su oponente de la entrepierna con fuerza. Francisco trató de zafarse y el dolor empeoró. Pidió ayuda a su sobrino Pedro Ángel a gritos. Este sacó una navaja, se dirigió al agresor por detrás y le apuñaló dos veces. La hemorragia fue enorme, según los testigos, y falleció solo unos minutos después en plena calle.
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Hornachos quedó conmocionada por su suceso que dejó un muerto en plenas Navidades y dos detenidos de la misma familia y muy conocidos en esta localidad.
La fama del muerto y de los acusados, Francisco y Pedro Ángel, fueron una de las causas que provocaron que nueve meses después muchos de los vecinos de Hornachos se desplazasen hasta Badajoz e hiciese noche para estar presentes en las dos sesiones del juicio que se celebraron en septiembre de 1919. Las crónicas de la época aseguran que el pueblo estaba dividido entre los que pedían justicia y los que, como los procesados, aseguraban que el Curita era peligroso y habían obrado por defensa propia.
Gran parte del juicio se centró en los testimonios de vecinos y familiares de ambos bandos que defendían el buen carácter de sus conocidos.
Además, tanto el Fiscal como el abogado defensor recrearon el momento del crimen en plena sala usando voluntarios del público. En el primer caso el representante del Ministerio Público aseguró que antes de las puñaladas los testigos escucharon a Pedro Ángel decir a la víctima: «Tenía ganas de habérmelas contigo».
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El Fiscal mantuvo que el sobrino tenía causas pendientes con Paco 'el Curita', y pintó a este último como una persona pacífica. Un albañil trabajador cuyo único defecto era tomarse algo en la taberna al salir de trabajar.
En su réplica el abogado defensor mostró una versión muy distinta. «Solo la calenturienta imaginación del señor fiscal puede sugerir la fantástica novela que habéis oído. El señor fiscal, lejos de hacer una obra de justicia, la ha hecho de literatura», insultó al representante del Ministerio Público. Esta contundente declaración fue recogida por El Correo de la Mañana, que alabó el ingenio del letrado para impactar en el jurado.
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El momento más llamativo de la defensa, sin embargo, fue cuando el abogado recreó los hechos tal y como el mantenía que sucedieron. Con una pirueta argumental atrevida justificó que una agresión contra los genitales de un hombre era una amenaza grave que podía justificar la agresión a navaja.
Añadió que el fiscal procesaba a dos hombres que solo habían tratado de defender la vida de uno de ellos.
«Señores del jurado», clamó el defensor en su última intervención. «Si os veis agredidos por un malhechor, no pidáis socorro, porque si acuden a prestároslo y matan al agresor, vosotros y vuestros defensores seréis homicidas, según el fiscal».
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Este argumento causó gran indignación en el representante del Ministerio Fiscal. Aunque no tenía la palabra, pidió al juez poder responder al abogado en un último turno de réplica. Se lo concedieron y protestó por los insultos del abogado.
Este no fue el único enfrentamiento en el juicio entre ambas partes. El informe forense también provocó enganches entre Fiscalía y defensa. Los peritos tuvieron que testificar dos veces, pero el informe era algo ambiguo. El Ministerio Público mantenía que las puñaladas las había recibido de pie, por lo que demostraba que no había pelea y que la agresión era a traición por la espalda.
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Sin embargo, la defensa decía que el informe dejaba claro que las heridas se habían producido en un forcejeo y cuando la víctima estaba agachada, en plena reyerta.
El jurado popular apenas tardó unos minutos en deliberar, lo que sorprendió al juez, a los abogados y a los periodistas de la sala. La rapidez hizo pensar en un veredicto de inocencia, pero no. Condenaron a ambos procesados. Sin embargo el juez, al revisar las respuestas de los jurados observó una contradicción, ya que culpaban a los acusados, pero consideraban que no eran responsables de la muerte.
Se fijó un segundo juicio que se celebró un año después con un guion similar. Sin embargo apenas recibió atención en la prensa porque coincidió con el llamado Crimen de Pozo Airón, un asesinato en el que degollaron y le cortaron los genitales a un crupier de Almendralejo.
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En el segundo juicio, eclipsado por el otro suceso, el abogado defensor logró convencer al jurado de que era defensa propia. Ambos fueron absueltos por esas dos puñaladas por la espalda.
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