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La tarde del jueves 26 de septiembre de 1985 Cáceres celebraba la Feria de San Miguel. En el Paseo de Cánovas los muchachos se arremolinaban ... intentando llevarse los regalos colocados en una resbaladiza cucaña, mientras se preparaba en la calle Argentina, en la Estación de Autobuses, un desfile de carrozas de las asociaciones de vecinos de San Jorge, Las Trescientas, Valdesalor, Grupo 18 de Julio y 232 Viviendas. Las majorettes ensayaban sus pasos sincronizados al son de la banda de cornetas y tambores, mientras gigantes y cabezudos bailaban el alegre pasodoble de una charanga, preparándose para el desfile hasta la Plaza Mayor.
Cerca de allí, en la calle Gómez Becerra, sonó el teléfono en la Redacción de HOY. Lo cogió el auxiliar de redacción Juan Mateos, que inmediatamente pasó la llamada al redactor jefe, a Manuel García Carmona.
En la Redacción estaba el locutor deportivo Tomás Pérez contando a Fernando García Morales que le habían destrozado su coche deportivo en el garaje para robarle parte de su equipo de radio. Morales tomaba nota para publicarlo en su sección 'La calle al habla'.
El redactor jefe salió de su despacho y se fue hacia el joven reportero J. J. González:
–Lo siento mucho, mi niño –dijo empleando su tono cariñoso–, pero te tienes que ir cuanto antes a Ceclavín.
–¿Qué ha ocurrido? –preguntó J. J. con las manos paradas sobre el teclado de la máquina de escribir.
–Ha llamado el corresponsal de Ceclavín, José Carlos Cortés. Han atracado el estanco y el estanquero está muerto. Parece que la Guardia Civil ya ha detenido a alguien. El cadáver aún está en el estanco porque el juez no ha ido aún a levantar el cadáver. ¡Múñez! –le dijo al fotógrafo– ¡Carga la cámara e iros con tu coche!
Con sus peculiares bigotes con las puntas colgando hacia abajo, Múñez se metió enseguida en el cuarto oscuro a preparar varios carretes de 30 o 35 fotos.
Reportero y fotógrafo marcharon a Ceclavín cuando empezaba a oscurecer. Después de hora y media de trayecto llegaron al pueblo, que estaba alborotado. La Guardia Civil no dejaba entrar en el estanco. Aún así, desde la calle se podía ver el cadáver en el suelo. Al lado una mujer llorando.
–Es su hermana Inés. Ella vio al asesino escapando, también lo vio uno del pueblo, Mariano, –explicó un vecino dispuesto a responder a las preguntas del joven que apuntaba en una libreta–. El muerto se llamaba Eugenio, tenía 63 años. Los dos hermanos son de Zorita, estaban solteros y vivían juntos en la casa en la que también está el estanco, el único que hay en todo Ceclavín.
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–¿Y quién le mató?
–Pues un drogadicto de 18 años llamado Juan Carlos, que llevaba dos meses en Ceclavín. Con sus hermanos mayores había emigrado a Barcelona, pero él se enganchó a la heroína y robaba para poder 'pincharse'. Le metieron en la cárcel un tiempo. Su madre, que vive aquí, es viuda, y ella y los hermanos le convencieron para que se viniera al pueblo con la madre para ver si se reformaba; pero mira tú como se ha reformado... matando al bueno de Eugenio.
–Pero... ¿a qué hora le mató?
–Fue a las cinco de la tarde. Le cosió a cuchilladas y se llevó el dinero que encontró en la caja. Tiró el cuchillo en un corralón y salió corriendo.
J. J. supo después que el joven pidió el cuchillo a una vecina. «De parte de mi madre –le dijo–, que me deje un cuchillo». Con el arma escondida fue al estanco, pidió un paquete de tabaco, lo pagó, y luego enseñó el cuchillo: «¡Dame todo el dinero que tengas!». Eugenio le conocía porque todos los días le compraba tabaco, y no quiso darle nada. Intentó quitarle el cuchillo y recibió ocho cuchilladas. Una en la cara, otra en el cuello, una tercera en el pecho y cinco en el hombro izquierdo. Escapó con 25.000 pesetas (151 euros). Mariano, el vecino que le vio salir corriendo, avisó a la Guardia Civil. El comandante del puesto, Pedro Diestro Carrera, acompañado de cuatro guardias, le dio pronto alcance en las afueras del pueblo.
Le llevaron detenido a la cárcel municipal. A las diez de la noche llegó el juez de instrucción, que en el Ayuntamiento tomó declaración a los testigos, también al criminal, que fue conducido esposado por la espalda. Muchos vecinos le vieron con sus pantalones cortos rotos y un niqui a rayas. Cuando salió de declarar con su cara de susto, alguno le grito '¡Asesino!' Su madre lloraba desconsolada.
Después de conseguir toda la información y hacer las fotografías, J. J. y Múñez buscaron un bar donde poder mandar la crónica por teléfono. Mientras el fotógrafo saboreaba una cerveza y pedía una ración de morcillas, el periodista llamaba por teléfono a cobro revertido a la central del periódico. Allí el operador Dani transcribió la crónica, para que el redactor jefe de cierre la metiera en una página antes de las dos de la madrugada, última hora para entregar original.
Los reporteros cenaron unas raciones con la satisfacción del trabajo bien hecho. Cuando decidieron regresar a Cáceres, noche cerrada, al destartalado coche de Múñez se le dio por no arrancar. Tuvieron suerte de encontrar una pensión para dormir. Al día siguiente, mientras Múñez buscaba al mecánico del pueblo, J. J. desayunaba en un bar, en donde los parroquianos hojeaban un ejemplar del Diario HOY con el titular en primera página: «Muerto a puñaladas el estanquero de Ceclavín».
Dos años después, el 7 de noviembre de 1987, era juzgado en Cáceres Juan Carlos C. El joven, que entonces tenía 20 años, declaró que había matado al estanquero «sin querer. Yo solo quería dinero. Me hacia falta». Se había gastado en heroína las 22.000 pesetas que le había dado su madre para sacarse el carnet de conducir en la Autoescuela Fléming de Cáceres, y así poder encontrar un trabajo. El día del crimen estaba con 'el mono', necesitaba droga. Le condenaron a 26 años de cárcel.
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