

Secciones
Servicios
Destacamos
El duro murió con las pesetas. Para los que no recuerden la antigua moneda española, cinco pesetas eran un duro y era habitual sacar la ... cuenta usando esta medida. En el año 1900 un vecino de Siruela debía 50 duros y fue asesinado. Parecía que la deuda era la causa, pero había mucho más detrás de su muerte.
La víctima fue Adriano, un hombre de mediana edad que se había casado unos años antes con Francisca, una viuda de Siruela. Ambos vivían con el hijo de ella, Críspulo, de 18 años.
Adriano apareció junto a la majada, el cerramiento donde guardaban a los animales a las afueras del pueblo. Había recibido un disparo de escopeta y estaba agonizando. Dos vecinos del pueblo le llevaron a la localidad para que lo atendiesen y en el trayecto les dijo que le había disparado su hijastro cuando estaba acostado durmiendo.
La Guardia Civil detuvo al joven, un chiquillo tímido y apocado, como lo describieron en el proceso judicial. La investigación concluyó que tenían desavenencias graves porque Adriano no trabajaba y se gastaba todo el dinero de la familia. Su vida «llena de vicios» provocó que debiese a una prestamista 50 duros, es decir, 250 pesetas. En la actualidad serían menos de dos euros, pero en 1900 era una pequeña fortuna.
La solución de Adriano para saldar su deuda fue coger la mayoría de las cabras de la familia, 24, y venderlas. Cuando se enteró, Críspulo se disgustó mucho porque se trataba de animales que pertenecían a su madre y además porque su padrasto las cedía por un precio inferior a su valor real para conseguir el dinero rápido. Las cabras valían al menos el doble, pero el 29 de agosto de 1900 Críspulo vio cómo su padrastro las malvendía por los 50 duros que necesitaba. Horas después le disparó con su escopeta.
La Fiscalía entendió que había sido un asesinato con alevosía, ya que Adriano estaba tumbado, quizá dormido. Los perdigones habían atravesado su chaqueta, que se había echado por encima para taparse. Además el Ministerio Público consideró que existían los agravantes de despoblación, porque los hechos ocurrieron en una zona aislada, y parentesco.
El acusado, sin embargo, contó una versión muy distinta. Dijo que disparó en legítima defensa. Críspulo aseguró que no había discutido con su padrastro, que solo había llorado cuando se llevaron las cabras debido al disgusto. Uno de los animales que tenían en la majada, de los que no habían vendido, se escapó y este joven fue a buscarlo. Afirmó que, al volver con la cabra, Adriano comenzó a gritarle y tirarle piedras y él disparó «sin pensar». Su abogado pidió la absolución o que se tuviera en cuenta el atenuante de arrebato.
El juicio fue un año después de los hechos y causó gran conmoción en los medios de comunicación de la época. En el proceso se reveló mucho más sobre lo que ocurría en la familia de la víctima y del procesado.
Uno de los detalles que llamó la atención de los asistentes fue el aspecto del acusado. A pesar de tener 18 años, parecía mucho más joven, y el periodista de 'Nuevo Diario de Badajoz' lo calificó como «un chiquillo».
Su declaración impresionó a todos los asistentes al juicio. Llorando en todo momento, indicó que su padrastro vendía las cabras «no por necesidad, sino por sus vicios» y confesó el calvario que se vivía dentro de su casa. Adriano –alegó– no solo les dejaba sin medios, también maltrataba a su madre. Contó que en la última paliza le había roto dos costillas.
La emoción del procesado se contagió al resto de la sala, según contaron los diarios de la época. «El procesado llora frecuentemente, enterneciendo a algunos de los jurados, a los cuales les arrastran también los ojos en lágrimas».
La madre de Críspulo ratificó las declaraciones de su hijo y contó emocionada que su segundo marido solía «castigarla». En esa época no existía el concepto de violencia machista y el Fiscal alegó que se trataba de un matrimonio «que era un martirio para los dos y por culpa de los dos». De hecho en su interrogatorio a la viuda le preguntó si Adriano solía llegar a casa y no tener la cena preparada o si le achacaba que tenía menos dinero que ella como causas de las agresiones que sufría. Ella negó tratarle mal, dijo que lo cuidaba y que nunca se quejaba por miedo.
En el proceso legal, además, testificaron varios conocidos que confirmaron que Adriano era holgazán y se gastaba todo lo que tenía en la buena vida. En cuanto a los peritos, dos médicos, no se pusieron de acuerdo. Uno de ellos afirmó que las heridas solo podían corresponder a un disparo estando tumbado, pero el segundo rectificó su primera conclusión y dijo que era posible que se estuviese agachando a coger una piedra.
Fue la actitud de Francisca, la viuda de Adriano y madre del procesado, la que marcó el proceso. Una vez confesado lo que ocurría, no temió repetirlo. Cuando el jurado salió de la sala para deliberar, la madre se puso de rodillas y suplicó que no condenasen a su hijo. Dijo que ella era la única culpable por casarse con ese hombre.
El propio fiscal, en su alegato final, se sintió afectado por los hechos. Definió su labor en este juicio como «una empresa superior a sus fuerzas». «La voy a acometer sin que se pueda esperar de mí, ya en el ocaso de mi vida, ni lenguaje florido, ni elocuencia, pero sí imparcialidad». A pesar de todo, se ratificó en los hechos y pidió la pena de muerte para Críspulo.
No lo logró. El jurado popular absolvió al joven que fue puesto en libertad inmediatamente. Su madre, tras abrazarlo, se lanzó a besar al abogado defensor y a dar las gracias a los miembros del jurado.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.