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En agosto de 1986 Cataluña aguantaba la respiración mientras un incendio arrasaba el monte de Monserrat y amenazaba con dañar el monasterio. Las imágenes de las llamas, que dejaron aisladas a un millar de personas, copaban las portadas de los periódicos. En Extremadura, sin embargo, un crimen brutal en Almoharín eclipsó el drama catalán.
Era un miércoles de agosto, día 20, a las once de la mañana. En una casa vivía un menor de 16 años que estudiaba mecánica, pero estaba de vacaciones. Le gustaba ver la televisión y jugar al fútbol. Últimamente lo estaba pasando mal porque uno de sus hermanos, de 24 años, le agredía cuando se quedaban a solas.
Su hermano mayor sufría algún tipo de trastorno mental, según creían en la localidad de Almoharín, aunque no estaba diagnosticado ni recibía tratamiento. Estaba obsesionado con una de sus hermanas, de 19 años, con la que creían que mantenía relaciones incestuosas. A su vez estaba convencido, dentro de su trastorno, de que su hermana también se acostaba con el menor de 16.
Ese miércoles el menor estaba en el baño del segundo puso de la casa. Se estaba lavando, vestido solo con un bañador y, al terminar, bajó a la planta inferior e intentó entrar en el salón donde estaba su hermano de 24 años y unos cuñados de la misma familia.
El menor trató de entrar, pero se encontró la puerta atrancada. Su cuñada fue a abrirla, pero el hermano de 24 años la empujó, se adelantó y abrió él mismo. Cuando estuvo frente a frente con su hermano, sacó un cuchillo de caza de la cintura y lo apuñaló en el pecho.
El joven fue capaz de correr y volver a refugiarse en el baño, pero su agresor le dio alcance y siguió acuchillándolo. En total recibió seis heridas, cuatro que le destrozaron el brazo con el que trataba de protegerse y dos en el pecho que le hicieron perder gran cantidad de sangre.
El revuelo hizo que se levantase otro hermano y acudieron a la escena. Vio como el mayor huía y corrió tras él persiguiéndolo por varias calles de la localidad, pero lo perdió. Un cuñado subió al baño y atendió al herido, pero solo pudo comprobar que agonizaba. Cuando un practicante del pueblo llegó a la casa, alertado por la familia, solo pudo constatar que el menor había muerto víctima de la brutal agresión.
Horas después la Guardia Civil localizó al homicida en otra zona de Almoharín y pudo detenerlo. No se resistió. Los agentes se sorprendieron ante la actitud del arrestado, que parecía totalmente calmado. Se mostraba muy tranquilo «como si se hubiese tomado 15 tilas».
Su extraña reacción, y su historial, hizo sospechar desde el inicio a los investigadores que tenía algún problema. Sus propios familiares confirmaron a los medios de comunicación que perseguía y pegaba palizas al menor creyendo que estaba con la hermana de 19 años. «Se veía venir», llegaron a revelar a HOY que visitó Almoharín tras el crimen.
El arrebato, sin embargo, contrastaba con la aparente planificación del crimen. El homicida se hizo con un cuchillo de caza con una hoja de 15 centímetros que no era de su familia, no se sabía de dónde lo había sacado. Además preparó una mochila y distintos útiles para huir tras el crimen. Por último, antes del episodio de violencia, avisó que iba a ocurrir algo. «Yo que tú desayunaba en otro sitio, porque aquí va a haber jaleo», le dijo a un familiar.
La familia, que incluso atendió a los medios de comunicación dentro de su casa tras la tragedia, quedó destrozada. Los padres de los dos implicados, de unos 50 años, habían tenido doce hijos, el mayor de 27 años en ese momento. Los más pequeños estaban acogidos en colegios de Cáceres y Badajoz debido a la mala situación familiar. En la casa, entre los padres, hijos y parejas de estos, vivían 15 personas.
En sus declaraciones a HOY lamentaron que explotase un conflicto familiar que, sin embargo, temían que ocurriese. Las declaraciones del padre conmocionaron a los vecinos cuando dijo que ojalá hubiese estado presente en la vivienda para poder impedir el crimen. En un solo día perdieron a dos de sus hijos, el menor murió y el mayor entró en la cárcel con el apodo de 'el parricida de Almoharín'.
El juicio por esta muerte se celebró a principios de 1987 en la Audiencia Provincial de Cáceres. En el proceso se repasó la sangrienta escena de cuchilladas que comenzaron en la puerta del salón, continuaron en las escaleras y acabó en el baño.
El Ministerio Fiscal pidió para el acusado 20 años de reclusión mientras que su defensa, alegando el atenuante de enajenación mental, solicitó una pena de seis años y un día. No cumplió ninguna de estas condenas.
El juez decidió absolver al apodado parricida de Almoharín por sufrir un trastorno mental y decidió recluirlo en un centro sanitario, entonces se llamaban psiquiátricos. En su caso ingresó en el de Plasencia.
La sentencia reconoció que el homicida sufría esquizofrenia paranoide y que mantenía relaciones con su hermana de 19 años, que era sordomuda y sufría otras limitaciones en sus facultades mentales. El procesado «comenzó a sospechar, sin fundamento alguno, que su hermanos, de dieciséis años, también tenía relaciones carnales con ella», destacó HOY sobre los testimonios del juicio. La sentencia recogió, literalmente que tal sospecha provocó «un delirio permanente de celos, que sin estructurarse sobre su mente enferma agravó visiblemente su enfermedad mental». Por tanto el fallo judicial estableció que su trastorno anulaba por completo su inteligencia y voluntad y descartó condenarlo.
En cuanto a su ingreso en el psiquiátrico, el tribunal estableció que no podría salir del mismo hasta que no fuese autorizado por un juez. Este caso se dio en una época en la que, además de un lenguaje más agresivo, las enfermedades mentales era un gran tabú que en pocos casos se detectaban y trataban.
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