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Imagen antigua de Hervás. HOY
CRÓNICA NEGRA EN EXTREMADURA

«Por mi madre, soy inocente», dijo en la horca

Un joven abogado fue testigo de la condena a muerte de un aceitero de Hervás en 1895 en la que no hubo pruebas, lo confesó años después cuando trabajaba como periodista

Sábado, 17 de febrero 2024, 07:45

Por el alma de mi madre muerta, juro que soy inocente». Fue el grito que lanzó Ceferino Rodríguez, un vecino de Hervás. Lo hizo cuando estaba en el patíbulo que habían montado en esta localidad. Era 1896 y la ley mandaba que el condenado fuese ejecutado en su pueblo. El alegato final de este cacereño impresionó a los asistentes, pero no sirvió para parar la ejecución. Minutos después colgaba de la horca sin vida.

La condena contra Ceferino se debió a unos hechos que tuvieron lugar el 18 de julio de 1895. Este vecino de Hervás de 30 años vendía aceite y lo hacía viajando de pueblo en pueblo, en muchas ocasiones pasando a Salamanca. En uno de esos viajes, cerca de Garganta de Bejar, coincidió con otro aceitero, Prudencio Martín, al que conocía por realizar la misma actividad.

Al día siguiente el cadáver de Prudencio acabó fue encontrado en el camino. Lo habían asesinado a golpes con una piedra y había desaparecido el aceite que llevaba para vender.

Ceferino fue detenido por esta muerte. Los investigadores creyeron que había matado a su compañero de profesión solo para robarle la carga.

El juicio se celebró en febrero de 1896, pero no fue muy importante y no fue reseñado por la prensa. Al proceso, sin embargo, acudieron varios abogados jóvenes para seguirlo. Su curiosidad radicaba en que se pedía la pena de muerte, por lo que era poco habitual, y querían aprender cómo funcionaba este proceso cuando además había un jurado popular implicado.

Uno de los jóvenes abogados que fue llevado por su curiosidad fue José Ibarrola, que luego llegó a ser un letrado muy conocido tanto en Cáceres como en Madrid. Cuando se retiró como letrado, se hizo periodista y escribía la crónica de tribunales del periódico extremeño 'El Radical'. Tenía un estilo muy particular lleno de referencias poéticas y reflexiones morales.

Ibarrola desempolvó el juicio contra Ceferino Rodríguez casi cuatro décadas después de que ejecutasen a este vecino de Hervás. Tenía una columna habitual con lo que ocurría en los juzgados, pero hubo un día que, quizá no había nada destacado, y la tituló 'De mis recuerdos como abogado: el que condenó el jurado a muerte después de afirmar el fiscal que su culpabilidad no estaba demostrada y fue en Hervás ahorcado'.

Bajo este sugerente titular José Ibarrola contó lo extraño que fue el proceso judicial de 1896. Tachó a Ceferino Rodríguez como un hombre vulgar que parecía tranquilo. El juicio arrancó y el fiscal apenas aportó detalles sobre el caso. Luego la defensa renunció a presentar pruebas, lo que sorprendió a los asistentes.

Un pacto fuera de la sala

Se hizo un receso y el fiscal se reunió con el abogado defensor. En el encuentro dejaron que estuviesen los abogados jóvenes que iban como oyentes. Ibarrola contó que el fiscal confesó lo que pasaba. Nadie había presenciado los hechos y no había pruebas contra el procesado que lo vinculasen a la muerte de Prudencio. Sin embargo, no se atrevía a pedir el sobreseimiento porque había sido su antecesor en el cargo el que había iniciado la causa, y podría ser descortés.

Ante este conflicto, el fiscal ofreció un pacto al abogado defensor. Su alegato final sería muy breve y le confesaría al jurado que no había pruebas directas contra el procesado. Luego, propuso, sería el turno del defensor que podría «lucirse» para lograr la absolución en un caso que parecía fácil.

Así quedó el pacto entre letrados y todos volvieron a la sala. Como había prometido, el representante del Ministerio Público solo argumentó su caso durante dos minutos. Lamentó lo horrendo del hecho, «pero dijo que el jurado debía meditar acerca de las pruebas que ante él se habían practicado», contó el testigo.

A continuación, según narró Ibarrola 38 años después, el defensor pronunció «un informe elocuentísimo» citando varios casos famosos de condenas a inocentes.

El jurado popular se fue a deliberar y regresó solo media hora después: Ceferino Rodríguez era culpable de asesinato y la condena era pena de muerte. Su abogado recurrió, pero el Tribunal Supremo confirmó la sentencia el 6 de marzo de 1896. Dos meses después e instaló el patíbulo en Hervás y sus vecinos escucharon por última vez la voz de este aceitero defendiendo su inocencia antes de morir.

Cuatro décadas después Ibarrolla confesó todo lo que había vivido y lo hizo arrancando su noticia con su habitual estilo rebuscado. «Quince días, solo quince días bastan dijo el romántico Alfredo de Musset, para que una muerte repentina se convierta en una noticia vieja. Sin embargo, 38 años van transcurridos y la tremenda impresión que me causó un fallo del jurado perdura y vive en mi alma como si el hecho acabara de ocurrir».

En su crónica se consoló pensando que, en esa época, la norma era que los jurados fuesen de la zona del procesado, por lo que a lo mejor lo conocían y tenían razones para castigarlo. Sin embargo, el periodista terminó lamentándose: «Dios mío, dios mío, ¿sería realmente inocente el condenado?

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