

Secciones
Servicios
Destacamos
Al salir de misa de once; Don Carlos, el criminal, le dio un beso a Inés María; y ella le dio una guantá; Esa guantá que me has dado; me la tienes que pagar; Mira si se la pagó, que la cosió a puñalás (…). Entrégate Inés María; que tu madre ya murió; los desprecios que me has hecho; ahora me los cobro yo».
Son fragmentos de una canción popular sobre un suceso real de 1902 que hizo que Don Benito fuese famoso a nivel nacional.
La fascinación que provocó el crimen se debe a la moral de la época y a las circunstancias del suceso, que bien podrían haber salido de la mente de un escritor romántico. Estaba la protagonista, Inés María, una joven muy hermosa y virtuosa que defendió su honra hasta la muerte (un comentario que se repitió numerosas veces y que aparece, incluso, en el informe forense). Había un malo muy malo, un señorito rico y de familia privilegiada que la acosaba. Y finalmente había un pueblo volcado en pedir justicia. Eso provocó que el crimen de Don Benito atrajese abogados y periodistas de todo el país a la localidad, y que a día de hoy siga dando qué hablar.
Sobre el crimen de Don Benito hay estudios, cientos de artículos en prensa, novelas e incluso una obra de teatro. Uno de los textos, editado por el Grupo de Estudios de las Vegas Altas y escrito por Daniel Cortés, recoge los informes policiales, del Ayuntamiento, las actas de juicio y los artículos de prensa que no solo muestran el crimen sino la situación anómala que vivió la localidad durante tres años. Por ejemplo, con miles de personas recibiendo a los jueces en la estación de trenes o cientos de vecinos vigilando la cárcel para que no trasladasen a los detenidos.
El 19 de junio de 1902, a primera hora, la lechera comenzó su reparto en Don Benito. Una de las viviendas a las que debía llevar su mercancía era la de Catalina Barragán, una viuda de 52 años que vivía sola con su hija de 18, Inés María Calderón. Ambas habían vivido holgadamente, ya que el marido y padre de las dos era un labrador acomodado. Sin embargo, al final de su vida había perdido su fortuna y cuando murió, unos meses antes, las mujeres se quedaron con pocos recursos. Vivían en una casa pequeña de una sola planta y a veces alquilaban una habitación a un médico de Villanueva de la Serena. Cuando la lechera llegó a la casa, se encontró a la madre muerta en la entrada en un charco de sangre y a la hija, con la cabeza totalmente destrozada, en una de las habitaciones.
Desde el principio, la hipótesis fue que no había sido un robo, sino un intento de violación. Así lo reflejó el periódico El Liberal: «En la madrugada del día 19 aparecieron muertas de arma blanca en su domicilio doña Catalina Barragán y su hija doña Inés María, hermosa joven de conducta irreprochable. El criminal, hasta ahora desconocido, llamó, según se supone, a la puerta y, al abrirse ésta, atacó a Doña Catalina, dejándola muerta a consecuencia de tres heridas. Penetró después en la habitación, sorprendiendo a Inés en ropas menores. Se cree pretendió alcanzar sus favores, sin conseguirlo. El asesino entonces la asestó 18 heridas. Nada oyeron los vecinos».
El informe forense mostró que la madre había recibido siete heridas en total, cuatro de ellas muy graves en el cuello, mientras que la joven sufrió una veintena de cuchilladas en la cabeza. Algunos golpes fueron tan fuertes que deshicieron el hueso. El estudio también reveló hematomas en los muslos y en una rodilla. «El violador no logró sus intereses y ella, al perder la vida, salvó la honra», concluyeron los médicos.
Se hizo una suscripción popular para pagar el entierro, se ofrecieron 500 pesetas a cambio de pistas del autor y un periódico nacional, que logró publicar un retrato de Inés María, vendió toda la tirada en horas. El crimen de Don Benito ya era un espectáculo.
Solo unos días después de los hechos fue detenido el huésped que solía dormir algunas noches en la casa de las víctimas, un médico de 50 años separado de su mujer que pasó en prisión 40 días y que fue maltratado por la prensa de la época. Cuando fue liberado, 2.000 personas lo recibieron y lo llevaron, en volandas y entre felicitaciones, a la estación de tren para que regresase a su casa. Incluso se celebró un banquete en su honor en Villanueva de la Serena.
Le libró el testigo principal, Tomás Alonso, que no confesó lo que había visto hasta el mes de agosto, según su propio testimonio, porque esa noche iba a visitar a una mujer cuya identidad debía ser comprometida, porque fue omitida a propósito en todos los escritos. Tomás Alonso contó que vio a dos señoritos a un lado de la calle, frente a la casa, y al sereno llamando a la puerta de Doña Catalina. La madre dijo que no abría a nadie a esas horas (la una de la madrugada), pero el sereno le dijo que necesitaba unas herramientas que el médico, huésped de las mujeres, tenía en la vivienda. Cuando la propietaria de la casa abrió la puerta y se las entregó, el sereno le pidió un vaso de agua. Cuando fue a servírselo, el sereno dejó pasar a los señoritos y cerraron la puerta.
Fueron detenidos y procesados los dos asesinos y el sereno como coautor. El fiscal, en su escrito de acusación, indicó que mataron a la madre en cuanto volvió con el agua y fueron a por la hija tras romper el pestillo de su cuarto. La joven opuso resistencia e incluso se escondió bajo la cama, pero finalmente también la mataron. Luego salieron por una ventana, en la que dejaron huellas de sangre, con la intención de que pareciese que también habían accedido por allí.
La conmoción en Don Benito al conocer la identidad de los autores principales fue aún mayor. El primero, y el que ha pasado a la fama, era Carlos García de Paredes, de unos 30 años. Era de familia distinguida y rico. Los testimonios contaban que le encantaba el juego, emborracharse y que maltrataba a las prostitutas con las que solía pasar el tiempo. Se había librado hasta entoncesde la cárcel porque estaba emparentado con el cacique Donoso-Cortés que, a su vez, era amigo de diputado Groizard. En cuanto al segundo detenido, su historia encajaba menos en la brutalidad del crimen. Era Ramón Martín de Castejón, un viudo de 50 años con cuatro hijos al que le gustaba mucho comer, según sus vecinos, pero que no se le conocían más vicios.
Ya con unos hechos que les convencían y con una historia inigualable, la de una mujer pobre muriendo por defender la honra ante un señorito, los vecinos de Don Benito se volcaron para pedir justicia. Los rumores sobre que los parientes de Paredes intervendrían y lo sacarían de la cárcel eran constantes, por lo que varias veces los residentes se apostaron ante las dependencias de los reclusos para impedir que los trasladasen. De hecho, la presión popular logró que el juicio, en noviembre de 1903, se celebrase en Don Benito.
Durante meses no hubo otro tema de conversación en el pueblo. Uno de los cotilleos era que Carlos Paredes lloraba mucho en la cárcel «pero que lo hacía sin lágrimas». El Ayuntamiento celebró una sesión especial solo para aprobar que se le devolviesen 10 pesetas a Paredes, ya que este había dado dinero para el funeral de sus propias víctimas antes de ser detenido. Este gesto del señorito también fue recogido en romances sobre el crimen. «Los primeros cinco duros que en la mesa se pusieron; fueron de Carlos Paredes para pagar el entierro».
El juicio se alargó durante un mes. Hubo de todo, incluso anónimos para amenazar a los abogados defensores y otros aclamando por la inocencia de los procesados. Se repitieron los testimonios de vecinos sobre el acoso de Carlos Paredes a Inés María Calderón, como el de una joven que dijo que el señorito le había mostrado un cuchillo y le había dicho: «Si no te entregas por amor, te entregas por la fuerza». Lo cierto es que muchas de estas declaraciones fueron de oídas y la prueba más determinante fue la declaración del testigo. Las defensas alegaron que no pudo reconocer las caras de noche, que tardó 45 días en hablar y que su objetivo era cobrar las 500 pesetas de la recompensa, pero el jurado los consideró culpables y el juez les condenó a muerte. El proceso llegó hasta el Supremo, que ratificó la sentencia, y pidieron un indulto que nunca llegó.
El 5 de abril de 1905 se preparó el garrote vil en Don Benito. Según los testimonios, Castejón llegó impasible y declarando su inocencia, mientras que Paredes iba muy abatido. Estos hechos son también la escena final de la obra de teatro 'Inés María Calderón, virgen y mártir ¿Santa?'. En esta obra de 1985 Jesús Alviz sostiene que la familia de Carlos Paredes no le salvó porque se produjo una conjura para quitarlo de en medio por los problemas que había causado. En la escena muestra a una multitud vigilando desde fuera de la cárcel que se lleve a cabo la ejecución. Aquí la realidad supera la ficción porque no solo esperaron fuera, sino que exigieron ver los cadáveres. Las actas muestran que más de 5.000 personas pasaron a ver a los muertos porque, hasta el último momento, pensaron que la posición privilegiada les serviría para librarse del garrote vil.
Paredes y Castejón fueron ajusticiados y Pedro Cidoncha, el sereno, condenado a 40 años. No volvió a estar en libertad porque murió en una cárcel de Valencia dos décadas después de los hechos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
María Díaz | Badajoz
Cristina Cándido y Álex Sánchez
Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.