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Presos amotinados en 1991. HOY
Crónica negra en Extremadura

Un motín en la cárcel para ver el final de una película

En el centro penitenciario Cáceres II ha habido varios incidentes graves en sus 44 años historia; algunos quedaron en anécdotas, pero otros fueron mucho más trágicos

Sábado, 27 de enero 2024, 07:48

La Conspiración es una película del año 1975, y en ella actuaron dos estrellas de la época, Sidney Poitier y Michael Caine. Está ambientada en el apartheid en Sudáfrica y trata de la huida de un activista que es liberado de la cárcel y trata de llegar a la frontera. Con esta premisa es lógico que el largometraje gustase a los 150 presos del centro penitenciario Cáceres II que la estaba viendo en Televisión Española el 28 de agosto de 1983.

El problema fue que la película estaba en su momento más intrigante y llegó la hora de mandar a sus celdas a los internos. Los funcionarios decidieron apagar la televisión. Entonces no había vídeos ni plataformas digitales con catálogos de películas, por lo que los presos se quedaban sin saber el final.

No les gustó. Los 150 presos que estaban en la sala de televisión se negaron a entrar en sus celdas y exigieron ver el final de La Conspiración. No lo lograron y hubo momentos de tensión.

La Policía Nacional se tuvo que desplegar en la cárcel cacereña para conseguir que los presos cediesen y se metiesen en sus celdas. Fue a la una de la mañana, y sin saber sin Sidney Poitier lograba escapar o no.

Esta es una de las anécdotas más conocidas de los motines carcelarios de España por ser un caso tan peculiar. Sin embargo se queda en una historia curiosa porque finalizó sin violencia.

En otros casos, los motines no fueron tan anecdóticos. Uno de los más graves tuvo lugar en 1987 en la cárcel de Badajoz. Cinco presos lograron enviarse por correo a sí mismos un paquete con tres pistolas. No lograron escapar, pero sembraron el caos en la prisión. Murió un interno y se vivieron escenas muy duras, como la ejecución simulada de otro.

Guerra por las drogas

Otro de los incidentes más graves fue en el verano de 1991 en el propio Cáceres II. Esta centro penitenciario se abrió en 1980 como modelo de nueva prisión, pero once años después los funcionarios que trabajaban allí denunciaron que era «un polvorín». El ambiente allí empeoró en solo un año.

Hasta el 90, la cárcel estaba principalmente destinada a presos jóvenes que realizaban programas de reinserción. Tenía 300 plazas y unos 200 internos. El aumento de la población reclusa provocó que cada vez aumentase más la cifra de internos, pero no crecía la de funcionarios. En el verano de 1991 había 500 presos, muchos en una celda compartida que en realidad era individual, por lo que estaban muy apretados.

No solo aumentó la cifra, también cambió el perfil de los delincuentes, y llegaron muchos con delitos violentos. El módulo 4 se reservó para los más peligrosos. En él se formaron dos clanes: el de los madrileños y el de los cordobeses. Pugnaban por controlar la venta de drogas dentro de la prisión, por coordinar a los presos que volvían de permisos e introducían el material y por estar en los economatos, que es el método que usaban para distribuir las sustancias. En dos ocasiones, entre marzo a junio, hubo conatos de motín y finalmente la situación explotó.

Imagen principal - Un motín en la cárcel para ver el final de una película
Imagen secundaria 1 - Un motín en la cárcel para ver el final de una película
Imagen secundaria 2 - Un motín en la cárcel para ver el final de una película

La chispa saltó en verano. Dos presos fueron enviados a las celdas de castigo porque los guardias les sorprendieron en plena operación. Uno de ellos se inyectaba heroína en su celda y el segundo vigilaba fuera. Tras terminar el periodo de aislamiento, les llevaron al módulo 4 y a las cinco de la tarde abrieron las celdas para que fuesen al patio. El enfrentamiento fue inmediato. Comenzaron a pelearse con pinchos carcelarios. Uno de ellos recibió dos puñaladas, una de ellas en el estómago. Murió horas después en el hospital.

La víctima se negó a identificar a su asesino mientras agonizaba, pero los investigadores encontraron al otro preso herido. También localizaron el arma homicida, un pincho de nueve centímetros y una toalla manchada de sangre. Un año después de los hechos fue condenado a 14 de internamiento por este homicidio.

El incidente fue el germen de algo aún más peligroso. Quince días después de esta muerte, la prisión Cáceres II se convirtió en un campo de batalla entre los dos clanes que peleaban por controlar la droga.

Comenzó a las diez y media de la mañana en el patio. Unos 40 presos de un clan comenzaron a pedir apoyo a otros que no formaban parte de su estructura. El resultado fue que el otro bando hizo lo mismo y comenzaron las peleas. En esos momentos había 500 internos para 9 guardas de seguridad, más 3 en vigilancia y en la puerta.

Lo primero que hicieron los amotinados fue ir al taller de metal para tratar de fabricar más pinchos. El vigilante de esta zona fue secuestrado durante horas, le desnudaron y fue amenazado, pero no sufrió daños.

Batalla campal

La violencia se centró entre los presos. La Policía Nacional y la Guardia Civil llegaron 45 minutos después de comenzar el motín, y con botes de humo fueron haciendo que los presos retrocediesen. Cada estancia que debían abandonar la quemaban. Destrozaron talleres, el comedor, la escuela, etc.

Los agentes lograron controlar la situación a la una y media de la mañana tras 14 horas de motín. Resultaron heridos siete presos, uno de ellos recibió una puñalada en el costado y estuvo muy grave. Los sindicatos denunciaron que había ocurrido algo que llevaban meses pronosticando. La respuesta de Instituciones Penitenciarias fue que los funcionarios habían favorecido el motín.

Aunque este motín fue el más grave, Cáceres II siguió viviendo situaciones muy peligrosas los siguientes años. La Nochebuena de 1991 dos presos trataron de escaparse fabricando la clásica cuerda de sábanas, pero les vieron en cuando se asomaron a una ventana.

En marzo de 1993 hubo otra revuelta. 114 presos tomaron el comedor, quemaron varias estancias y robaron una máquina elevadora con la que lograron reventar varias puertas. Las fuerzas de seguridad los pararon cuando estaban a punto de consumar una fuga masiva.

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