El corresponsal de Valencia de Alcántara del periódico 'Nuevo Día' comenzaba así la crónica sobre lo que había ocurrido en esta localidad la madrugada del 26 de febrero de 1929:
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«No es el momento de hacer juicios ni formar opiniones sobre el hecho ocurrido, ... y en estos tristes momentos solo pedimos una oración ferviente y cristiana para el desgraciado muerto y para su adversario y matador, (que en un momento de locura y desvarío haya consumado el crimen) el perdón de los demás, fundado en el sabio adagio que hoy preside las cárceles y presidios de nuestra España, 'odia al delito y compadece al delincuente'».
El muerto era Anselmo A. R., de 32 años, casado, padre de tres niños que era agricultor y arriero, se dedicaba al transporte de mercancías con un carro de mulas. Le encontraron moribundo a las cuatro de la madrugada en la céntrica calle de Fernando Fragoso. Sangraba abundantemente por un costado por una cuchillada que le habían dado.
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Sergio Lorenzo
Quienes le encontraron en tan mal estado fueron los vecinos de Valencia de Alcántara Elías Nevado y Antonio Jiménez, alias Frailán, que avisaron a los serenos. El herido aún estaba con vida, pero no decía quién le había atacado. Fue avisado el médico, el señor Navarro y Alonso de Celada, el cual solo pudo certificar la defunción del herido. El cadáver fue llevado a su casa, en la calle Adro, en donde le veló su familia, su viuda y sus hijos.
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Al enterarse de lo sucedido los guardias municipales Valentín González y Pedro Méndez, fueron a avisar al alcalde, a Martínez Cabezas, que a las cinco de la madrugada ya estaba en el Ayuntamiento, para avisar a la policía gubernamental y al juez de guardia.
Se supo que dos horas antes de su muerte Anselmo había discutido con otro arriero, José M. R., y el alcalde ordenó su detención. Le sacaron de la cama en su vivienda de la calle Cortizada, y le metieron en la cárcel de Valencia de Alcántara, la del partido judicial. José tenía 47 años, estaba casado, con cinco hijos.
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El suceso sirvió al corresponsal de 'Nuevo Día' para recordar que el crimen había ocurrido el día del concurrido mercado semanal, «en el que la gente tiene dinero fresco a la vista –escribió–, y surgen infinidad de borracheras que siempre traen algún que otro disgusto». También recordaba el periodista que era necesaria más seguridad: «Hace ya tiempo, en una de mis crónicas –señaló–, hacía alusión a la falta de vigilancia nocturna en nuestro pueblo y hoy pregunto: ¿Dónde estaban los serenos que hasta que no fueron requeridos por los señores Nevado y Jiménez, no se dieron cuenta de lo que en la calle más céntrica de Valencia había ocurrido?».
El juez de instrucción Hipólito Acedo y su secretario judicial, el señor Araujo, intervinieron inmediatamente para intentar esclarecer lo ocurrido, al ver que la víctima había muerto sin haber podido prestar declaración. El juez hizo hincapié a los policías para que hicieran todo lo posible para encontrar el arma del crimen. Les dijo que según el médico la herida tenía una profundidad de 12 centímetros y era muy estrecha.
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El jefe de policía Eugenio Palomo Hernando, con los funcionarios a sus órdenes, los agentes Vivas y Aguilar, buscaron el arma en el escenario del crimen y no hubo suerte. Buscaron también en la casa del detenido y nada. Peinaron las calles cercanas y ya sí tuvieron éxito. En la calleja del Tinte encontraron el gorro del difunto y dentro cuatro navajas, una de ellas, que tenia manchas de sangre, era el arma que había acabado con la vida de Anselmo. Era un cuchillo estrecho de punta fina, con una hoja que medía 17 centímetros de largo y 22 milímetros de ancho. El puño era de ocho centímetros, con un hueso en el centro rodeado con dos abrazaderas de hierro en los extremos.
Al hacer la reconstrucción de los hechos, el juez supo que a las dos de la madrugada se habían encontrado en el Casino La Unión, Anselmo (32 años) y José (47). Anselmo estaba borracho, seguramente igual que José, que iba acompañado de un hijo. Los dos eran arrieros y Anselmo le recriminó al otro que no pagaba impuestos y estaba trabajando ilegalmente haciendo transportes de mercancías con una carreta de bueyes. Empezaron a discutir y salieron del Casino a pelearse en la calle. José intentó atacar al otro con una navaja. Clientes del Casino les calmaron y volvieron todos a entrar en el local en donde pidieron unas copas. José le dijo a Anselmo que las tenía que pagar él, y como otra vez volvían a discutir, el encargado del Casino le pidió a Anselmo que se marchara, lo que hizo sin rechistar.
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A los 15 minutos se fue a su casa José con su hijo. Cenó y después dijo que iba a salir. Su hijo y su mujer se lo impidieron quitándole la navaja. Él fue al piso superior y cogió varios cuchillos. Al bajar dijo que solo iba a salir a hacer una necesidad fisiológica. Tardó alrededor de 40 minutos.
Cuando fue detenido aseguró que él no había sido, que no pudo hacerlo; pero se comprobó que sí pudo cometer el crimen, ya que la calle en la que fue atacado Anselmo estaba al lado de su casa, y también estaba cerca la calleja en la que se encontró el arma.
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Se sentó en el banquillo de acusados de la Audiencia el 12 de junio de 1930. El fiscal calificó el delito cometido como un homicidio por el que solicitó que fuera condenado a 17 años.
El acusador particular, el abogado Aranguren, aseguró que había cometido un asesinato y debía ser condenado a 26 años; mientras que el abogado defensor, el señor Grande, pidió la absolución por falta de pruebas.
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Tras declarar 21 testigos y cuatro peritos, fue condenado a 14 años de prisión y a indemnizar a los herederos de la víctima con 7.500 pesetas.
Fue enviado a la cárcel del Dueso en Santoña, construida en 1907. En febrero de 1933 ya estaba en libertad. Solamente estuvo encarcelado cuatro años por matar a una persona.
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