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Hace más de tres décadas que la frontera entre España y Portugal es libre. Ahora los extremeños, al cruzar por Caya, ven lo que queda de las aduanas y los comercios que han quedado abandonados. En esos caminos murieron muchas personas, contrabandistas que recibieron un disparo por tratar de pasar la Raya cargados con unos kilos de café.
Aunque ahora parezca un fenómeno muy lejano, informar de la muerte de un contrabandista era habitual y, a final de año, se resumían las estadísticas relacionadas con esta actividad. En 1933 nació HOY y publicó que había sido un año complicado para los contrabandistas con dos muertos y varios heridos. Siguió ocurriendo durante décadas, de hecho hubo tiroteos hasta los años 80.
Los apodados 'mochileros' pasaban a Portugal por caminos en bicicleta o moto. Su objetivo era eludir la 'afandega' portuguesa y la aduana española a la vuelta. En el país vecino compraban unos kilos de café y volvían por rutas secundarias para eludir los controles. También los portugueses pasaban a España a comprar productos y volver sin pagar las correspondientes tasas.
Este tipo de contrabando servía, en muchos casos, para que las personas con menos recursos lograsen unos pocos ingresos extra. En los años 80, por ejemplo, un contrabandista contó a HOY que recibía un subsidio de 25.000 pesetas al mes por estar parado (150 euros), pero que no podía mantener a su familia con estos ingresos. Hacía un viaje a Portugal casi a diario, unos 20 al mes. En cada uno cargaba 30 kilos de café y sacaba un beneficio de 1.500 pesetas (9 euros) en cada ruta. Por tanto conseguía 30.000 pesetas al mes (180 euros) jugándose la vida porque sabían que les podían disparar.
Tanto los vecinos de Badajoz como la prensa siempre vio estas muertes como injustificadas. Se contaron siempre como tragedias y se criticó que se disparase contra los contrabandistas cuando el delito no era violento. Sin embargo, tanto la Guardia Civil como la Guardia Fiscal portuguesa defendieron que primero daban el alto a los infractores y que, cuando no se paraban, disparaban al vehículo para detenerlos. Estos disparos, sin embargo, acabaron muchas veces en tragedia.
En 1977 HOY publicó un caso trágico. Un joven de 18 años murió por un disparo de la Guardia Fiscal portuguesa. La bala le dio en la cabeza cuando conducía una moto y llevaba como 'paquete' a un niño de 12 años que fue testigo de todo.
El fallecido vivía en la UVA de Badajoz (Las 800). Allí se reunieron a las seis y media de la mañana este joven y el niño, se subieron a la moto y cruzaron la frontera. Cargaron cuatro kilos de café y tomaron el camino de vuelta. El menor contó días después cómo vivió el tiroteo. «Era en una curva, al lado del cortijo, y yo no había visto nada, me parece que él tampoco vio a nadie. Y yo no oí que nadie nos echara el alto. Nos caímos (de la moto) y él me quiso coger la mano porque no podía levantarse. A mí me saltó un chorro de sangre a la cara y al pecho y los del cortijo me metieron dentro y me lavaron», contó el niño.
Este menor de solo 12 años quedó muy marcado por lo que vió. «Un guardiña me quiso dar galletas, pero no las quise. Luego lo llevaron (a la víctima de 18 años) a Elvas, pero yo creo que ya estaba muerto cuando llegó».
Este incidente causó numerosas críticas. La Guardia Fiscal lusa se defendió asegurando que disparó contra la rueda de la moto, pero la bala rebotó en una piedra y alcanzó la cabeza del conductor.
Los ánimos estaban caldeados en ese momento porque la semana anterior otro contrabandista de Badajoz fue herido de bala en una pierna. Los 'mochileros' aseguraban que los guardiñas portugueses «disparaban con más alegría» que la guardias civiles españoles, que no solía usar sus armas.
Sin embargo en 1933, por ejemplo, las dos muertes que se produjeron estuvieron relacionadas con la Guardia Civil. La primera se produjo el 7 de julio cuando un agente persiguió a un infractor y éste, para huir, trató de cruzar el río Gévora. El guarda se lanzó al agua para socorrerlo y estuvieron a punto de morir los dos, pero finalmente el agente se salvó el contrabandista murió. Un mes después un agente abatió con su arma a otro 'mochilero'.
En 1983 el debate volvió a surgir a pesar de que el contrabando se iba reduciendo. Un parado de Badajoz salió con su moto 'Montesa' junto a otros seis contrabandistas. En Portugal pararon en el restaurante A Brasa a comprar el café. Cuando estaba saliendo, en el aparcamiento, les interceptaron los 'guardiñas'. Uno de ellos disparó y la bala atravesó la pierna de este pacense. Logró darle su paquete a un compañero y arrancar su moto. Pasó por la aduana legal para ir más rápido y consiguió llegar a Badajoz donde fue hospitalizado.
Su caso se hizo conocido y defendió que necesitaba los ingresos del contrabando la mantener a su familia. Los contrabandistas, además, denunciaron que disparar era práctica habitual de la policía lusa. HOY entrevistó al comandante de la Guardia Fiscal, que defendió que daban el alto antes de disparar y justificó su labor en defensa de su patria.
El comandante argumentó que sus hombres disparaban más que los guardias civiles porque los contrabandistas españoles eran más agresivos. «Cuando un guardia civil da el alto a un portugués, el portugués para. Pero cuando nosotros damos el alto a un español, no hace caso y sale huyendo. A veces incluso agrediendo en la huida a nuestros hombres que, en ocasiones, corren grave peligro, incluso de muerte».
Unos años después desapareció la aduana y, con ella, estas noticias.
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