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Hace 135 años que en Badajoz también se estaba celebrando la Navidad aunque con algunas diferencias. El sorteo de la Lotería se escuchaba en la calle, poniendo la radio, y muchos se arremolinaban en las administraciones para seguir los premios. Las compras no se hacían en El Faro, sino en la calle San Juan y Arias Montano (calle de la Sal entonces). Además, en las fiestas de 1889 de lo que se habló concretamente fue de un crimen.
En esa época los recursos sociales se denominaban establecimientos de beneficencia. Estaban organizados por departamentos: de niños, de ancianos, de enfermos... Celebraban en Navidad 'la comida de los pobres' y estos servicios estaban atendidos por entidades religiosas en todo caso.
En 1889 en Badajoz se hablaba mucho del departamento de ancianos de su establecimiento de beneficiencia. Se hablaba mucho, y mal. El comentario es que las personas recogidas en este servicio no estaban muy supervisadas, que había peleas, agresiones, borracheras... En verano de 1889 se produjo un crimen relacionado con uno de los usuarios y se señaló que no estaba supervisado a pesar de ser un anciano con problemas.
La tensión estalló de nuevo en la Navidad de 1989. El 15 de diciembre la prensa publicó Francisco R., uno de los asistidos en el departamento de ancianos, había matado con un arma blanca a otros de los residentes, Manuel S. dentro de las instalaciones. Fue un escándalo que agrandó el debate sobre el funcionamiento del servicio.
«La impresión de esta causa no fue muy favorable al régimen de los establecimientos de beneficiencia, toda vez que según dijeron algunos testigos Manuel solía embriagarse con alguna frecuencia. Ahora bien, ¿a quién no le ha de extrañar que los asilados puedan entregarse a tan feo vicio? Y tras acabar en entierro, ¿cómo no se procura corregir la falta, no permitiendo la salida del establecimiento a los que incurran en ella», criticó La Crónica, un periódico pacense. Otros medios fueron en la misma línea y también censuraron que los ancianos tuviesen acceso a armas, ya que el crimen se cometió con una navaja.
El juicio tuvo lugar unos meses después de los hechos. En el mismo relataron que los ancianos discutieron, probablemente por los excesos de Manuel y que Francisco lo acometió con una navaja. Murió en el acto.
El Fiscal aseguró que era una caso claro de homicidio. «De todos los juicio en los que he intervenido, ninguno tan sencillo, tan claro», dijo al jurado repitiendo una expresión que ha repetido el Ministerio Público muchas veces en esta Crónica Negra.
La defensa, por su parte, alegó que Francisco se defendía y presentó el historial violento del fallecido como prueba. Además argumentó, dado el pequeño tamaño de la navaja, que el acusado no pretendía causar tanto daño. Sus alegaciones fueron atendidas a medias por el tribunal y Francisco solo fue condenado a 12 años de cárcel por el crimen.
El juicio fue bastante sonado y provocó que hubiese más interés en el crimen que tuvo lugar meses antes y cuyo protagonista fue otro usuario del departamento de ancianos.
El otro crimen sucedió en pleno agosto y no fue en las instalaciones de beneficencia, pero sí lo cometió un usuario que, al estar sin supervisión, se escapó.
Era Tomás V., un pacense de 65 años que habitualmente estaba recluido en este servicio. Una mañana salió y se fue a casa de su yerno, Diego. Este vecino de la calle del Castillo (entre el Campillo y la Plaza Alta) era viudo pero vivía con su hija de tres años y la abuela de la misma, la esposa de Tomás, Agustina.
Al llegar a la casa el abuelo no fue mal recibido, y comieron, pero poco después comenzó una discusión entre el «asilado», como los llamaban entonces, y su yerno. La causa era que el anciano se empeñó en que la niña, un poco resfriada, necesitaba asistencia médica. Finalmente Diego golpeó al que fue padre de su mujer y comenzó a estrangularlo. Tomás sacó una navaja y lo apuñaló una sola vez. La puñalada, sin embargo, fue certera. Le atravesó el pericardio y le rozó el corazón, lo suficiente para matarlo en unos minutos. El anciano huyó a Portugal, pero fue detenido cuando pidió comida en una fonda de la frontera.
En el juicio compareció Agustina. El juez le recordó que no tenía obligación de testificar contra su marido, pero insistió en «decir la verdad». Aseguró que fue su yerno fallecido el que insultó a Tomás. Afirmó que le llamó «sinvergüenza» y que le dijo que no hacía nada en su casa. Luego lo agredió hasta que sintió la puñalada.
En el juicio también compareció la hija del fallecido, ya huérfana de ambos padres. Con lo poco que sabía hablar pudo contar, según recogió la prensa, que su abuelo había matado a su padre.
Los informes periciales no beneficiaron al procesado. Se destacó que contaba con mal historial en la casa de beneficencia. «Dicen que se embriaga con frecuencia y desobedecía a sus superiores». Esta memoria volvió a provocar críticas en la ciudad por el mal funcionamiento de las instalaciones. Sin embargo el sistema no se cambió durante muchos años. No hubo nuevos pabellones y más medios hasta bien entrado en siglo XX.
El Fiscal consideró que se trataba de un delito de homicidio sin agravantes ni atenuantes. El abogado defensor, por su parte, afirmó que el hombre obró en defensa propia y pidió que se apreciase la circunstancia atenuante de agresión ilegítima al ser el procesado una persona mayor de 60 años. Es decir que la víctima había obrado mal al golpearlo con una clara superioridad física.
El veredicto fue culpable de homicidio y fue condenado a 15 años de cárcel. La sala, quizá presionada por el ambiente social, impuso una pena aún más alta que la que solicitaba la Fiscalía.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Lucía Palacios | Madrid
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