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Vista de Higuera de la Serena. HOY
El parricida que ocultó la sangre con paja
Crónica Negra en Extremadura

El parricida que ocultó la sangre con paja

En Higuera de la Serena en 1994 un vecino de 63 años desapareció, y su familia y conocidos investigaron hasta que encontraron el cuerpo y al culpable, el hijo de la víctima

Sábado, 16 de noviembre 2024, 08:00

Hace una semana esta Crónica Negra repasó los casos de crímenes entre hermanos, siempre comparados con el episodio de Caín y Abel. Otra aberración que suele impactar en la memorial criminal son los parricidios. En Extremadura también ha habido varios casos, uno de ellos muy recordado, especialmente por los vecinos de del valle de La Serena. No se ha olvidado, aunque han pasado ya 30 años.

A principios de noviembre de 1994 los vecinos de Higuera de la Serena, especialmente sus hermanos, comenzaron a echar de menos a F. G. D. Días después de dejar de verle, el hijo del desaparecido fue a casa de su tía. El joven, C. G. S, de 26 años, no había acudido a una misa familiar por el abuelo fallecido hace tiempo y se excusó diciendo que había discutido con su padre, pero que todo estaba bien.

Las preguntas se fueron acumulando en el pueblo. Primero el joven dijo que su padre estaba de viaje y luego que estaba recluido en la casa que compartían porque no se encontraba bien.

Los vecinos sospecharon que algo malo ocurría. Padre e hijo se llevaban mal, especialmente desde que murió la madre. El progenitor solía achacar a su descendiente que bebía mucho. Finalmente hubo una denuncia por desaparición ante la Guardia Civil y la propia familia indagó y localizó el cuerpo sin vida de F. G. D.

El cadáver estaba en una nave que pertenecía la familia. Presentaba un tiro en la cabeza, por encima de la oreja izquierda, que le causó una herida abierta con pérdida de masa encefálica de 12 por 9 centímetros. Tras contemplar esta horrible escena, los agentes de la Guardia Civil acudieron a detener al hijo, al que encontraron en uno de los bares del pueblo.

Una vez detenido, C. G. S. reconoció haber sido el autor del disparo e hizo unas declaraciones que sorprendieron a los investigadores. «Sentí una voz interior que me decía que lo matara», les dijo. Y añadió que se emborrachó y «sin mediar palabra le pegué un tiro».

El juicio se celebró dos años después de la detención y los vecinos de Higuera de la Serena pudieron conocer un relato más completo de los hechos del crimen que les marcó.

Todo comenzó el 1 de noviembre de 1994. A las doce de la noche C. G. S. acudió a dormir a la casa en la que vivía con su padre y se encontró la puerta cerrada. Su progenitor se negó a abrir, le insultó e incluso le llamó «mierda», según aseguró el acusado.

Al no poder entrar, decidió dormir en una nave agrícola que tenía su familia a las afueras del pueblo. Se acomodó y durmió hasta la una de la tarde del día siguiente.

El crimen

Al despertarse, ese 2 de noviembre, comenzó a beber. En la nave había vino almacenado en garrafas, Sobre las 16.30 horas percibió que alguien metía la llave en la cerradura de la nave para acceder a la misma. Cogió una escopeta de caza que había detrás de la puerta y, cuando entró, disparó a su padre a la cabeza.

Tras el asesinato volvió a llevar una vida normal, sus vecinos no notaron nada raro en su comportamiento. Solo la ausencia del padre les puso en alerta. Dos días después del suceso, tras hablar con su tía, la conversación sobre la misa del abuelo, volvió a la nave agrícola donde estaba el cuerpo de F. G. D. Acudió para cuidar el ganado y se dio cuenta de que la sangre se salía del edificio en una zona. Decidió taparla con paja, grano y unos sacos de plástico. Luego volvió de nuevo a su rutina.

Cuando el cuerpo fue encontrado y el joven detenido, los vecinos confirmaron sus sospechas de que algo malo había ocurrido. C. G. S. se enfrentaba a 30 años de cárcel, la pena que pidió el Ministerio Fiscal tras conocer su caso.

En el juicio se desveló que el hijo padecía un trastorno de tipo esquizoide, pero el Fiscal mantuvo que sabía lo que hacía en el momento del crimen. El análisis de los peritos reveló un drama familiar oculto tras el crimen. Indicaron que el procesado tenía malas relaciones con su padre. Que era «un hijo único y tardío que había mantenido, por contra, una estrecha relación afectiva con su madre, fallecida seis años antes. La muerte de su madre, con el consiguiente sentimiento de orfandad que dejó en su ánimo y la convivencia con su padre (un hombre de fuerte carácter) agudizó el trastorno esquizoide del procesado».

En el juicio hubo un giro de guión importante. C. G. S., que había reconocido los hechos tras su detención, alegó entonces que había sido un accidente, que el arma se disparó durante un forcejeo de ambos con la escopeta. De hecho la defensa solicitó la absolución, o como alternativa, una condena por imprudencia temeraria con resultado de muerte, es decir, unos seis años de cárcel. Además incluyó los atenuantes de psicopatía, arrebato, obcecación y embriaguez.

El Fiscal rechazó la muerte accidental. Argumento, con apoyo de los peritos forenses, que, de haber sido así, el padre debía presentar en sus manos signos del forcejeo y que el disparo hubiese seguido una trayectoria diferente, además de dejar quemaduras en el cadáver si realmente estaba tan cerca. Añadió que, de ser un hecho fortuito, C. G. S. hubiese asistido a su padre después. Finalmente el hijo fue condenado a 20 años de cárcel por parricidio.

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