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El miércoles 17 de diciembre de 1997 Badajoz vivió un despertar que muchos aún recuerda. Había llovido en una noche muy fría y los vecinos salieron abrigados para encontrarse una mañana gris. Para dos personas, sin embargo, fue mucho más que una madrugada plomiza. Al acercarse al río vieron el cadáver de una mujer bajo el puente de Palmas, entre la vegetación. Había recibido 21 puñaladas, estaban semidesnuda y completamente desangrada y parte de sus cortes formaban un aspa en su pecho.
El hallazgo impactó a la ciudad. Una vez junto al cuerpo, la policía comprobó que se trataba de una mujer joven, de unos 20 años. Su ropa parecía cortada y su palidez confirmaba que había perdido mucha sangre. Había muchas heridas, pero la más importante era un corte profundo en el cuello, bajo la barbilla. También resultaban inquietantes unas incisiones en su pecho que se cruzaban, a modo de aspa.
Los investigadores confiaban en que la autopsia les diese más indicios. No sabían si había sido asesinada en otro lugar y lanzada desde el puente al río o si había fallecido en la caída.
Una pista importante se halló en la parte alta del puente. En la barandilla de hierro y en el suelo de piedra encontraron sangre. Se mezclaba con la lluvia, por lo que no estaba claro la cantidad que se había vertido allí. Por aquel entonces el puente de Palmas era muy distinto al que se conoce hoy en día. Los coches aún transitaban por esta pasarela y a los lados había unos muretes de piedra para dejar una acera a los peatones, que caminaban junto a las barandillas protectoras.
Al no ser peatonal, sino un paso de coches desde el centro a la Margen Derecha, el puente solía estar muy transitado. Sin embargo, HOY destacó tras el asesinato que ocurrió una noche con lluvia y viento, lo que probablemente provocó que no hubiese testigos.
La víctima fue identificada como una joven portuguesa de 26 años que solo llevaba un mes en Badajoz. Era natural de Caparica y se había mudado a la capital pacense para buscar trabajo en el ámbito de la hostelería. Inicialmente la investigación se centró en el entorno de la víctima y en las relaciones que podría haber forjado en su corta estancia en Badajoz.
Horas después, sin embargo, la teoría cambió por completo. La cámara de seguridad de un banco captó a un hombre con mal aspecto. Entró en la entidad para quejarse porque no podía sacar dinero en el cajero. La tarjeta era de la mujer asesinada horas antes.
Esa pista hubiese sido determinante en la investigación, pero no hizo falta buscar al hombre captado por la cámara. Dos policías de Mérida lo encontraron por casualidad y tirando de instinto policial.
Los agentes estaban patrullando la estación de trenes de Mérida y observaron a un hombre dormido en uno de los bancos. Tenía mal aspecto y manchas en sus pantalones. Podría ser barro, pero algo les hizo sospechar que se trataba de sangre. Lo despertaron para comprobar si se encontraba bien y, al entender que la sangre no era suya, lo llevaron a comisaría. Le encontraron un cuchillo con sangre encima.
Durante horas negó su relación con el crimen, pero finalmente confesó. Era un hombre de 28 años de Cáceres, adicto a las pastillas y la heroína, que había pasado unos días en Badajoz para comprar drogas. Los policías destacaron que confesó con tranquilidad mientras se comía un bocadillo. El móvil había sido el robo, aunque su botín fue muy pobre, solo se llevó unas tarjetas bancarias, dos mecheros y un gorro de la mujer a la que apuñaló 21 veces y luego arrojó al Guadiana.
El juicio se celebró en marzo de 1999 y el fiscal hizo un relato emotivo de la tragedia. «Donde estaba ella, podríamos haber estado cualquiera de nosotros», dijo el representante del Ministerio Público que añadió que era «el crimen de una persona normal que ha cometido un hecho anormal».
El relato de los hechos que surgió en el juicio fue brutal. «Quizá ni intuyó que el hombre fornido que caminaba hacia ella por la misma acera del puente de Palmas de Badajoz iba a matarla. Un walkman sobre las orejas la aislaba del frío, el viento y la humedad de aquella noche invernal», publicó HOY.
El acusado contó que llevaba tres días en Badajoz, donde se había desplazados para comprar y consumir drogas. Dormía en casa de un amigo, pero el martes se quedó sin dinero y su conocido le echó. Decidió deambular por la ciudad para cometer algún robo que le permitiese volver a Cáceres. Dijo, a preguntas de su abogado, que se sentía «desesperado, solo y muerto de frío».
Ya de madrugada pensó en otra opción. Al llegar a Badajoz le prestó su coche a un conocido y éste no se lo había devuelto. Decidió ir a la policía por si lo habían encontrado. Si hubiese llegado a la comisaría, le hubiesen indicado que lo tenían, que lo localizaron en una rotonda. No llegó porque se cruzó con la joven portuguesa.
Según el testimonio del acusado, le exigió que le diese lo que llevaba encima y la mujer le entregó sus pocas pertenencias, no tenía dinero. Luego aseguró que forcejearon y que él sacó un cuchillo. Afirmó que no recordaba cuántas puñaladas le dio. Tampoco explicó porqué tenía marcada un aspa con cortes en el pecho. El Fiscal mantuvo que había sido algún tipo de tortura o coacción, pero no lo admitió.
El hombre sí relató con calma como lanzó el cuerpo por el borde del puente, pero la ropa de la víctima se quedó enganchada a la barandilla. Usó la misma navaja para cortar las prendas y que cayese al río.
El jurado popular solo tardó una hora en declararlo culpable de homicidio. Fue condenado a diez años de cárcel.
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