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Se cumplen 15 años de un suceso que dejó marcado al barrio de San Antonio, en Mérida. El 2 de octubre de 2009 los vecinos llamaron a la policía. Salía un fuerte olor de una de las casas unifamiliares que hay en la calle Pablo Casals, había numerosos insectos en la fachada y hacía días que no veían al inquilino, un hombre de 69 años. Tristemente este tipo de casos se suelen dar y acaban con las autoridades encontrando un cadáver en descomposición de alguien que vivía solo. En este caso la policía logró la llave de la vivienda de una vecina, pero cuando fue a meterla en la cerradura, alguien abrió la puerta desde dentro. Era el compañero de piso y llevaba una semana conviviendo con un cadáver.
La casa estaba alquilada por el fallecido, Ramón G. P. Llevaba un año en el inmueble, pero unas semanas antes decidió compartir la vivienda con un conocido para aligerar la carga que le suponían los gastos. Era Rafael G. M., un catalán que se había trasladado de Barcelona a Mérida y que tenía 39 años.
Este compañero fue el que abrió la puerta a la policía tras la llamada de los vecinos. Tras permitirles el paso, los agentes localizaron en el piso superior de la vivienda un cuerpo en descomposición en una habitación cerrada. Era Ramón. Rafael aseguró que había fallecido debido a un accidente, que se cayó en el baño.
Sin embargo, al observar el cuerpo, se dieron cuenta de que presentaba signos de violencia. La policía detuvo a su compañero de piso y, al llegar a la comisaría, confesó que era el responsable de la muerte.
El caso impactó a los vecinos de San Antonio, que no estaban acostumbrados a un suceso de este tipo. Conocían mucho más a la víctima que a su asesino, ya que llevaba más tiempo en el barrio, y describían al fallecido como «un buen hombre, muy amante del campo y de los animales y que muchos días se acercaba a un bar cercano de la barriada a tomarse un chato de vino».
El detalle más macabro y que más marcó al vecindario es que los forenses calcularon que Rafael había convivido con el cadáver se Ramón una semana. Tras el asesinato, que se produjo en el baño, lo arrastró a una habitación y cerró la puerta. Trato de tapar los malos olores con productos, pero fue imposible y el hedor llegó con fuerza a los vecinos. En el interior de la casa, según los investigadores, era insoportable.
A pesar de todo, el compañero no se marchó de la casa y elaboró una historia como coartada. Cuando una vecina le preguntó por Ramón, le aseguró que estaba en Almendralejo visitando a una de sus hijas, que estaba enferma.
Según se supo con posterioridad pensó en trasladar el cuerpo, por ejemplo llevarlo hasta el Guadiana, pero no se atrevió y finalmente la policía llegó a su puerta.
Dos años y medio después de los hechos, los juzgados de Mérida acogieron el juicio por estos hechos. Fue un proceso llamativo, no solo por lo peculiar del suceso. La capital autonómica acababa de estrenar su nueva sede judicial, su Palacio de Justicia, y este fue el primer juicio con jurado en una sala preparada para este tipo de eventos.
La expectación era máxima, pero el proceso se acortó porque el procesado, en su declaración, reconoció todos los hechos, lo que provocó que las partes renunciasen a otras pruebas.
Rafael G. M. admitió que la convivencia no iba bien. Había muchos roces por el uso de la vivienda y las normas que establecía el inquilino original. De hecho el procesado reconoció que en alguna ocasión le había deseado la muerte a su compañero para poder quedarse en solitario en la casa.
Las tensión estalló el 25 de septiembre de 2009. Ramón volvió a la casa tras pasar unos días fuera del domicilio. Hacia las 15.15 horas se inició una discusión. Según Rafael, empujó a su compañero de piso. La víctima cayó sobre la bañera del aseo y quedó inconsciente debido a un golpe en la cabeza. En ese momento, cuando el herido estaba inconsciente e indefenso, el acusado le asfixió con las manos.
Durante el interrogatorio de su abogado defensor, el acusado precisó que se encontraba muy mal de ánimo, con muchos problemas personales y con el objetivo de buscar un trabajo y un lugar donde vivir. Expuso que en el momento de la agresión estaba obcecado y fuera de sí, y que golpeó al fallecido porque pensó que, como había cogido el casco de la moto para salir a dar una vuelta, le iba a agredir. Pero reconocido una vez más que, una vez en el suelo, le ahogó sin posibilidad de que se defendiera.
La Fiscalía pidió 17 años de cárcel por un delito de asesinato. La acusación particular elevó la solicitud a 20 años de prisión mientras que la defensa reconoció los hechos, pero los calificó como un delito de homicidio, por lo que solicitó una pena de diez años de cárcel que, con el atenuante de arrebato y obcecación, se quedarían en cinco años de prisión.
Finalmente el jurado popular consideró culpable a Rafael G. M. y el tribunal calificó los hechos como un asesinato, por lo que fue condenado a 15 años de prisión y a indemnizar a la familia del hombre al que mató.
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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