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El 10 de marzo de 1902 Victoriano, un labrador de Berlanga que estaba soltero, tenía dinero y contaba con un caserón, apareció muerto en su cama. La primera impresión de sus vecinos es que había tenido algún problema médico durante la noche, pero al levantar las sábanas, se reveló algo mucho más macabro. La investigación posterior tuvo muchos giros y sorpresas, empezando por la última cena del muerto, unas judías, que señalaban un triángulo amoroso como el móvil del crimen.
La cara de Victoriano estaba limpia y parecía haber muerto durmiendo, pero al levantar las sábanas que lo cubrían descubrieron heridas, golpes y marcas de asfixia. Los forenses determinaron que este vecino de Berlanga había sido «martirizado y estrangulado de manera cruel». Luego le lavaron la cara y lo acostaron en la cama.
El móvil del crimen parecía el robo. Habían roto los cerrojos de varios baúles de los que se llevaron el dinero. Lo que quedaba por determinar para los investigadores era la identidad del autor o los autores del asesinato. Y eso, no era fácil. «El misterio más impenetrable rodeó este crimen los primeros momentos. Los vecinos del pueblo, consternados, no daban la menor luz a la justicia», publico 'La Región Extremeña'.
Los investigadores se encontraron con un callejón sin salida porque no daban con pistas ni con testigos que les señalasen al culpable. Entonces llegó una pista inesperada del informe forense. Los médicos detectaron que el contenido del estómago de Victorino incluía judías sin digerir, por lo que había comido este plato pocas horas antes de morir. Aunque podría ser un dato intrascendente, hizo que los policías se alarmasen.
La causa de la sorpresa eran las costumbres peculiares del muerto, un soltero acomodado. Los que trataban con Victorino les habían asegurado a los investigadores que solo cenaba fiambre. El teniente encargado del caso, según destacó la prensa, recorrió con sus hombres las tiendas del pueblo y se enteró de que el día del asesinato una mujer, Agustina, había comprado judías para prepararlas. Fueron a hablar con ella y reconoció que ese había sido su menú, que compartió con su marido.
La pista no era una pérdida de tiempo porque, al seguir indagando, los policías supieron que Agustina estaba recién casada, solo llevaba siete meses con su marido. Antes había sido la amante de Victoriano, el muerto, que no se casó con ella a pesar de las relaciones.
Este descubrimiento provocó la detención de siete personas. La propia Agustina, su marido, su hermano y otros dos conocidos. A estos cinco se les consideraba cómplices, pero se determinó que los autores materiales eran José C. y José María R., dos delincuentes conocidos a los que encontraron escondidos en la casa del hermano de Agustina.
Con estas detenciones, tres semanas después del crimen, los vecinos de Berlanga se quedaron tranquilos y la prensa pareció dar por cerrado el caso. Una judías sin digerir habían señalado el crimen de una mujer despechada.
No fue así. Los periódicos se olvidaron durante unos meses del crimen de Berlanga ¿Por qué? Porque tuvo lugar uno de los crímenes más famosos de la historia de la Crónica Negra en Extremadura, el doble asesinato que inició esta sección en HOY hace cuatro años, el célebre crimen de Don Benito. Un señorito, encaprichado de la joven y bella Inés, se alió con un conocido y el sereno del pueblo, se coló en su casa y trató de violar a la doncella. Esta se negó y fue asesinada junto a su madre.
Sin embargo, cuando la conmoción por el crimen de Don Benito fue amainando, los periodistas quisieron interesarse por los asesinos de Victoriano y descubrieron con sorpresa que estaban todos en la calle, habían sido liberados tras demostrar que no podían estar esa noche en casa de este labriego. Hubo entonces artículos desgranando el esfuerzo de los investigadores, pero dejando claro que no había pistas.
En septiembre el crimen de Berlanga volvió a los titulares. Hubo dos detenidos que la prensa aseguró que eran los definitivos. Se trataba de Nicanor y Román. Un vecino había declarado que fue testigo del allanamiento. Vio cómo la noche del crimen tres hombres salieron de una alcantarilla cercana a la casa de don Victorino y treparon por un olivo para saltar al interior del caserón. El testigo pudo identificar a estos dos, una pareja de delincuentes conocida en esta zona.
Nicanor y Román fueron detenidos, pero negaron ser los autores del asesinato. En la cárcel, ambos intentaron suicidarse. El primero se lanzó a un pozo y el segundo se golpeó la cabeza contra la pared, pero ninguno logró su fin. 'La Región Extremeña' narró sus intentos por quitarse la vida con cierta condescendencia y algo de mala leche. «El estado de los suicidas parece que es bueno. El del pozo salió sin novedad alguna, agarrándose él mismo a la soga y demostrando grandes deseos de vivir. El Román está muy preocupado, pero insiste en negar su participación».
Este periódico también especuló con que la causa tras los intentos de suicidio de Nicanor y Román era su empeño por ocultar el nombre del tercer implicado, quizá porque era alguien poderoso o porque tenía el dinero y esperaban que les llegase a sus familias. «¿Quién será? ¿Por qué los compañeros prefieren suicidarse a decir su nombre? ¿Será quizá este incógnito el que tiene el dinero robado y los otros confían todavía en que no se descubra?». La idea no era mala porque el robo fue importante, una pequeña fortuna para la época. Se calcula que se llevaron varios miles de duros de los baúles de Victoriano.
Las presiones sobre Nicanor y Román siguieron, pero finalmente tuvieron que soltarlos por falta de pruebas y el crimen de Berlanga quedó sin resolver.
Curiosamente 25 años después, y en el mismo pueblo, tuvo lugar otro crimen similar. Una anciana de 84 años que vivía sola fue asesinada por la noche. Los autores de su muerte se tomaron su tiempo para saquear su casa e incluso se entretuvieron en comerse un jamón que tenía en la cocina.
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