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La segunda faena merecía orejas y rabo y al salir me he tomado una caña en el Casco Antiguo y he resuelto un asesinato». Esta conversación ficticia pudo tenerla en 1914 en Badajoz un vecino llamado Leandro cuando volvió a casa después de una corrida de toros. No se puede saber si le gustó el espectáculo taurino, pero que luego atrapó a un asesino es un hecho comprobado.
Los hechos ocurrieron en Badajoz un sábado de julio de 1914. A media tarde el público estaba abandonando la plaza de toros de Ronda del Pilar (actual Palacio de Congresos) tras una corrida. Los pacenses se dieron cuenta entonces que los guardias civiles y los guardias municipales salían a toda velocidad del ruedo y subían a la parte alta del Casco Antiguo. Enseguida se corrió el rumor de que se había producido un crimen violento, y la mayoría de los asistentes al festejo siguieron a las fuerzas de seguridad para seguir el caso.
Según recoge el diario Correo de la Mañana, cuyo periodista también salió de los toros para marcharse a cubrir el crimen, los agentes del orden tuvieron que tomar posiciones en las esquinas del Casco Antiguo para evitar que la aglomeración de público desbordase la calle Encarnación, que es donde se produjo el suceso. Estaban ante la escena del crimen más multitudinaria que se puede recordar.
Para entender el fenómeno hay que comprender cómo era la calle Encarnación a principios del siglo XX. Se trataba de una vía muy humilde y la mayoría de los edificios eran tabernas o casas de prostitución, en ocasiones de ambas cosas. La mayor parte de la clientela eran hombres, por lo que muchas de las mujeres que ese día subieron a ver el escenario del crimen nunca hubiesen imaginado que iban a caminar por esa acera.
Pero ese 25 de julio de hace 111 años las mujeres entraron en la calle Encarnación llevadas por la curiosidad y no solo vieron de cerca la sordidez que intuían en sus casas, sino que contemplaron un cadáver desangrado por un tiro en la puerta de una taberna.
Los agentes de seguridad estaban tan desbordados, según las crónicas de la época, que solo intentaban que el caos no se apoderase del centro de Badajoz. Curiosamente, según la prensa, fueron los propios ciudadanos los que fueron capaces de ir encontrando datos sobre el crimen. La estampa debía ser curiosa porque eran ciudadanos bien vestidos llegados de una corrida ejerciendo de detectives entre los clientes de las tabernas, las prostitutas y los vecinos de una de las zonas más degradadas de la ciudad. Pero el sistema funcionó.
Poco después del asesinato los curiosos ya sabían que la víctima era Francisco, un vecino portugués de 25 años y que estaba en la taberna con otro trabajador de su nacionalidad que se había marchado tras el tiroteo, por lo que era el principal sospechoso. En la calle Encarnación era habitual encontrar obreros portugueses que cruzaban la Raya cuando cobraban para darse a los vicios.
Ese era el caso de Francisco, el fallecido, y Raimundo, el huido. Su fuga no duró mucho. Desde Encarnación se marchó hacia la calle San Pedro de Alcántara, donde se refugió. Allí fue localizado por un vecino, Leandro, que lo vio, intuyó que era el portugués fugado y lo detuvo él solo. Fue capaz de quitarle el revolver que había usado en el asesinato y también una navaja.
Por sus propios medios, Leandro llevó a Raimundo al Gobierno Civil. Tras el levantamiento del cadáver los ciudadanos se trasladaron donde estaba el detenido y entre los corrillos, con los testimonios que habían reunido unos y otros, reconstruyeron lo que había pasado.
La pareja de vecinos portugueses había llegado el día antes de Badajoz y esa noche de viernes habían «dormido en una casa de la calle Encarnación». Eso es lo que indicó la prensa, un eufemismo para indicar que habían estado en un prostíbulo. Durante el sábado estaban en una taberna del número 10, en actitud amistosa. «En su conversación ventilaban cuentas atrasadas», publicó El Correo de la Mañana.
Raimundo (50 años) y Francisco (25) habían trabajado juntos en una siega y la paga era de 25 duros. Cuando llegaron a Badajoz Francisco, el encargado de cobrarlos, dijo que solo había 17 porque quedaban ocho duros pendientes. Raimundo no creyó sus explicaciones y la conversación derivó en bronca.
«Estas cuentas me las vas a pedir en la calle», dijo Francisco, según los testigos. Raimundo aceptó el reto y ambos salieron a la calle. Una vez en la entrada, el mayor se abalanzó sobre el joven, pero este se revolvió y comenzó una pelea. Finalmente Raimundo sacó un revólver y disparó a su compañero de trabajo, que cayó en el acto al suelo en medio de un enorme charco de sangre según los que vieron la escena.
Cuando Raimundo fue detenido, corroboró punto por punto lo que habían averiguado los ciudadanos. Hay constancia de su detención y procesamiento, pero la prensa de la época no de dio importancia al juicio posterior, por lo que se desconoce cuántos años pudo estar encerrado por los hechos.
Lo que ocurrió, ante tantos pacenses, abrió un debate sobre la calle Encarnación. Un periodista fue muy crítico al respecto y algo lírico: «Ayer, y con motivo de este doloso sucesos, la impresión hacía a todos lamentar la tolerancia que se viene dispensando a las tabernas en las que casi siempre empieza a armarse el brazo homicida que, después para sacudirse responsabilidades el establecimiento, viene a consumarse en la vía pública chorreada de sangre con demasiada frecuencia».
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