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El 6 de mayo de 1993 un vecino de Jerte vio sangre en las escaleras que llevaban a un piso de esta localidad. Avisó a ... la Guardia Civil. El hallazgo culminó con la detención por asesinato de un ciudadano polaco que había tenido un accidente de coche esa misma noche. Detrás había mucho más: una fiesta de cumpleaños con mucho vino, una pelea a cuchillo, un asesino pacifista y una conexión con la Interpol.
El 4 de mayo era el cumpleaños de T. K., un joven polaco que vivía en Jerte. Se había marchado de su país, según él mismo contaba, para que no le obligasen a hacer la 'mili'. Pasó por Alemania y Francia hasta que cruzó a pie la frontera a España. De Barcelona fue a Madrid y a Huelva y, finalmente, acabó en Extremadura, en la recogida del espárrago. Cambió este sembrado por las cerezas y finalmente se estableció en el Valle del Jerte, donde trabajaba como fontanero y era apreciado por los vecinos.
Tenía un piso en Jerte y solía acoger a compatriotas que pasaban temporadas en España para trabajar en las campañas de recogida. Este era el caso el día de su cumpleaños en 1993. Cinco ciudadanos polacos estaban en la casa de T. K. esa noche.
La celebración fue el día 5. Uno de los invitados, M. K., fue a comprar cuatro litros de vino de pitarra a las ocho de la tarde y entre todos se los bebieron bastante rápido, por lo que este mismo joven volvió a por otros cuatro litros más.
Sobre la una y media de la madrugada cuatro de los ciudadanos polacos se fueron a dormir y solo quedaron en la cocina T. M., el titular del piso, y M. K. Comenzaron a discutir y la pelea desembocó en un enfrentamiento con cuchillos de cocina. El residente habitual de la casa le clavó uno de 17 centímetros a su visitante en diez ocasiones. La cuchilla cortó una ceja, una mejilla, el cuello y se clavó en los brazos y en el tórax. Una de las puñaladas alcanzó el hígado y otra el corazón. Se desangró.
Con el cadáver en la cocina de su casa decidió tratar de ocultarlo. Lo arrastró por las escaleras, por lo que manchó las mismas de sangre y lo metió en el maletero de un Opel Ascona que pertenecía a uno de sus invitados. Había bebido mucho, pero fue capaz de conducir hasta el vertedero de la localidad donde abandonó el cuerpo después de cubrirlo de basura para que no lo pudiesen localizar con facilidad.
En el camino de vuelta a Jerte, sin embargo, se le acabó la precisión y se salió de la carretera con el coche. Resultó herido en el accidente, pero no perdió su objetivo de tratar de ocultar lo que había ocurrido en la celebración de su cumpleaños. Abandonó el coche accidentado y volvió caminando a su casa. Allí trató de limpiar la sangre, pero sin demasiado éxito.
Por la mañana, tras el aviso del vecino, la Guardia Civil investigó qué había ocurrido y en unas pocas horas reunió todas las piezas. Localizaron el cadáver y detuvieron a los cinco jóvenes del piso. Los cuatro que dormían durante el suceso fueron puestos en libertad, pero T. K. reconoció finalmente lo que había pasado.
Su detención causó gran conmoción a sus vecinos que tenían mucho aprecio a este joven que llevaba un par de años integrado en el pueblo. De hecho, varias personas lo apoyaron y testificaron a su favor en el juicio. Uno de ellos incluso se ofreció a acogerlo en su casa cuando saliese de la cárcel.
Por contra nadie reclamó el cuerpo de M. K. y fue el Ayuntamiento de Jerte quien asumió su entierro días después de la tragedia. Semanas después se supo que la víctima tenía una orden de búsqueda de la Interpol, era sospechoso de asesinato en su país.
El juicio se celebró unos meses después, en diciembre de 1993. El fiscal del caso expresó sus dudas sobre la posible participación de los cuatro ciudadanos polacos que también estaban esa noche en la casa. Indicó que quizá no eran responsables de la muerte, pero que pudieron participar en el traslado del cuerpo al coche y, por tanto, en el encubrimiento. Sin embargo, no fueron juzgados y en el juicio se desveló que estaban en paradero desconocido tras los hechos. Probablemente se quedaron en España, pero de forma ilegal.
Lo más llamativo en el proceso fue el testimonio del acusado. Se declaró pacifista. Dijo que en Polonia era antimilitarista y ecologista y que escribía en publicaciones comprometidas por estas causas. Insistió en que se había marchado para no participar en el servicio militar.
Sobre su víctima alegó que había actuado en legítima defensa, que fue M. K. el primero que cogió un cuchillo durante la discusión. Afirmó que este compatriota comenzó a insultarle diciendo que no tenía suficiente hombría como para seguir bebiendo con él.
T. K. declaró que él tenía ganas de irse a la cama porque al día siguiente debía trabajar. Su invitado lo empujó y este joven se escondió en una habitación, pero según él, su compatriota golpeó la puerta y salió para que no despertase a los vecinos. Comenaron a pelearse, rodaron por el suelo y, al levantarse, según T. K., M. K. cogió un cuchillo y le amenazó con matarle. Él agarró otro y lo apuñaló diez veces.
«Era pendenciero, hacía gimnasia en la cocina, y fanfarroneaba de su falsa hombría; decía que había escapado de Polonia por haber matado a un hombre y presumía de haber hecho artes marciales durante ocho años», aseguró el procesado sobre su víctima.
El Fiscal pidió siete años de cárcel para él, pero solo fue condenado a tres. A pesar de la benevolencia de la sentencia, tras la condena, fue expulsado de España.
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