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¿Qué ha pasado hoy, 23 de abril, en Extremadura?

De fuera

CAMINO A ÍTACA ·

TROY NAHUMKO

Sábado, 30 de mayo 2020, 08:41

LO escuché por primera vez resonando alrededor de la plaza del Socorro. Era una voz amplificada aunque poco clara, pero a medida que me acercaba, algunas palabras se hicieron más reconocibles. Una en particular parecía repetir una y otra vez, «fuera». No fue hasta que llegué a la plaza de Santiago que me di cuenta de que no provenía de una verbena, sino de un mitin.

Siendo extranjero de un país que no es particularmente vilipendiado, no recuerdo haberme sentido nervioso en ese momento. Pero en tiempos como estos, cuando el 'otro' se ha convertido en el chivo expiatorio de todos nuestros problemas, no me entusiasmaba la idea de enfrentarme cara a cara con una multitud exacerbada, embelesada con la idea de que ateos extranjeros, inspirados por Soros, querían prohibir la Navidad y obligar a todos a añadir chorizo a su paella.

Con cautela doblé la esquina y allí vi al presidente de Extremadura, enmarcado por las conchas de Santiago. Una modesta y mixta multitud de pensionistas, vecinos y fieles del partido se balancearon en sillas plegables mientras presentaba al equipo que formaría parte en los próximos comicios locales.

Nunca había experimentado algo así antes y el escritor de viajes dentro de mí quería saber si la historia, tantas veces repetida, de los bocadillos gratis era cierta. Y, por supuesto, había esa palabra que había retumbado por la desmochada Torre de los Espaderos.

«Hemos traído gente de fuera», dijo emocionado a la multitud y mi curiosidad creció.

¿Era posible que se abriera la estructura de poder endogámico aquí en Extremadura? ¿Iban a incluir asesores con diferentes perspectivas para integrar su equipo? ¿Habían contratado personas de todo el mundo con la experiencia necesaria que aportarían sus habilidades a ayudar a cambiar la inercia de 'lo de siempre'?

«Hemos traído gente de incluso fuera del partido para complementar este equipo», y de repente fue como si un tren se hubiera estrellado contra los arcos románicos de Santiago y cualquier esperanza que tuviera estaba enterrada bajo sus escombros.

Es cierto que la estructura hermética del partido dejaba entrar algo de aire exterior. Hubo forasteros en la candidatura, pero como excepciones en lugar de ser la regla.

Y comencé a reír.

Fue una risa que vino desde mis profundidades. Una risa que resonó como el motivo recurrente del Blues, me río por no llorar. Nada había cambiado y nadie más se reía.

Estas anteojeras partidistas que sofocan el cambio también parecen bloquear el humor. Es una enfermedad más contagiosa que el COVID, una que propaga un cinismo sin humor cuyos síntomas incluyen la incapacidad de percibir la ironía y ver el extraño humor de sus colores.

Ser ciego ante la increíble rareza de fervientes nacionalistas protestando en coches japoneses ondeando banderas made in China, cebando niños en riesgo de pobreza con pizza o el realismo orwelliano del ceñudo antitrotskiano de Vallecas descansando en un jacuzzi en Galapagar. Destacar lo hilarante para sus respectivos rebaños y lo último que encontrarás es una carcajada.

Langston Hughes dijo una vez: «el humor es reírse de lo que no tienes cuando deberías tenerlo». Sospecho que lo contrario también podría ser cierto.

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