¿Qué ha pasado hoy, 23 de febrero, en Extremadura?

Un país que nunca se acaba

Dejen en paz a El Garrovillano

Hierbas silvestres ·

Si desaparece este vendedor ambulante cacereño, se acabará el gazpacho de poleo

Viernes, 6 de septiembre 2024, 07:48

Hace más una cereza del Valle del Jerte que cien campañas en Fitur, un tomate de Miajadas que la frase publicitaria más ocurrente, una nectarina ... de Valdivia que un cartel con un vergel, El Garrovillano vendiendo espárragos junto al Múltiples de Cáceres que diez directores generales de Turismo seguidos…

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Extremadura es frutos silvestre y frutos de regadío. Los turistas entienden esta región cuando salen del hotel, dan un paseo por Cáceres y se encuentran con vendedores ambulantes de cerezas, melones, tomates, higos y ajos de Aceuchal y con El Garrovillano, que resume en su puesto ambulante la verdad de Extremadura: criadillas de tierra, espárragos silvestres, aceitunas 'machacás', higos de la huerta, almendras naturales, té de los canchales, manzanilla sembrada, orégano natural, tomillo de la orilla del Tajo y algo exclusivo y fundamental: poleo para hacer el gazpacho más cacereño, el blanco. El día que El Garrovillano no pueda sentarse en su puesto del Múltiples por orden de la autoridad y efecto de las multas, mi madre habrá perdido el objetivo fundamental de sus paseos matinales en silla de ruedas: comprarle poleo a El Garrovillano.

Domingo Pizarro tiene 84 años y es un caballero sencillo y humilde que vende frutos silvestres desde que tenía nueve años, cuando venía de Garrovillas en burro y se hospedaba en una pensión de la plaza Mayor. Empezó vendiendo piñones en la calle Pintores, junto a Hijos de Gabino Díez, y ha acabado vendiendo especias, hierbas y frutos junto al edificio de servicios múltiples de Cáceres, una ciudad que se resume en esa mezcla de burocracia y sabores autóctonos: las delegaciones de las consejerías en lo alto y el poleo de Domingo a ras de tierra.

Los vendedores ambulantes de hierbas y frutos son a Cáceres lo que las pulpeiras callejeras a Ourense, los puestos de té a Marrackech y los horchateros a Valencia. Cuando la infanta Elena fue a ver a su padre al hospital hace unos años, no le llevó una caja de bombones, sino un melón extremeño que compró en un parador de Miajadas. La infanta adivinó enseguida que las frutas y verduras del terreno, las de los huertos caseros, no se venden en los hipermercados, sino en los paradores, las gasolineras, las carreteras, los garajes, los camiones, las aceras y las casas particulares de Extremadura. Aquí, todos sabemos que cuando hay una cesta con verduras a la puerta de una casa de pueblo, basta llamar para llevarse a casa las mejores lechugas y unos pimientos de campeonato. Y si mi madre compra el poleo al Garrovillano, su hijo se surte de naranjas de Montijo y Lobón en las gasolineras y no es por patriotismo ni precio, es porque no las hay mejores.

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Al bueno de Domingo le han puesto una multa de 2.000 euros por vender tomillo, manzanilla y aceitunas guisadas en la calle. Eso es lo que debe de ganar en medio año. Y el hombre no se niega a cumplir la ordenanza de venta ambulante. Quiere hacerlo legalmente porque si no viene todos los días desde Garrovillas, vende su mercancía y se toma su café, duda que merezca la pena vivir. ¡Pero 2.000 euros después de 70 años en la calle! Hay que ver la manera de regularizar estos puestos tradicionales y convertirlos en reclamo y encanto. Y si no se regularizan, la ira de mil madres cacereñas caerá sobre los concejales que acaben con el gazpacho de poleo.

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