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Del 23F al 3A

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Manuela Martín

Badajoz

Domingo, 9 de agosto 2020, 09:12

Los españoles de menos de 40 años solo me recordarán por los elefantes de Botsuana, Corinna y el maletín» (con el dinero de Suiza). Esta frase, atribuida al rey Juan Carlos y publicada en los periódicos en la última semana, refleja como pocas el calibre de la crisis abierta por la marcha del antiguo Rey al extranjero en un intento de evitar que las investigaciones judiciales abiertas dañen a la Monarquía.

Y no son solo los menores de 40. Probablemente muy pocos españoles menores de 60 tengan un recuerdo personal de la importancia que tuvo el 23 de febrero de 1981; y, por ello, valoren la trascendencia del papel jugado por Juan Carlos I para frustrar el golpe de estado.

Solo quienes suspiraron con alivio cuando Juan Carlos apareció en la televisión de madrugada para condenar el asalto al Congreso y alejarnos de la perspectiva de un gobierno militar conservan un cierto vínculo sentimental con el viejo rey que les hace agradecerle su papel clave en la conversión de España en una democracia, y concluir que su reinado, emborronado al final, ha tenido más luces que sombras.

Pero para los jóvenes (y los menos jóvenes que ya han doblado el medio siglo), esto son batallitas de abuelos que no les van a convencer de que la Monarquía es un buen sistema de gobierno. No ahora, después de que Juan Carlos haya malversado el capital ético que se ganó en la Transición. Y no se trata de apearle del derecho a la presunción de inocencia. Todavía no ha sido juzgado ni condenado por ningún delito, pero los hechos que hemos conocido indican que no ha cumplido con la exigencia de ejemplaridad a que está obligado un jefe de Estado.

Aunque nunca sea condenado, la evidencia de que ha recibido dinero de un gobernante extranjero, sea una comisión o un regalo, y que además lo ha ocultado al fisco, es indefendible. La salida de España tampoco ha sido una buena idea.

La pregunta que pende sobre la ciudadanía española es si este escándalo pone en peligro la continuidad de la Monarquía. Si Felipe VI sale herido mortalmente o si va a ser capaz de concitar el apoyo de la mayoría de los españoles.

Hoy probablemente hay en España más republicanos que hace unos meses, cuando empezó a trascender la investigación sobre el rey emérito. Se extiende la opinión de que la Monarquía es un anacronismo que choca con el principio de igualdad que sustenta a la democracia. La Corona solo es popular si es útil, como lo fue para acabar con el franquismo y asentar la democracia. O si los ciudadanos la perciben como una institución que aporta estabilidad ante movimientos independentistas, por ejemplo.

Durante años, Izquierda Unida ha defendido la necesidad de someter a referéndum la forma de estado; ahora lo hacen también Unidas Podemos y los independentistas. La reivindicación tenía antes poco recorrido porque la mayoría de los españoles, fuesen monárquicos o republicanos, la veían como una idea folclórica, muy alejada de sus preocupaciones diarias. Ahora vuelve al primer plano, alimentada con las noticias de las cuentas del rey emérito. O ahora o nunca, parecen haberse dicho los promotores de la tercera República.

El futuro de este embate dependerá en buena medida de la actitud del PSOE. Si damos por sentado que PP y Ciudadanos van a mantener un apoyo firme a la Monarquía, el devenir de Felipe VI estará en manos del Partido Socialista, en el que perviven corrientes republicanas. Si Sánchez mantiene el criterio de que no ha lugar a replantearse la forma de Estado que se refrendó con la Constitución del 78, el asunto no prosperará, por más campaña que haga Pablo Iglesias desde el Gobierno. Si el presidente y su partido defienden la institución sin titubeos, el 3 de agosto de 2020 no se fijará en nuestra memoria, como sí lo hizo el 23F, porque no será el principio del fin de la Monarquía en España.

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